Raquel C. Pico
Miércoles, 4 de diciembre 2024
En el verano de 2022, dos incendios de dimensiones abrumadoras arrasaron Zamora. Se quemó el 6% de la provincia, murieron cuatro personas, se perdió la reserva de la biosfera de la Sierra de la Culebra y hubo que evacuar a la población para evitar tragedias mayores. A Juan Navarro García su carné de prensa le permitió cruzar los controles de la policía durante el incendio y adentrarse en el epicentro de la tragedia. Volvió en 2023 y en 2024 para ver qué ocurría en los pueblos afectados y cómo se recuperaba una zona que había vivido, recuerda, una tragedia medioambiental peor por su alcance que la marea negra del Prestige. Lo visto sirve de base para ‘Los rescoldos de la Culebra’ (Libros del K.O), el ensayo periodístico en el que aborda este incendio y advierte también sobre el potencial peligro que entrañará el fuego en este contexto de emergencia climática.
-Cuentas que tras el incendio, había frustración ante lo que acababa de pasar, pero también una suerte de aceptación. ¿Vemos ya los incendios forestales como algo inevitable, una parte más del verano?
-Desde luego, la sensación que me queda es que en todas partes se asume que en verano ha habido incendios. Volvemos a lo de siempre, pero últimamente vemos una serie de circunstancias climatológicas que son muy extrañas y coincidentes. Lo que antes se consideraba un gran incendio (más de 500 hectáreas), ahora mismo nos parece un chiste. Nos parece hasta poco. Estamos levantando el listón.
-¿Nos falla el hecho de que no sabemos muy bien de qué nos hablan cuando dicen tantas hectáreas?
-Puedes decir el baremo este ya del chiste de «cuántos Bernabéus» es. En el caso de Zamora, que es el que nos compete en el libro, los dos incendios quemaron un 6% de la provincia, que equivale a la ciudad entera de Madrid. No es tan fácil decir que 1.000 hectáreas son muchas o pocas, pero es importante encontrar un buen baremo de comparación. Los de Zamora equivalían a una autovía de fuego entre Madrid y Barcelona.
-Das el dato de que en Zamora hay un 20% más de bosque que en 1964, ¿algo que vemos muy bonito desde la ciudad, pero tiene implicaciones?
-Es la importancia del contexto. Las administraciones van a vender muy felizmente que hay más bosque, pero luego hay que ver la letra pequeña. El bosque no significa una enorme extensión de robles, sino que haya muchas cosas que antes se trabajaban y se cultivaban que ahora están asalvajadas. Como no está el monte bien tratado y trabajado, está aquello de que los incendios se apagan en invierno. Como no hay cuadrillas, no hay medios ni recursos, cuando llega junio tenemos un grave problema.
-Justo hablas mucho de las condiciones de los bomberos forestales en el libro, que no son oficialmente bomberos y tienen una situación precaria aunque su papel sea decisivo. ¿Cómo se llega a esto?
-Es tremendo. Estamos viendo que su labor es necesaria ya no solo para los fuegos, sino para inundaciones o para adecentar el monte para cualquier tipo de emergencia. Ellos tienen la capacitación. Entiendo que los recursos públicos son finitos, pero es como [desde las administraciones públicas] bueno, vamos a intentar mantener esto apañado y vamos a esperar. El consejero dijo hace unos años esta frase que le persigue de que era un absurdo y un despilfarro mantener el dispositivo todo el año. ¿Es un despilfarro? La evidencia está reflejando que no. Hay otra cuestión. Por su convenio, estos brigadistas y bomberos actúan en el medio rural. Los pueblos están encantados de tener a diez bomberos con sus familias, que van a mantener la escuela, el bar o proyectos vitales. No solo apagan cuando hay llamas y cuidan el monte, es un proyecto de cierta ambición para llevar gente al medio rural, que es lo que no tenemos en ninguna comunidad.
«Los mayores que han pasado 50, 60 o 70 años de vida con esos bosques asumen que será un erial el tiempo que les queda»
-¿Cómo cambia un incendio de estas características un lugar?
-En los incendios hubo cierto músculo social, pero ya se ha apagado. Duró cuatro días y se acabó la función. La gente tiene el carácter resignado de podría ser peor. Pero sin la sierra que daba de comer al sector primario, al turismo rural, al avistamiento de lobo o a la biodiversidad es una puñalada gigante en el motor socioeconómico de la zona. La gente ya no habla de esto en los bares, prácticamente les tienes que sacar el tema. A no ser que haya una efeméride, está todo como amortizado, asimilado y a correr hasta la próxima que nos ataque.
-Quizás es demasiado pronto para ver a nivel social y económico las consecuencias.
-Los mayores que han pasado 50, 60 o 70 años de vida con esos bosques asumen que será un erial el tiempo que les queda. Los chavales que tienen ahora 15 o 20 años quizás no sean conscientes del valor de ese paisaje, no tengan la profundidad de pensamiento de que es lo que ha dado de comer a su familia y a muchas generaciones. Quedan 40, 50 o 60 años para que se restituya, es una afrenta a muchas décadas. Regenerar el bosque requiere una estrategia muy ambiciosa e inmediata. No hay tiempo que perder. Se está tardando mucho en quitar la madera quemada. Como la madera de árboles pequeños no vale, nadie ha vuelto para quitarlos. Ese tipo de historias evidencian lo poco que importa este territorio.
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Enlace de origen : «Lo que antes se consideraba un gran incendio, ahora mismo nos parece un chiste»