Cuestión de gustos

Me gusta que haya cosas que no me gustan, que se hagan cosas que no hago y que se vaya a sitios a los que no voy ni iría. Me gusta que exista el golf, al que no juego, y la ópera en teatros, que nunca he visto, y el trap, que ni escucho ni entiendo. Me gusta que exista Schostakovich, incomprensible, y Melendi, que solo oigo en los pasillos de las tiendas, a las que no voy mucho. Me gustan las secadoras, que no uso, y aún más la batidora, que no se en qué cajón está. Me gustan las novias, aunque no sean mías. Me gustan las listas de Spotify que no escucho y las webs que no leo. Me gustan los idiomas que no hablo. Me gusta el wakame, que no me gusta, y me gustan las algas marinas, que nunca probaría. Hasta me gusta que exista la tuna, que evito sin dudar cuando huelo a bandurria.

Me gustan los restaurantes con barra, aunque las use muy poco, porque soy de Murcia, que tiene uno por habitante y dos por turista. Casi no salgo de fiesta, pero me gusta que otros lo hagan. Me deprimen los países que se mueren a las seis, tan europeos, tan contenidos. Me gusta evitar a las personas que entran en los sitios de los que huyo, aunque mucha de esa gente, que me gusta, no me guste. Prefiero un bar de abuelos a uno de copas, aunque apenas vaya a ninguno, y aún más los cafés, que sí me gustan, hasta para escribir a veces como si fuera Hemingway y hubiera gente mirando.

Algo así debería pasar por la cabeza de Alain Labet allá en los 80, le gustaban los vinos oxidativos que se hacían en su zona, pero siempre creyó que el futuro de la chardonnay que su familia tenía plantada desde los 40 en el sur del Jura era otro. Alain fue el primero (junto al gran Pierre Overnoy, del que ya hemos hablado aquí) en elaborar vino en el Jura de forma más reductiva, llenando las barricas hasta arriba y evitando así la formación de velo, lo que deviene en vinos oxidativos. El objetivo de Alain, y más tarde de su hijo Julien, era que sus vinos reflejaran de forma más fehaciente la viña, la uva, el suelo y el clima.

Esta pequeña revolución llevó a muchos a utilizar este método y a hacer de la zona del Jura una fragua de vinos blancos extraordinarios. Julien, después de haber trabajado en Ramonet en Borgoña, supo cómo poner en valor sus vinos. Su padre ya practicaba una agricultura respetuosa y ética, evitando usar cualquier sustancia química y reduciendo el uso de azufre al mínimo, incluso en los años más complicados. La Reine es su parcela más particular, tan solo 0,16 hectáreas plantadas en 1947, un vino que refleja su estilo de forma perfecta. Vinos salinos, cítricos e intensos. Quizás los Labet no tenían las ideas claras cuando empezaron. A veces pasa.

También cuando nos equivocamos servimos para algo. Queda el reconocimiento por lo que sí tenemos, por lo que sí podemos, por lo que sí sabemos. Queda el viaje. Queda andar. Queda el entusiasmo de tratar de ser. Y queda, sobre todo, el poder volver a empezar. Su renacer en los 80 y su reafirmación a principios del siglo XXI, ha hecho de su bodega, casi 70 años después de nacer y tras girar unas cuantas veces, lo que todos quieren ser ahora.

Las brujas siempre han tenido un lugar en el imaginario popular. Solo en el País Vasco existen más de 60 lugares con nombres inspirados en ellas. Lugares mágicos que solo hace falta recorrer para sentir su influencia. Según la leyenda, la ladera de Sorgintxulo, donde Aitor y su primo Jon empezaron el proyecto de Makatzak, es uno de esos lugares mágicos y llenos de fantasía. Con apenas tres hectáreas, están construyendo un mundo propio donde el Txakoli está cogiendo la fuerza que se merece. Uno de los resultados de este trabajo es Sorkin, un vino tenso con una acidez y frescura maravillosas. Un vino blanco que desprende toda la magia de un proyecto único dirigido por dos primos amantes del vino y de la tierra de la que proceden.

William Abrego

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