
Las obras de Concha Martínez Montalvo (Madrid, 1962) hablan por ella y dan respuesta a sus reivindicaciones y preocupaciones. Pesimista con la crisis climática y … despojada de esperanza debido a los «poderosos intereses económicos» que dominan el mundo, la artista y profesora de Proyectos de Joyería en la Escuela de Arte de la Región de Murcia acaba de inaugurar ‘Las resilientes’, una exposición que se puede visitar hasta el 2 de mayo en el espacio murciano Arquitectura de Barrio, (c/ Julián Calvo, 6) en la que honra a esas mujeres que, con pequeños o grandes gestos, desde Grecia y hasta la actualidad, han caminado en nombre del feminismo.
–¿Cómo nace la exposición ‘Las resilientes’?
–La organizo a raíz de que Coral [Marín, copropietaria de Arquitectura de Barrio] me presentara este espacio. Yo llevaba un tiempo trabajando sobre diferentes series relacionadas con la mujer y cómo ella se posiciona dentro de la sociedad. Parto de obras como las dedicadas a la Revolución Industrial [que forman parte de la muestra] y otras como las de la serie ‘Sabias o hechiceras’ en la que hablo de mujeres griegas que querían estar presentes en la historia, como Safo, Hipatia y Agnócide. No se sabe si es una fábula o si de verdad ocurrió, pero Agnócide sería la primera mujer ginecóloga de la historia en un tiempo en el que la medicina estaba completamente vetada a las mujeres. La exposición se compone por piezas escultóricas, piezas con bajísimos relieves y objetos portables. En cuanto a materiales, hay cerámicos, textiles y papel en los ‘collages’.
Generalmente, en el material cerámico me siento muy cómoda y utilizo sobre todo la porcelana.
–¿Por qué se siente más cómoda trabajando la cerámica y, especialmente, la porcelana?
–Porque durante muchísimos años di clases de cerámica y lo cierto es que en ese tiempo yo hacía muy poca cerámica. Trabajaba otros materiales, pero la cerámica mucho menos. Después de dejar esas clases, porque aprobé la oposición de Volumen [en la Escuela de Arte de Murcia] y empecé a dar escultura, retomé la cerámica y lo hice con el material más difícil de trabajar, la porcelana. Para mí era un reto trabajar con ella por sus características y también porque merma muchísimo. Cuando se mete en el horno y se cuece a 1.000 grados reduce su tamaño entre un 20% y un 25%. Y si vuelvo a trabajar con esa pieza, puede reducir casi un 50%. Me parece un material muy interesante por ello.
En tragos cortos
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¿Por qué se traslada a Murcia?
Me vine a Murcia hace 34 años porque a mi marido lo trasladaron a la Escuela de Arte de Caravaca. Allí nació mi hijo Adrián. Cuando cierran la Escuela nos instalamos en Murcia. En un principio siempre piensas en volver pero muy pronto te das cuenta de que la calidad de vida que hay aquí y la que le podía ofrecer a mis hijos no era la misma que les podía ofrecer en Madrid. Murcia es una ciudad maravillosa para tener niños, disfrutar de los jardines y estar al aire libre. El mar está cerca y también tenemos montaña. Yo ahora no me veo viviendo en otra ciudad. -
¿Qué le hace feliz?
Tomar una tacita de té escuchando a los mirlos.
–Ahora están de moda los talleres de cerámica.
