Miércoles, 20 de noviembre 2024, 01:17
Saber ganar, saber perder y saber estar. Llegó el día que nadie quería que llegara. Las últimas ocho horas de Rafael Nadal Parera (Manacor, 1986) como tenista profesional se hicieron definitivas desde que avisó a los aficionados que prepararan los pañuelos con su emoción en el himno hasta el emotivo discurso final a pie de pista en el Palacio de los Deportes José María Martín Carpena de Málaga pasada la una de la madrugada de un 20 de noviembre. «Soy solo un niño que persiguió sus sueños», reflexionó micrófono en mano minutos antes de que se echara el telón a su trayectoria ante las más de 10.000 personas que llenaron el coliseo donde habitualmente juega Unicaja. «Que la llama que portaste en los Juegos Olímpicos siga encendida para toda la eternidad. Se acaba una carrera, pero comienza un legado», apuntó el speaker en el especial escenario que alberga la Copa Davis. Con los vítores de los aficionados que una vez gritaron sus triunfos. Sus títulos. Y sus raquetazos.
Todos dedicaron otra atronadora ovación, que se extendió durante bastante tiempo. Con los mensajes de ‘Gracias, Rafa’, en las pantallas del pabellón andaluz, también empezaron a corear su nombre antes de poner el punto y final a un ciclo que concluyó en el mismo lugar donde empezó aunque su historia no haya terminado del todo, como sí que se agotaron los adjetivos posibles para un tenista irrepetible. Una retirada definitiva de la primera línea de competición para Rafa, al que cualquier español de a pie trata como alguien más de la familia, a los 38 años, impuesta por la biología y las múltiples lesiones, que aunque tarde, le hicieron parar tras este último baile. Solo con su personalidad y presencia consiguió emocionar a mucha gente, y sobre todo su pasión, saber que siempre va a dar todo lo que tiene más allá de cómo vayan las cosas.
«Me he sentido superafortunado por recibir tanto cariño de todo el mundo. Muchos de los momentos más importantes de mi carrera los he vivido con muchos de los que estáis aquí, como parte del equipo español. Ha sido un privilegio, hemos vivido cosas muy bonitas juntos y ahora os toca a vosotros seguir viviéndolas», expuso Nadal, que se retiró compitiendo, como hizo durante toda su carrera al más alto nivel. Pese a sendas tendinitis rotulianas en ambas rodillas y, más recientemente, el psoas ilíaco que solo le dejaron disputar nueve torneos en los últimos dos años. Lo dijo en alguna ocasión, perder no le dolía tanto si competía hasta el final. Sabía que su figura no podía ser decorativa porque en su mentalidad, traicionarse a sí mismo sería traicionar a todos. Y se fue con derrota. Cayó ante el neerlandés Van de Zandschulp frente a quienes abarrotaban un estadio que explotó cuando asomó por el túnel, y que presenció los ojos vidriosos del español nada más sonar el himno nacional.
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«La realidad es que uno nunca quiere llegar a este momento. No estoy cansado de jugar al tenis. Simplemente el cuerpo ha llegado a un momento en el que no quiere jugar más. Me siento un súper privilegiado, he podido hacer de uno de mis hobbies mi carrera», expresó en el centro de la pista, arropado por miles de aficionados, amigos, familia y compañeros. Resulta cuanto menos curioso que en la vida de cada uno de nosotros ocurra algo similar a lo que pasa en el tenis, y es que solemos tener cantidad de gente a nuestro alrededor sin la que no seríamos lo que somos, pero sin embargo en los momentos clave solemos estar absolutamente solos. Es alegórico de la raqueta el tema de la soledad en uno de los deportes de mayor meritocracia, y en el que al igual que ocurre con la existencia está llena de fases, que comienzan y terminan.
Icono de resiliencia y generador de energías, escribió un capítulo más, cerrando una etapa para poder iniciar otra, esa que le aleja de las pistas para siempre. Su último gemido provocó un interés mayúsculo en Málaga, por verle en su adiós pese a que no hubo truco de magia alguno, quedando eliminado a las primeras de cambio ante Países Bajos en cuartos de final. Un final agridulce pero de película, en el que pudo ser protagonista, y que tan solo se trata de otro inicio. Porque Nadal pierde una parte de su vida, pero su leyenda permanecerá intacta tras haber escrito una era en el olimpo del deporte. «Soy una persona que cree en la continuidad, en mantener a las personas que realmente te quieren y que hacen que el día a día sea mejor. Siempre he intentado ser buena persona. Espero que así lo hayáis percibido. Sinceramente, me voy de este mundo del tenis profesional habiendo encontrado muchísimos amigos en el camino», continuó el balear, una bestia competitiva que se presentó al mundo en aquella Davis de 2004 en Sevilla, y que se va por la misma puerta por la que accedió a la gloria.
Siempre mereció la pena intentarlo una última vez para quien se ganó el cariño de millones de aficionados gracias a una prestigio de tenista ejemplar y conducta intachable. Un tipo que cerró el círculo junto a toda la generación dorada del tenis español, que le acompañó de alguna manera u otra en su adiós. Feliciano López es hoy director del torneo de la Final a 8; David Ferrer es capitan al frente del equipo de jugadores, Carlos Moyá, entrenador personal del balear, y Juan Carlos Ferrero hace lo propio con Carlos Alcaraz, sucesor del manacorí y que logró llevar la serie frente a los neerlandeses al desempate del dobles, donde la derrota junto a Marcel Granollers consumó la retirada del mejor deportista español de la historia. Nadie quiso perderse el colofón final. «Todos los cambios en esta vida llevan un proceso de adaptación pero estoy tranquilo porque he recibido una educación que me permite afrontarlo con tranquilidad. Estoy tranquilo porque tengo una gran familia que me ayuda en todo lo que necesito diariamente. Muchísimas gracias», finalizó.
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Enlace de origen : Nadal, icono de resiliencia, cierra el círculo y una leyenda entre lágrimas