Javier Habans, el chico de oro del ajedrez español

Javier Habans, el chico de oro del ajedrez español

Manuel Azuaga Herrera

Sábado, 23 de noviembre 2024, 22:12

Domingo, tres de noviembre. En el restaurante Preferido de Florianópolis, en Brasil, Jesús de la Villa, excampeón de España de ajedrez, se toma un café mientras observa con atención la pantalla de su teléfono móvil. Con la ayuda de un módulo de análisis, sigue con interés una partida que se está jugando en ese mismo instante, a pocos metros, en el Hotel Canasvieiras. Se trata de la ronda 6 del Campeonato Mundial de Ajedrez sub-16. Con blancas, el noruego Aksel Kvaloy, el gran favorito para ganar el torneo. En el bando de las negras, el navarro Javier Habans, alumno de De la Villa. Ninguno de los dos contendientes ha perdido todavía. Arrancan el duelo con una apertura catalana. El café se va enfriando, tal y como ocurre con la posición que se dibuja en el tablero.

De repente, todo se precipita. En la jugada 22, Jesús de la Villa juega en su móvil como si él fuese el noruego y desplaza un caballo blanco a la casilla ‘d3’. Es el movimiento más natural, piensa. Pero en cuanto suelta la pieza y levanta el dedo, la barra de análisis rompe el equilibrio y señala una cierta ventaja para las negras. Es un error. «¡Claro!», se dice De la Villa. «Ahora Javier tiene un golpe precioso si captura con su caballo el peón de ‘d4’». En ese justo momento, Aksel Kvaloy realiza la jugada caballo ‘d3’ (Cd3). «Vamos, Javier, tienes que verla», balbucea De la Villa, con el corazón en vilo. «Caballo por ‘d4’». Un minuto y medio más tarde, dominado por una extraña sincronicidad, Javier ejecuta el salto esperado. «¡Sí!», casi grita Jesús en la terraza del restaurante. Es a partir de esta escena desde donde les cuento la historia de Javier Habans, un chico tranquilo que se ha convertido, sin hacer ruido, en campeón del mundo.

Frente al espejo de Elena

La madre de Javier, María Jesús, es peluquera. Javier Habans (padre) trabaja en el sector de la banca. Elena es la primogénita, la hermana de Javier. Lo curioso es que en la familia no existe ningún antecedente relacionado con el ajedrez. El único vínculo material es un tablero que a Javier padre le regalaron los Reyes Magos, hace ya unas décadas. Recuerda haber jugado, cuando era pequeño, con su primo Marcos y con su tío Julio. Poco más. Hasta que un día el matrimonio recibió una llamada del colegio. Al otro lado, la tutora de Elena: «Esta hija vuestra es muy inquieta».

María Jesús sabía que en el colegio impartían clases de ajedrez como actividad extraescolar. Apuntó a Elena, tan sociable ella, buscando una pizca de tranquilidad en su espíritu. Y la cosa funcionó. Tan pronto como Elena aprendió a mover las piezas, su padre tuvo que desempolvar el viejo tablero de Reyes. En casa, el pequeño Javier ronroneaba alrededor del juego y Elena se convirtió en su mentora particular. No tenía ni cinco años, pero a Javier el ajedrez le cautivó.

El factor suerte

Tanta pasión por las sesenta y cuatro casillas había que canalizarla. «Buscamos un club de ajedrez y, a decir verdad, elegimos el más cómodo para conciliar con la familia, el más cercano a casa», confiesa Javier Habans padre. «Íbamos a ciegas. No sabíamos nada. Tampoco, por supuesto, que en el club de Oberena conoceríamos a Jesús de la Villa. Ese fue nuestro golpe de suerte, no hay duda. Si hubiéramos abierto cualquier otra puerta, quién sabe si esta hermosa historia que estamos viviendo se hubiera escrito. Es la suerte de la vida». O de la Vi(lla), yo diría.

Una tarde, Diego Moral, profesor de iniciación en el club de Oberena, le comentó a Jesús de la Villa: «Fíjate en ese chico». De la Villa describe lo que sintió la primera vez que vio al pequeño Javier: «Tenía algo especial. Lo asombroso era que ya daba mate. Ese mismo año lo apuntamos a distintos torneos y su progresión se disparó a una velocidad espectacular».

En 2014, Elena dio la sorpresa al proclamarse campeona de Navarra sub-8. Viajó a Salobreña para participar en el Campeonato de España. La familia entendió todo aquello como una oportunidad y decidió que Javier también jugara el torneo, así podría competir contra chavales más experimentados. Javier estuvo a la altura del reto y Elena, por su lado, superó todas las expectativas convirtiéndose en campeona de España. El título le daba derecho a disputar el Campeonato de Europa en Batumi, a orillas del Mar Negro. Y allí que viajó también su hermano Javier, sin ELO (sistema de calificación individual) ni presión añadida, más allá que la de volver a probar entre los mejores. «Lo hizo realmente bien», recuerda De la Villa. «En cada torneo confirmaba su talento».

Elena fue apartándose de la competencia, al tiempo que los éxitos de Javier fueron llegando uno detrás de otro, de forma muy natural. Campeón de España en todas las categorías, con resultados realmente contundentes. «Su talón de Aquiles quizás sea la motivación. Su nivel baja un poco si no está motivado cien por cien», señala De la Villa. «En cambio, cuando está en forma, lo ve todo. No siempre encuentra la jugada más fuerte, pero sí una que sea suficiente. Javier tiene una técnica envidiable y, además, es capaz de descubrir planes a largo plazo en posiciones tranquilas. Por eso siempre sé que algo bueno se le va a ocurrir. Tiene una creatividad estratégica extraordinaria. En eso me recuerda mucho a Anatoli Kárpov».

