Viernes, 27 de diciembre 2024, 00:06
El patrimonio textil asociado a las imágenes de Jesús de la Diócesis de Cartagena es heredero de una tradición que se remonta siglos atrás, pero en el siglo XVIII alcanza cotas de excelencia desconcertantes. Murcia siempre ha sido muy discreta en sus consecuciones. El historiador del arte e investigador Santiago Espada Ruiz, autor de ‘Silencios vestidos’ (2022), sabe como pocos que Murcia atesora magníficos ejemplos de tejidos labrados del barroco tardío.
El más simbólico quizás sea la túnica del centenario de Nuestro Padre Jesús Nazareno (cerca del año 1700 y propiedad de la Real y Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Murcia). Un raso de seda de color carmesí intenso, descrito por Espada en un reportaje en LA VERDAD en 2022, «sobre el que, mediante brocado de trama lanzada e hilos metálicos de plata de alta calidad, se ha efectuado un singular diseño ‘bizarre’ que recoge una desbordante interpretación de la naturaleza». Prestad atención a esta finura: la túnica está «orlada en todo su perímetro con encajes ‘Punto de España’ manufacturados con hojilla e hilos de oro fino». Es más, el que guarnece todo el bajo de la capa, con 27 cm de ancho, «es en sí mismo una verdadera obra de arte». Así nos descubrió el historiador del arte esta pieza, la más suntuosa y relevante de su tipología de cuantas se conservan en Murcia, y, además, con su cordonería original. Este elemento tiene un valor fuera del orden, ya que la historia de Murcia está sustentada también sobre contribuciones anónimas, a veces infravaloradas, y tenidas por minúsculas, pese a su magna relevancia.
No hay nada más comunitario que la construcción de la cultura. La historia contada por Santiago Espada nos lleva a pensar en la importante función que han tenido las cofradías y hermandades en la custodia de un patrimonio tantas veces tenido por indigno de premio o alabanza, como es el arte textil de las imágenes de la Diócesis de Cartagena. Es algo que nos conecta derechamente con el dinamismo económico y artístico de una época. El ‘incantamentum’ y la complejidad del Barroco siguen filtrándose en los detalles más triviales.
El entendido celo que despierta la protección de estos bienes contrasta con la ligereza con la que se ha permitido que los lugares donde se manufacturaban muchas maravillas sean hoy apenas una imagen irreproducible, casi un enigma sobre papel fotográfico. Me refiero a antiguos molinos, solo en contados casos salvados de la ruina y rehabilitados con un uso lógico; a las casas-torre de la huerta, que cobijaron a algunas de las más reputadas familias relacionadas con el negocio de la seda y a cuyo deterioro asistimos impávidos, seguros de que no habrá nada que frene su desmoronamiento (¡se nos acumulan las desgracias!); o, incluso, edificios civiles en barrios y pedanías que albergaron vidas ya vividas y que solo encuentran hoy eco en archivos, hemerotecas y bibliotecas, en libros, periódicos y lienzos, así como en los más que necesarios Talleres de Historia Local que se ofrecen en la red de centros culturales del municipio de Murcia. Al final va a ser verdad que amamos solo aquello que nos duele… aunque ni lo que nos duele parece que pueda salvarse de la esfumación.
Es preciso incidir en la necesidad de proteger, conservar y preservar todos los bienes asociados al patrimonio de un lugar, y puede considerarse que esta institución, que cumple un cuarto de siglo este 2024, nuestro querido Museo de la Ciudad de Murcia, ha sido de las que mejor han entendido y practicado los mandatos de la Unesco. «Ciertos bienes del patrimonio cultural y natural presentan un interés excepcional que exige que se conserven como elementos del patrimonio mundial de la humanidad entera». En cierto modo, esto es lo que pone en práctica este museo desde su fundación. Ese logro es, con humildad, la mayor aportación del equipo liderado por Consuelo Oñate («somos un centro de interpretación de la historia de la ciudad en todas sus vertientes: efemérides y personajes históricos; geografía, economía y paisaje; etnografía, costumbres y festejos…») y por Clara Alarcón, ahora en la coordinación de este espacio, junto a la nómina de empleadas y empleados públicos que lo han hecho posible con denuedo, dando más tiempo del que tenían, y tantas veces sin agradecimientos ni públicos encomios. El amor a Murcia está en todo lo realizado.