–Yo di cerámica durante más de diez años y lo que observaba en mis clases era que la cerámica tiene un componente sanador muy importante. Para empezar, la gente se siente tranquila manipulando. Actualmente estamos en un momento en el que apenas nos tocamos y en el que el tacto parece estar mal visto, pero nosotros somos seres eminentemente táctiles. Cuando nacemos nos llevamos todo a la boca porque es nuestra forma de tocar. Tocamos con la lengua, tocamos con los labios. Y es más, cuando empezamos a caminar, gateamos, porque en el gateo, que es un acto también táctil, medimos las distancias. A raíz de crisis como la del sida surge la idea de que tocarnos es como invadir un territorio. En cambio, cuando nos acercamos a la cerámica, todo el tiempo estamos tocando. Después ocurre que cuando tú terminas el objeto, de repente está ahí. Tú has creado algo de la nada, de una masa sin forma ha salido de repente algo que es tuyo. No lo ha podido hacer otra persona. Tiene tus huellas dactilares, tiene tus momentos, tus estados de duda, tus estados de acierto. Todo eso se queda condensado en el objeto y yo creo que eso es lo que tiene de maravilloso la cerámica. Es una pena que en la Escuela de Arte decidieran en su momento quitar el ciclo de Cerámica.
–Cuando piensa en un concepto del que quiere hablar a través de su obra, ¿qué le lleva a decantarse por un material u otro?
–Depende. Por ejemplo, la serie de ‘Protésicas debutantes’ habla sobre las operaciones estéticas en las mujeres, porque no hay una legislación actual que proteja a las niñas de estas prácticas. Es decir, una niña puede pedir, con 14 años, que le pongan morros, pecho, culo… es una barbaridad. Cualquier operación estética conlleva un gran riesgo y con 14 años son muy pequeñas. Creo que, como mínimo, se debería de esperar a la mayoría de edad para este tipo de intervenciones quirúrgicas. Entonces, con este planteamiento, pensé en una especie de piezas que pueden ser un bolso o un collar. Es una forma de decir: ‘No te operes’. Si tú quieres tener un vientre perfecto, colócate una prótesis debutante y vete con ella a pasear. Nunca pienso en el material a priori, sino que son las historias o lo que quiero contar lo que me lleva al material. El blanco [de la porcelana blanca] para que fuese impoluto pero a la vez, por la parte de atrás, está ese rojo de la carne [lana merina afieltrada y teñida de rojo], porque en el fondo todos somos carne. Después está la idea de colocarlo como si fuera una estantería, como quien va a la tienda y se lleva un bolso, yo voy y me llevo esos pechos perfectos, ese ombligo perfecto, esa cintura imposible.
«La cerámica tiene un componente sanador muy importante»
–Incluye además piezas de joyería en su muestra.
–Es muy curioso porque grandes artistas han hecho piezas de joyería. Por ejemplo, [Alexander] Calder tiene una serie de piezas de joyería maravillosas. Picasso y Dalí también tienen obra de joyería. Hay muchísimos artistas, incluso artistas contemporáneos, que hacen piezas de joyería. ¿Por qué? porque la joyería está muy cerca de esas disciplinas. Es un mundo también inmenso.
Y, además, las piezas de joyería o los objetos portables hacen que llevemos esas historias narrativas dentro del cuerpo. No se trata solo de ver las obras en la galería, en una vitrina o colgadas de la pared. Yo puedo tener el objeto colgado en la pared, descolgarlo y ponérmelo para ir a una fiesta.
–Y usted, ¿por qué empieza a trabajar la joyería?
–A raíz de convertirme en profesora de Joyería. En la Escuela de Arte fui profesora de Escultura y, después, por problemas en un hombro, cambié a Proyectos de Joyería. Le quise dar un carácter diferente a la asignatura y empezamos a trabajar con una joyería mucho más simbólica, icónica y con piezas muchísimo más grandes; piezas que, en un momento dado, están a medio camino entre la escultura y la joyería. Metí además la porcelana y otros materiales reciclados como plástico y madera. Todos los años, con los alumnos, vamos a los Traperos de Emaús y a los basureros.
Pastoras
–En su muestra habla también de las mujeres del campo.
