Son 108 fotografías en blanco y negro que, vistas ahora, cuentan una historia de pérdidas y alguna hazaña, con cierto sabor a melancolía. El cronista … oficial de Mazarrón, Mariano C. Guillén Riquelme, acaba de rescatar en una cuidada publicación el legado fotográfico de Hans Nonnast (1887-1980), un ingeniero alemán destinado a la fundición Santa Elisa que con su cámara dejó constancia, hace un siglo, de una sociedad en pleno cambio, que se asomaba a la modernidad. Las instantáneas procedentes de los álbumes personales (cedidas por la familia y de una alta calidad técnica) aparecen agrupadas por temáticas y documentadas al detalle por Guillén, en una labor de investigación que le ha llevado un año de trabajo.
El joven Nonnast llegó a Puerto de Mazarrón en 1911 para trabajar en el laboratorio químico del complejo que la compañía metalúrgica tenía junto al cabezo del faro. Inquieto y con una mente curiosa, se enamoró del mar y de la luz mediterránea, y no tardó en encajar entre la élite local a la que inmortalizó para la posteridad. Su llegada tuvo que ser una bocanada de aire fresco en aquel entorno provinciano. Promovió el teatro ‘amateur’, el escultismo y la vida saludable. Fundó el primer club gimnástico, donde puso en práctica unas técnicas de musculación hasta ahora desconocidas en el municipio. El testimonio gráfico de la vida cotidiana se enriquece en el libro con los precisos comentarios de Guillén. El investigador y académico de la Real de Alfonso X el Sabio consigue situar al lector en el contexto histórico. Recuerda, por ejemplo, que el estallido de la Gran Guerra (1914-1918) también tuvo su impacto en Puerto de Mazarrón porque las potencias rivales que se enfrentaban en las trincheras europeas compartían aquí intereses económicos tanto en la fundición como en los explotaciones mineras del distrito. De hecho, sin quererlo, Nonnast se vio salpicado por el conflicto: se le prohibió seguir adelante con el prototipo de aeroplano sin motor que inventó –y que probó con éxito lanzándose desde el promontorio de la Cumbre– ante el temor de que pudiera pasar información a sus compatriotas alemanes sobre su nuevo «aparato volador».
Santa Elisa y el Alamillo
‘Hans Nonnast, retrato de una época (1911-1927)’, editado por el Ayuntamiento con la colaboración de la RAAX y la Fundación Cajamurcia, con diseño de José Luis Montero e impreso por Pictocoop, también abre una ventana a la nostalgia. Porque la mayoría de los escenarios fotografiadas ya no existen. De la fundición Santa Elisa, con sus famosos cuatros hornos Piltz, apenas quedan unas pocas piedras de la base de la imponente chimenea; la privilegiada parcela del chalé del director de la metalúrgica, con su coqueta sala de billar y su pista de tenis, la ocupa ahora la residencia del Peñasco; y la casa de veraneo del ‘Cojo regente’, en el palmeral del Alamillo, y el chalé de don Ginés (su sobrino y polémico alcalde) son ya recuerdos que se habrían esfumado para siempre de no ser por las fotografías de Nonnast.
Mariano Guillén destaca «la visión tan particular» del químico alemán que puso el objetivo en rincones «en los que los lugareños nunca se hubieran fijado», como la pedregrosa subida al paraje de Balsicas o la sinuosa carretera de Cartagena desde el Alto de la Cuesta. El cronista destaca que el álbum recoge «momentos irrepetibles», como la histórica nevada de principios de enero de 1914, que cubrió de blanco las sierras litorales de Cabo Tiñoso. «Dejó un legado de cómo era la gente, el Puerto y su lugar de trabajo. Tiende un puente entre el pasado y el presente», remarca.
Para Fernando Nonnast Abellán-García, que acudió a la presentación del libro, las instantáneas de su abuelo, que había visto infinidad de veces en casa, son «un documento histórico que ahora cobran vida». Con los comentarios «eruditos y exactos» de Guillén, «el lector no se limita a ser un observador del pasado sino que se pone en el lugar del objetivo de esa cámara, como un integrante más de la vida que allí sucede». Y contó su experiencia al leer por primera vez el libro: «Las fotografías ya no venían del pasado a mi presente, sino que me arrastraban a mí hasta el instante justo en que fueron creadas; ya no eran un recuerdo, sino un escenario; ya no eran solo una imagen, sino el espacio en que sucedían los días de mi abuelo».
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