Jueves, 16 de enero 2025, 19:40
Una frase introducida en el diálogo de ‘Terciopelo azul’, «vivimos en un mundo extraño», es, al mismo tiempo, declaración de principios y definición perfecta del móvil que animaba todas sus historias. David Lynch abrió una brecha por la que se coló en el cine americano un mundo extrañamente oblicuo, con frecuencia morboso cuando no pervertido, suspendido entre la realidad y el sueño, que dio a la palabra fantasía una significación no prevista por los escapistas Lucas y Spielberg. El autor de ‘El hombre elefante’ y ‘Corazón salvaje’, de ‘Dune’ y la revolucionaria serie ‘Twin Peaks’, nunca tuvo miedo de adentrarse en el caótico universo de su propio onirismo.
Si soñar es un escape y si el cine se erige en un espejo donde se reflejan los miedos y anhelos de la sociedad de su tiempo, no queda otro remedio que asumir la obra de David Lynch como una invitación para perdernos en el bosque de tentaciones prohibidas y deseos insatisfechos que modela nuestro subconsciente. Esos fantasmas y obsesiones no son privativos de la estimulante imaginación del director de ‘Cabeza borradora’, sino que forman en realidad parte integrante e imprescindible de nuestra personalidad más íntima y oculta.
¿Cómo definir a un tipo capaz de hacer reír con la muerte y de provocar el llanto con la hora del té, de mostrar la brutalidad con candorosa limpieza y de fotografiar la inocencia como la más sucia de las perversiones? David Lynch murió este jueves a los 78 años y su familia lo ha confirmado en las redes sociales con el mismo espíritu irónico que empapó su obra: «Hay un gran agujero en el mundo ahora que ya no está con nosotros, pero como él diría: ‘Mantén la vista en el donut y no en el agujero’», han escrito sus allegados. El director reveló en 2020 que sufría un enfisema pulmonar provocado por su adicción al tabaco desde los 8 años. Siguió fumando dos años más, hasta que necesitó oxígeno a diario.
En algún momento de los años 90, David Lynch pareció perder la olla por completo. Predicaba la meditación trascendental con un maharishi, sacó al mercado una marca de café orgánico -se tomaba veinte tazas al día- y en su página web apareció a diario durante años para contarnos el tiempo que hacía en Los Ángeles. Hasta se sentó en una acera de Los Ángeles junto a una vaca lechera para pedir el voto de los académicos de Hollywood y brindarle el Oscar a Laura Dern. Su actriz fetiche -la Sandy de ‘Terciopelo azul’, la Lula de ‘Corazón salvaje’-, protagonizó en 2006 su último largometraje dentro del circuito comercial, la fascinante y desasosegante ‘Inland Empire’.
Con la excepción de su regreso al universo de ‘Twin Peaks’ en 2017, los últimos años de su filmografía son una sucesión de cortos y videoclips, piezas sobre su obsesión por la meditación o del jaez de ‘David Lynch cocina quinoa’. Sin embargo, en los 80 y 90 tuvo la ambición, el talento y el dinero necesarios para convertirse en el ‘auteur’ por antonomasia del cine americano. No está mal para el hijo de un agente del cuerpo forestal y una profesora de lengua, que nació en Missoula, Montana, en 1946. Tuvo una infancia idílica en una América rural salida de las ilustraciones de Norman Rockwell y estudió pintura y delineante industrial. Viajó por Europa, regresó para ingresar en la Academia de Bellas Artes de Filadelfia y en 1977 estrenó ‘Cabeza borradora’, una portentosa y surrealista pesadilla de humor negrísimo, en la que el protagonista pierde literalmente la cabeza, utilizada después para fabricar la goma de borrar en la punta de un lápiz.
Fracaso de ‘Dune’
Convertida en un clásico de las sesiones de medianoche, ‘Cabeza borradora’ fue el pasaporte para que Mel Brooks le confiara en 1980 ‘El hombre elefante’, basada en la historia real de John Merrick, cuyas deformidades le convirtieron en una atracción en la Inglaterra victoriana. Lynch se las apañó para conciliar sus obsesiones con el edificante mensaje de un largometraje en bellísimo blanco y negro que emocionó al gran público. ‘Dune’, adaptación de la fantasía galáctica de Frank Herbert, fue el rodaje más complicado de su carrera y un fracaso comercial a pesar de las imperecederas imágenes que atesora.
‘Terciopelo azul’ permanece como el filme más celebrado de su autor, un moderno cuento de hadas negro, donde orejas cortadas, perversiones diversas, torturas, sexo y muerte aparecen como elementos cotidianos en la vida de una inocente población provinciana. «Centré ‘Terciopelo azul’ en un sitio parecido al lugar donde nací», relataba su autor. «Pero dentro de esa tranquilidad siempre se esconde algo oscuro. Eso es lo que yo busco, encontrar el trasfondo de las cosas». Amanece y bajo un césped impoluto se ocultan hormigas que realizan el feo trabajo de devorar una oreja cercenada. La bajada a los infiernos del protagonista le servirá para entender la frase ‘leit motiv’ con la que arrancábamos este obituario: «Vivimos en un mundo extraño».
¿Quién mató a Laura Palmer? David Lynch reinventó la televisión a comienzos de los 90 con ‘Twin Peaks’, una serie que satirizaba las convenciones del género y sirvió de modelo a un sinfín de imitadores. Antes, mucho antes de las plataformas, los espectadores quedaron enganchados a un cadáver envuelto en plástico y la posterior investigación para encontrar al asesino. El cineasta desentraña la madeja de podredumbre y juega con los elementos del folletín sin renunciar a su particular mundo morboso. Todavía hay quien sueña con la Mujer del Leño, el enano bailarín, la habitación roja, el agente Cooper y las nanas hipnóticas de Angelo Badalamenti.
A partir de ‘Twin Peaks’ se aceptaron en las series televisivas los elementos oníricos, la extrañeza, la turbiedad. La Palma de Oro en Cannes por ‘Corazón salvaje’ (1990) supuso el cénit de la carrera de un director con tres nominaciones al Oscar (por ‘El hombre elefante’, ‘Terciopelo azul’ y ‘Mullholland Drive’) y una estatuilla honorífica en 2019. Aquella ‘road movie’ satírica protagonizada por un irresistible Nicolas Cage sacudía en la misma coctelera a Kerouac y ‘El mago de Oz’, a Elvis Presley y Buñuel. Cuatro años más tarde, sorprendió al mundo con una obra maestra, otra ‘road movie’ a siete kilómetros por hora, en la que un anciano cruza medio Estados Unidos en una segadora, de Iowa a Wisconsin, para encontrarse con su hermano. Una crónica sencilla y sincera, con una limpieza digna de King Vidor y la grandeza de un western fordiano.
En el Hollywood actual ya no es posible la existencia de un artista como David Lynch, que tuvo que financiar sus últimas obras con dinero europeo y a duras penas encontró distribución en su país. Queda una obra que nos invita a asomarnos a las tinieblas, la mirada irrepetible de un director que se asomaba a la luz pero se sumergía en la oscuridad. De descifrar el reino de lo inexplicable se ocupaba el propio Lynch al suministrar la particular sinopsis de ‘Mullholland Drive’: «Primera parte: se encontró dentro de un misterio perfecto. Segunda parte: una triste ilusión. Tercera parte: amor».
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Enlace de origen : Muere David Lynch, el maestro de lo extraño