Donald Trump es ya el presidente 45 y el 47 de Estados Unidos. El hombre que en 2021 desairó a sus sucesores negándole cualquiera de las cortesías que ellos le dieron este lunes, les humilló sin contemplaciones durante su discurso inaugural, acusándolos de ser parte … de un sistema «radical y corrupto, que le ha chupado el poder y la riqueza a los ciudadanos». Joe Biden, Kamala Harris, Bill y Hillary Clinton y George W. Bush le escuchaban con cara de circunstancias y aún le estrecharon la mano al despedirse. El contraste entre las dos eras que se relevaron no podía ser mayor, ni más claro.
No hay que equivocarse. Trump quiere ser «un pacificador, un unificador», diría antes de tenderle la pipa de la paz al líder demócrata, Chuck Schumer. «¿Y si nos entendemos? Vosotros no vais a aprobar ninguna ley nuestra, ni al revés, algo tiene que cambiar, ¿no?», contó él mismo que le soltó en ese reencuentro. A primera hora había atendido un servicio religioso en la catedral de St John y había sido recibido en la Casa Blanca por Biden y su esposa, que posaron junto a ellos con una sonrisa forzada, ahora en desuso, porque el discurso descarnado del presidente es parte del guion. Una de las piedras angulares de su movimiento ‘America First’, que a partir de hoy pone a prueba su filosofía en el poder. «Desde este día en adelante, nuestro país florecerá y será respetado de nuevo en el mundo», prometió amenazante. «Seremos la envidia de cada nación y no permitiremos que nadie se aproveche de nosotros ni un día más».
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La «época dorada de Estados Unidos», basada en la fuerza y el orgullo, empieza con dar permiso a todos para decir lo que quieran, sin miedo a ofender, y continúa con repeler las políticas de identidad asociadas a la cultura ‘woke’. «A partir de este momento la política oficial de EE UU es que solo hay dos géneros: hombre y mujer», anunció, minutos después de jurar la Constitución sobre la Biblia que portaba su esposa, la exmodelo eslovena Melania Trump. Su estilo de capa y tocado marcaba también el contraste con la vieja generación de conservadores republicanos, embutidos en sus abrigos tradicionales.
Declaración de intenciones
«Mi elección es un mandato para devolver a la gente su fe, su riqueza, su democracia y su libertad»
Las organizaciones de derechos civiles están preparadas para luchar contra los azotes sociales que anunció, pero con el Congreso entregado a su causa y una mayoría de jueces conservadores en el Tribunal Supremo, tres de ellos nombrados por él, el ideario de Trump está destinado a transformar a una generación.
Un líder empoderado
«La marea del cambio está barriendo el país», declaró satisfecho. Lo suyo no es solo una vuelta triunfante, sino la de un presidente empoderado, que ha salido con el puño en alto de una sangrienta batalla con el sistema. Los dos juicios de ‘impeachment’, los cinco casos criminales que tenía abiertos, dos intentos de asesinato y numerosas investigaciones políticas en el Congreso no sirvieron para frenar su victoria. Trump ha luchado como jabato en los cuatro últimos años para vengarse del sistema, al que leyó este lunes la sentencia popular. «Mi reciente elección es un mandato para darle la vuelta por completo, revertir las muchas traiciones que han ocurrido y devolver a la gente su fe, su riqueza, su democracia y, ciertamente, su libertad», proclamó. «Desde este momento el declive estadounidense se ha acabado», lapidó.
Uno de los entuertos que pretende deshacer es el de restituir con beneficios y honores a los militares despedidos por negarse a ponerse la vacuna del covid. Su decisión con respecto a «los rehenes del 6 de enero», de cuyo asalto exculpó este lunes a la exportavoz del Congreso Nancy Pelosi, es una que «hará feliz a todo el mundo», prometió la víspera. Lo que hace un mes parecían desbarres casuales se formalizaron en este histórico discurso en el que se comprometió a «tomar de vuelta el Canal de Panamá, porque Estados Unidos no se lo dio a China». Una de sus primeras medidas, anunciada ahí, sobre la marcha, es la de designar a los cárteles de la droga como organizaciones terroristas, lo que eleva la polémica guerra que tanta violencia ha desatado en Latinoamérica a un nuevo nivel que involucra a las fuerzas armadas.
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Trump planea mandar al ejército a la frontera, en la que ha declarado la emergencia nacional para poder ampararse en leyes desterradas, como la Alien Enemies Act de 1798, que le permitirá invocar poderes extraordinarios para deportar a cualquier extranjero mayor de 14 años que proceda de un país enemigo. Será la herramienta con la que elimine a las «bandas criminales extranjeras» que se habían multiplicado en vídeos de TikTtok o YouTube y amedrentaban a edificios enteros en Aurora (Colorado), una de sus paradas de campaña y parte del panorama dantesco en el que ha dibujado al país. Las autoridades niegan rotundamente que haya bloques controlados por pandillas de venezolanos, como tampoco hubo haitianos que se comieran a los perros y gatos de Springfield (Ohio).
Invasiones y amenazas
La verificación de datos, que rechaza como parte de una censura cultural, no le impedirá cumplir su promesa de defender a EE UU de invasiones y amenazas «como nunca se ha visto antes» y tener el ejército más poderoso del mundo. Eso empieza por detener «por completo» la entrada de inmigrantes indocumentados a través de la frontera sur. Sigue también en México, ya que pretende recuperar la industria nacional a golpe de arancel, lo que paradójicamente podría aumentar la inflación de precios que promete «bajar rápidamente». El uso de los aranceles a otros países en todos los sectores será tan extenso que este lunes anunció la creación de un Servicio de Ingresos Extranjeros, que se encargará de cobrarlos.
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Sobre la marcha también comunicó que cambiará el nombre del Golfo de México por el Golfo de América y plantará «barras y estrellas en el planeta Marte». Y otra emergencia nacional más, la que le permitirá autorizar nuevas perforaciones y usar todo el petróleo que EE UU tiene en sus reservas para bajar el precio de los combustibles.
El presidente quiere las investiduras en el interior del Capitolio
La ola de frío que soporta Washington desde hace días obligó a trasladar la toma de posesión de Donald Trump de las escalinatas del Capitolio a su interior. El lugar elegido, la sala bajo la cúpula del edificio, conocida como Rotonda, le pareció tan magnífico al nuevo mandatario que propuso que de ahora en adelante sea la sede de todas las investiduras. Sus seguidores, apostados en el exterior pese al termómetro bajo cero, no podían estar más entusiasmados con lo que habían oído del discurso del republicano. «No sabía lo que iba a decir el presidente», relató tras el discurso su vicepresidente, JD Vance, «pero me dije a mí mismo: ‘Dios, espero que no se contenga, y ¡diablos si no se ha contenido!’».
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