Más allá del tablero

A su regreso de Florianópolis, con el título de campeón del mundo bajo el brazo, Javier fue recibido en el colegio San Cernín de Pamplona con un aplauso colectivo en los pasillos del centro. Sus amigos Diego y Gonzalo le habían escrito mensajes de wasap durante el campeonato. Ahora Javier volvía a casa como un héroe, aunque los que lo conocen de cerca saben que, más allá del tablero, sigue siendo un chico normal. «Soy del Madrid. Es verdad que antes era más futbolero, en la época de Cristiano y Messi. Ahora me gusta más el tenis. De hecho, lo practico cada semana. He seguido la carrera de Rafa Nadal y me encanta Carlos Alcaraz».

En 2021, Javier vivió una experiencia que nunca olvidará. Debido a las restricciones sanitarias de la pandemia del coronavirus, el alcalde de Pamplona, Enrique Maya, anunció la cancelación de las tradicionales fiestas de San Fermín. A cambio, se celebró un festival de ajedrez con la presencia de grandes maestros y del campeón del mundo, el noruego (otra vez un noruego) Magnus Carlsen. En la Plaza del Ayuntamiento se agolpó una multitud de aficionados, curiosos y fotógrafos para seguir el desarrollo de una partida entre Javier Habans, el genio local, y Carlsen. El navarro planteó una línea conocida como ‘ataque Trompowsky’ y, después de un medio juego muy preciso por ambos lados, logró firmar medio punto contra el mejor de la historia. La plaza aplaudió y sonrió, mascarillas mediante.

«Cuando hice tablas con Magnus Carlsen, mis amigos me felicitaban por haber empatado con Rey Enigma [famoso personaje que esconde su identidad bajo una malla ajedrezada]», recuerda Javier. «Yo les decía que no, que había sido con el campeón del mundo, pero algunos no se lo creían. Al final, todos comprobaron que sí, que no había trampa en lo que les decía».

Soñar en grande

¿Cómo es posible que un chico de 13 años ponga en aprietos a Carlsen? Gran parte de ‘culpa’ la tiene Jesús de la Villa, a quien Javier Habans define con tres adjetivos, al toque: «Reflexivo, paciente y analítico. Es un hombre sabio». Y tanto que lo es. Muchos lo consideran hoy el mejor entrenador del país. Su obra ‘Los 100 finales que hay que saber’ (Ed. Chessy) es un clásico moderno de la literatura ajedrezada, una joya didáctica que todo buen aficionado debería tener en su biblioteca.

Antes de poner la guinda al relato, permítanme que me detenga en un detalle. Me consta que a De la Villa, en esa pericia pedagógica tan suya, le gusta tirar de ejemplos inspiradores. Como el del neozelandés Jonah Lomu, leyenda del rugby, un deportista que falleció en 2015 a causa de un síndrome nefrótico, con solo 40 años. A pesar de sus 196 centímetros de altura y sus 119 kilos de peso, Jonah era capaz de correr 100 metros en solo 10,8 segundos, una marca de velocista. ¿De dónde sacaba ese superpoder? Lomu explicó la clave de su secreto: «Me atreví a soñar y… ¿quién puede criticarme por ello?». Jesús de la Villa anima a Javier desde esa misma enseñanza: «Atrévete a soñar. Nadie podrá reprocharte por hacerlo».

Planes de futuro

Miguel de Unamuno, apasionado del juego-ciencia (aunque la crónica oficial, de forma cruel, lo recuerda por lo contrario) pensaba que debemos centrarnos más en «ser padres de nuestro porvenir» que en «hijos de nuestro pasado». Así dicho, convence. Pero, claro, con 16 años es complicado ser padre de cualquier cosa, por más que seas un experto en encontrar planes infalibles sobre un tablero. Javier Habans, en este sentido, mantiene los pies en el suelo de la prudencia: «Dedicarse en exclusiva al ajedrez profesional es muy difícil. A pesar de lo que he logrado hasta ahora, que es mucho, no puedo ni imaginar lo que sucederá de aquí a unos años», reconoce. Y añade: «Tampoco sé muy bien a qué voy a dedicarme, aunque sí tengo claro que quiero estudiar algo relacionado con la economía. Ese mundo me gusta».

«Siempre sé que algo bueno se le va a ocurrir. Tiene una creatividad extraordinaria»

Le pregunto a De la Villa por esta misma cuestión, por lo que piensa sobre la progresión de Javier, toda vez que su alumno, con 2402 de ELO, está a menos de 100 puntos de lograr los 2500, primer requisito para obtener el título de gran maestro, máximo rango en ajedrez. «Soy muy optimista con él. Javier no es solo un muchacho maduro, también tiene una gran inteligencia social, por eso tengo la absoluta certeza de que le va a ir bien en la vida», sentencia de la Villa. «En ajedrez, ya es otro cantar. Todo va a depender de los esfuerzos que haga en los próximos años».

Tendrán que estar atentos a los próximos años (y giros) de esta apasionante partida. Quién sabe hacia dónde se dirige la aventura de este chico tranquilo que, sin hacer ruido, ya es campeón del mundo. En mi bloc de trabajo, escribo en negrita: «Javier Habans, el chico de oro del ajedrez español». Pero tacho «español» y pongo «mundial». Así mejor. Entonces apunto sin pensarlo una última línea: «Pase lo que pase, llamar a Javier dentro de seis meses». Ya les contaré.

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