–Una mañana leo en la prensa, hace no mucho, que por primera vez una mujer había pagado los maravedíes a Manuela Carmena [en su periodo como alcaldesa de Madrid] para que pasaran las ovejas por el centro de Madrid. Entonces se decidió cambiar la nomenclatura del paso de la trashumancia por Madrid de Hombres Buenos de la Mesta a Pastoras y Pastores de la Mesta. Y dije, ‘uy, ¿qué pasa aquí?’. Recabé información y descubrí que, por ejemplo, mi abuela se quedó viuda muy joven y, al fallecer, la titularidad de las tierras no pasaron a ella, sino a mi tío. Mi abuela no tenía el poder de vender, comprar y hacer nada con las tierras. Después me entero de que, ya en nuestro tiempo, la mayor parte de las explotaciones agrarias o ganaderas están a nombre de hombres. Y que en el 2011 se legisló por fin para que las mujeres pudieran tener una titularidad compartida. Hasta entonces las mujeres no tenían derecho a un seguro agrario, con lo cual, estaban muy desprotegidas. Y eso me llevó a hacer unas piezas que hablan del mundo rural, con imágenes de las cañadas reales y fotografías de mi madre, de mi suegra, de mi abuela…
«Las maestras de preescolar son capaces de ponernos alas, de abrirnos ventanas, de hacernos fluir, aun con toda la opresión que puede haber detrás de esos espacios arquitectónicos poderosos»
–Por otra parte, plasma también su preocupación por el medio ambiente.
–Sí, y en esta ocasión incluyo una pieza homenaje a todas las mujeres que luchan por proteger los acuíferos. Nosotros aquí tenemos a Teresa Vicente, que ha ganado el premio Goldman [la impulsora de la ILP para la personalidad jurídica del Mar Menor ganó en 2024 el ‘Nobel del medio ambiente’] y este es un homenaje también a ella, pero anteriormente hubo muchas mujeres que también lucharon. Por ejemplo, Rachel Carson, que escribe ‘Primavera Silenciosa’ y fue la primera mujer que luchó contra el monopolio de las petroquímicas para proteger las plantaciones del DDT, ya que el DDT mataba a los peces y a los pájaros. También en Kerala (India) fueron unas mujeres completamente incultas, analfabetas, las que se plantaron enfrente de la fábrica de Coca-Cola, donde trabajaban sus maridos, prohibiéndoles a estos la entrada al trabajo para proteger el acuífero que Coca-Cola estaba esquilmando y consiguieron que el río tuviese identidad jurídica para poder ser defendido.
Alumnos heridos
–¿Quiénes están poco valoradas?
–Las maestras, y en particular las maestras de preescolar que generalmente hasta ahora han sido mayoritariamente mujeres. Una profesión que no ha estado valorada socialmente, mientras que ellas son aquellas que son capaces de ponernos alas, de abrirnos ventanas, de hacernos fluir, aun con toda la opresión que puede haber detrás de esos espacios arquitectónicos poderosos, monolíticos. Con todo ello, ellas son capaces de darnos ese empuje, cuando somos tan pequeños, de poder pensar que podemos llegar a ser cualquier cosa. También las homenajeo. Hay alumnos que llegan a la Escuela de Arte muy heridos, con depresión, que se han autolesionado, que no quieren comer, con bulimia… Cuando son pequeños tú puedes hacer algo por ellos, puedes darles ánimos, hacer que sean libres y que se reconozcan como seres maravillosos, mientras que cuando te llegan a esa edad es muy difícil porque por mucho que tú quieras trabajar con ellos, por mucho que quieras decirles que son mágicos y que como ellos hacen las cosas no las va a hacer nadie, ya han sufrido tantas restricciones que es muy difícil que eso cambie.
–¿Los alumnos a los que da clase son artistas comprometidos?
–Hay de todo, pero yo tampoco puedo llevar mi vida al aula. En el aula yo tengo que enseñar a los alumnos una serie de materias. Sí es cierto que cuando planteo algunos temas, ellos tienen diferentes sensibilidades. Les suelo dejar que trabajen sus temas de una manera libre. Yo no quiero hacer escuela y, además, no creo que esa sea mi función, aunque sí hay un tema que siempre planteo y es el reciclaje, porque me parece que hay que concienciar a los jóvenes sobre la importancia que tiene nuestra forma de consumir.

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