La ‘Champions’ de los que llegan en patera

La ‘Champions’ de los que llegan en patera

Lunes, 17 de marzo 2025, 01:31

Es lunes 10 de marzo. Cinco de la tarde. La noticia del día en Cartagena es que la ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, ha anunciado en una entrevista concedida a LA VERDAD que es «muy posible que tengamos que mantener el campamento del Naval de Cartagena más de lo previsto». Lo previsto era desmantelarlo en junio, pero como mínimo permanecerá abierto hasta finales de año. No hay bares en el entorno del antiguo hospital de Defensa y existe poco movimiento en los residenciales más cercanos al CETI, el viejo y el nuevo Rosalar y Puerta de Hierro.

El periodista, por tanto, se centra en las personas que suben o bajan hacia Tentegorra, pulmón verde de la ciudad que también se ha situado en el foco de la polémica en las últimas semanas debido al cierre del parque Rafael de la Cerda, conocido popularmente como los Canales desde que abrió sus puertas en 1952. «Esto es un vergüenza. Esto lo dejan abierto y Tentegorra lo cierran», dice un jubilado abordado por LA VERDAD a escasos metros de la puerta del CETI.

Cuando se le pregunta nombre y edad, tuerce el gesto y sigue su camino. «Están pasando muchas cosas y no se cuenta la verdad. El Gobierno no quiere que se sepa la verdad», suelta cuando ya ha emprendido su marcha junto a su compañero de caminata. Por allí baja un vecino del Rosalar, Antonio, que rondará los 40 años. Se para y habla. «Cuando llegaron [en noviembre de 2023] hubo manifestaciones y todo el mundo se puso súper nervioso. En nuestra comunidad de vecinos quisieron aprobar una derrama para poner cámaras de seguridad, porque los vecinos decían que los inmigrantes iban a saltar la valla para bañarse en la piscina y robar en las casas. Sé que los del Poblado de Marina [residencial militar anexo al Naval] pusieron seguridad privada. Pero yo ando todos los días por aquí y la verdad es que esta gente no da problemas», cuenta.

  • 600
    plazas es la capacidad oficial del campamento del Naval, que es un centro de emergencia y derivación de inmigrantes llegados a España de manera irregular que lleva abierto desde noviembre de 2023.

  • 4.065
    personas llegadas en patera a Canarias han pasado por el CETI de Cartagena. De ellas, la mayoría procedían de Malí, Costa de Marfil, Senegal, Somalia, Guinea y Sudán del Sur.

  • 3.127
    peticiones de asilo se solicitaron en la Región de Murcia en 2023, que es el último dato conocido. Eso hace que sea la undécima comunidad del país en este ranking. Solo un 20% de los solicitantes de asilo fueron migrantes africanos.

Han pasado diez minutos y sale un nutrido grupo de africanos alojados en el campamento, risueños y en animada conversación. Según datos del Ayuntamiento, ahora mismo cerca de mil personas conviven allí a diario. Los chicos llevan un balón y casi todos lucen botas de fútbol o fútbol sala. El periodista se presenta y les pregunta si les puede acompañar. Sin problemas.

Lassana, un guineano de 24 años, lleva la voz cantante. Cuenta que lleva tres meses en el Naval. Salió de su país porque «no había nada que hacer ni dinero para comer». De allí, a Mali. Luego, a Mauritania. En patera, a Canarias. Y tras unas horas de espera e incertidumbre en el puerto grancanario de Arguineguín le llevaron al aeropuerto. Le subieron en un avión, aterrizó en Alicante y después le trajeron en autobús a Cartagena. Confiesa que le costó unos días saber donde estaba. «Sabía que había llegado a España, pero no sabía nada más», dice mientras la nutrida expedición de migrantes con un periodista local infiltrado baja hacia el abandonado campo de fútbol de San Antón por la concurrida avenida Sebastián Feringán.

Expulsados del Palacio

Uno de los chicos, «el que mejor juega al fútbol de todos», se llama Ibrahima. Es de Mali, tiene 22 años y quiere entrar al Palacio de Deportes «para ver un partido». En realidad, lo que hacen algunas tardes es sentarse en las gradas de la pista auxiliar del Palacio de Deportes a ver los entrenamientos de los equipos de cantera del Jimbee de fútbol sala. Y eso es lo que hacemos. Pero esta vez no hay fútbol sala, sino gimnasia rítmica. Y duramos poco. A los cinco minutos, una madre le dice a Lassana, Ibrahima y el resto de africanos que no pueden estar allí, que las gradas están reservadas para familiares y que se tienen que marchar. Sin problemas. Nos vamos. Al salir, la conserje que apura un cigarrillo en la puerta mira al grupo con un aire ciertamente funcionarial.