Un deseo para los próximos 25 años
Esta muestra, en la que han colaborado 25 artistas y fotógrafos y 25 escritores y periodistas, sirve también para evocar el olvidado imperio de la seda (la gran historia de Murcia por contar; Juan Torres Fontes ya siguió la pista de los mercaderes genoveses y su admiración por los tintoreros murcianos) y el Barroco, la crianza del gusano de seda con hojas de moreras en cajas de zapatos agujereadas (las peñas huertanas son las que mantienen vivas tradiciones como la recogida del capillo), la confección de sillas (sean o no descalzadoras) de madera con seda adamascada, y, en otro orden, los ajuares domésticos de vidrio y loza, con una diversidad de escenas para escoger (costumbristas, chinescas y orientalizantes, paisajes, florales y pájaros, taurinas, bélicas, y cinegéticas…), la arquitectura popular barroca (imposible olvidar a figuras como Francisco Fuentes, aparejador, profesor de Bellas Artes y mecenas, y artífice de que el Palacete de la Seda de Santa Cruz siga en pie).
Cabe hablar de todo ello, pero expresando un deseo: ¿a quién no le gustaría que, cuando en 2049 se conmemore el 50 aniversario del Museo de la Ciudad de Murcia, podamos estar hablando de la debida integración y adecuación en su entorno de la infraestructura que ocupa en la calle Acisclo Díaz la abandonada Real Fábrica de Salitres? Creada en 1654 por real orden de Felipe IV, sirvió para el acopio y refino de materias primas para la fabricación de pólvora. El museo, en la casona y junto al huerto de los López-Ferrer, y todo su entorno, con el monasterio agustino del Corpus Christi a un lado y la Real Fábrica en el otro extremo, tiene un peculiar encanto, incluso sin estar a la vista la acequia mayor Aljufía. No hay mejor lugar que esta manzana para rescatar todo este vasto conocimiento asociado a la sericultura, a la vida económica alrededor de los gremios y cofradías -del Palacio del Contraste de la Seda en Santa Catalina solo queda hoy la fachada reubicada en el Museo de Bellas Artes (Mubam)- y a los orígenes de las Reales Fábricas que operaron en el siglo XVII (Pólvora, de carácter utilitario) y el XVIII (Sedas a la Piamontesa, de lujo), y todas las factorías implantadas en el siglo XIX (Tolonesas en el vecino jardín de la Seda).
25+25
El Museo de la Ciudad de Murcia muestra estos días los trabajos de 25 fotógrafos y 25 escritores y periodistas de la Región de Murcia distribuidos entre las piezas y elementos de la colección permanente, destacados e identificados para poder admirarlos a medida que se recorren las distintas salas del museo. El objetivo era una nueva mirada a partir de la observación y la reflexión en torno a elementos patrimoniales y hechos de nuestra historia.
Hay muchas cabezas que no dejan de pensar en cómo hacer que estos tiempos olvidados puedan ser, al menos, explicados a las nuevas generaciones. Es llamativo el caso de la murciana Edenia Bolarín, quién hace unos años nos descubrió una cosa insólita que había adquirido en Italia y que alberga en unos almacenes en espera de darle un destino definitivo. El valor que representa en su conjunto es extraordinario. Me refiero a todo lo necesario para poner en marcha una fábrica de la seda como las que funcionaron entonces en Murcia. Cuando tuve conocimiento de aquello lo describí en el periódico como «un maremágnum de máquinas, telares y minitelares, ruecas, mesas de trabajo y una colección de sedas de los siglos XVIII, XIX y XX, procedentes de la Fábrica Real de Seda de San Leucio en Caserta [en la región de Campania, a 25 kilómetros de Nápoles]». Uno de los empeños de Bolarín era la creación de un distrito creativo, Al Tiraz, en torno al mitificado hilar de seda, del que nunca más se supo. Podemos soñar. ¡Tenemos 25 años por delante!
Amplían unas semanas más la intervención por la «magnífica acogida»
Dada la «magnífica aceptación de público» que ha tenido y está teniendo esta iniciativa del Museo de la Ciudad, ’25+25 Museo Intervenido’, la dirección de la institución ha ampliado unas semanas más la intervención del Museo, «a fin de aprovechar estas fiestas navideñas y que pueda seguir siendo visitada». La exposición, comisariada por José Luis Montero y Rosario Guarino, se acompaña de un libro-catálogo, una verdadera joya, con todas las colaboraciones. Es de descarga gratuita, en formato PDF, en la sección de publicaciones de la web del museo. Además, incluye el apartado ‘Un apunte de investigación’ con 13 artículos de curiosidades de la historia local.
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Enlace de origen : 25 años del Museo de la Ciudad de Murcia: rescatar hoy aquellos tiempos de riquezas