Muchos llevan más de un año en Cartagena, quieren quedarse en España y ya dominan el idioma, pero no pueden trabajar aún

Diez minutos más tarde estamos en el campo de San Antón. Allí hay ya cerca de 20 migrantes corriendo, calentando y estirando los músculos. Es la ‘Champions’ de los que llegan en patera y allí cabe todo el mundo. Hay gente de Mali, Costa de Marfil, Senegal, Guinea, Somalia y Sudán del Sur. En el campo, al que acceden saltando la valla porque la puerta está cerrada y la instalación está oficialmente en desuso por falta de mantenimiento, son todos iguales. Fuera de él, no. Los que vienen de países en guerra tienen más fácil regularizar su situación, puesto que existe un tratado de asilo y protección con Mali, Burkina Faso, Somalia y Sudán del Sur. En 2023 se registraron un total de 3.127 peticiones de asilo en la Región de Murcia, según datos de CEAR.

Abdoulaye es de Mali. Tiene 22 años y juega de portero. Él vive desde hace un año en el Hotel Manolo, en la Media Sala, donde la oenegé ACCEM paga su estancia y la del resto de refugiados. Todos tienen una asignación económica mensual y el siguiente paso es mudarse a uno de los pisos tutelados que ACCEM tiene repartidos por la Región. Ellos tienen oficinas en Murcia, Cartagena, Archena, Molina de Segura y Santomera y su actividad «casi se ha duplicado» desde la apertura del CETI del Naval.

Pánico a las mafias

Abdoulaye cuenta que sus hermanos menores están en peligro y que están intentando huir de su país. Le pregunto el motivo y no me lo dice. Mamadou, otro maliense de 21 años, explica luego que muchas familias asumen un riesgo tremendo con las mafias que se encargan de llevar a estos chicos a Canarias, ya que a menudo lo hacen contrayendo una deuda que no siempre pueden pagar. Los hijos, cuando llegan a España, mandan dinero a casa en cuanto pueden. Pero no siempre llegan a tiempo. Ni es suficiente.

Malik es de Senegal y tiene 21 años. Se queja de que sus padres vivieron siempre de la pesca, pero para ellos es imposible mantener esa forma de vida porque su Gobierno ha permitido que «los barcos europeos se lleven todo nuestro pescado». Él se defiende ya bastante bien en español y quiere ser panadero. Pero no tiene papeles. «Estamos felices en España y nos queremos quedar», añaden Sega, Moussa y Boubacar. «Yo estuve en Cáceres, pero prefiero Cartagena porque aquí hace más calor», apunta Ibrahima, a quien el periodista empieza a llamar Nico Williams porque lleva una camiseta falsa de España y es, de largo, el que mejor juega de todo el grupo.

«Cuando llegaron hubo manifestaciones y todo el mundo se puso súper nervioso, pero no dan problemas», dice un vecino

Entre los que esperaban al grupo que venía del Naval destacan dos colombianos, padre e hijo. Son Jairo y Jairo júnior y desde hace meses bajan cada tarde a jugar estos interminables partidos de fútbol con los migrantes alojados que han llegado a Cartagena con la ilusión de tener una nueva vida. «Había un colombiano alojado en el Hotel Manolo, lo conocí y empecé a venir. Él ya se marchó, pero para nosotros estos chicos son amigos y compañeros y por eso seguimos viniendo a jugar», explica el hijo. «Son unas personas maravillosas, educadas, respetuosas, cariñosas… Yo creo que si alguien dice algo malo de ellos es porque no los conoce», remata el padre. El partido acaba con la sensación de que ninguno quiere ser defensa y el periodista ha perdido la cuenta del resultado, ya que ha estado entretenido hablando con unos y con otros en la banda. El árbitro, que no quiere decir su nombre, tampoco lo tiene claro. Los equipos se retiran. Nadie bebe agua porque nadie ha llevado agua. Todos recogen su teléfono porque todos han llevado su teléfono. Alguno desbloquea su Iphone y echa un ojo a Instagram.

Partido de vuelta

Quedamos en vernos dos días después, en el mismo sitio y a la misma hora, esta vez con fotógrafo para ilustrar el reportaje. Miércoles 12 de marzo. 18.00 horas. Llegamos, saludamos, hacemos fotos de jugada y luego otras con todo el grupo posando. Uno de ellos lleva una camiseta vintage del Atlético de Madrid, de la época del descenso a Segunda con Hasselbaink, Gamarra, Solari y compañía. No los conoce. Ni le suenan. «En vez de estar aquí con los negros, iros a hacer fotos a los críos del fútbol base», escupe al fotógrafo un tipo que pasa corriendo por la acera.

Una patrulla del 092 hace el ademán de pararse unos minutos después, pero reconocen al fotógrafo y continúan su marcha. Las ventajas de hacerse mayor y llevar tres décadas pateándose el municipio con la cámara para LA VERDAD. Apretón de manos y despedida. La luz se va y el viento arrecia. Unos vuelven al CETI y los otros, al hotel. «¡Cara al sol con la camisa nueva, que tú bordaste en rojo ayer; me hallará la muerte si me lleva y no te vuelvo a ver!». Vienen por la acera tres chavales que no pasarán de 13 años entonando a grito pelado el himno de la Falange. Por sus facciones, queda claro que los tres son de origen magrebí. «¡Hala Madrid, hermano!», le suelta uno al periodista que lo mira sorprendido. Quedan un par de horas para el Euroderbi del Metropolitano, el sol se ha escondido y pronto empezará a llover. Tarde rara. Tiempos extraños.

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