
La sensación de congoja y miedo es máxima en Myanmar y Tailandia, donde el viernes se escuchaban los gritos de los atrapados por el terremoto … y este sábado todo es silencio. Con las primeras luces de la mañana y el restablecimiento, aún débil, de algunas líneas de comunicación las autoridades han logrado hacer un primer balance en el que el número de víctimas mortales supera el millar. Con el paso de las horas esta cifra ha ido creciendo y en la última estimación se eleva a 1.644. Los hospitales contabilizan al menos 3.408 heridos, muchos de ellos de gravedad, y a la pregunta de cuántos ciudadanos permanecen desaparecidos, la respuesta se limita a un indefinido «centenares».
El amanecer ha traído una realidad trágica. Decenas de poblaciones han quedado devastadas. La emblemática ciudad de Mandalay, la segunda de la antigua Birmania y el centro neurálgicon del comercio en todo el país, ha quedado pulverizada. Destruida. La mayoría de muertes se han producido en este enclave que censa 1,5 millones de habitantes. «La situación en Mandalay es muy dura. No sabemos exactamente la cifra de fallecidos, pero la ciudad acoge a muchos desplazados internos de otras regiones. Por lo tanto, será muy elevada», ha escrito en las redes sociales el Movimiento de Desobediencia Civil surgido tras el golpe militar de 2021.
El epicentro del devastador terremoto de 7,7 grados en la escala Ritcher se situó a solo una treintena de kilómetros y a diez de profundidad de Mandalay. Luego se produjo una segunda onda de 6,4 grados que termino de hundir las infraestructuras, Nunca en los últimos doscientos años se había sentido algo así en el sudeste asiático. Y el pánico continúa. Esta mañana se ha registrado una nueva réplica de grandes proporciones, 5.1 grados, a unos veinte kilómetros de Nay Pyi Taw. Ha sido superficial y, por lo tanto, estruendosa y agitada. Miles de personas se han echado a la carrera hacia zonas abiertas. India ha movilizado hoy un primer envío de 15 toneladas de ayuda de emergencia, la ONU ha comenzado a desplegarse y China ha enviado material por valor de casi 14 millones de euros y un equipo de 82 rescatistas. El suroeste de este último país recibió también el impacto del seismo. Destruyó al menos 800 viviendas. Cientos de voluntarios chinos han cruczado este sábado a Myanmar, incluso a pie, para contribuir a los rescates.
Los birmanos reaccionaron como sabían ante un terremoto. Pero todo se quedó corto. Una profesora de un colegio próximo a Mandalay recuerda que ella y otros profeores se encontraban en el centro cuando ocurrió el temblor. «Al principio fuimos a escondernos debajo de la mesa, pero después todo se nos cayó encima». Los docentes pudieron huir al exterior mientras el «edificio se sacudía y las paredes se resquebrajaban. Fue muy fuerte y yo estaba muy asustada», le contó a la BBC esta mujer que, al regresar a su casa, la encontró llena de grietas mientras un hotel y varios edificios a su alrededor se habían desplomado.
Las torres de Mandalay y otras ciudades se curvaron y derrumbaron. Era mediodía (6.30 horas en España) cuando se abrió la tierra. La antigua mezquita Shwe Pho Shein estaba llena de gente. «Apenas nadie logró escapar. Toda la mezquita se derrumbó y no hay nada que salvar. Hay muchos muertos y desaparecidos», comentó un testigo a la emisora británica.
Allí y a muchos kilómetros de distancia. También en Tailandia se hizo sentir el seismo. Las autoridades han formado un equipo de cien ingenieros para revisar lo edificios de Bangkok, donde se han registrado más de 2.000 partes de daños. Pero la tragedia se centra al noreste de la capital, donde la caída de un rascacielos en construcción mantiene atrapadas a unas cien peronas. Los equipos de rescate han permanecido toda la noche retirando escombros bajo la ayuda de potentes reflectores, pero la labor es titánica. La pila de ruinas asciende a unos siete pisos de altura. Al amanecer había constancia de que media docena de personas estaban vivas, aprisionadas en esta trampa de hormigón, pero las esperanzas de encontrar supervivientes rozan ya el milagro. También han surgido las primeras hipótesis de que algo no ha funcionado como debiera en la construcción de este enorme edificio que se desplomó como un castillo de arena mientras otros edificios teóricamente más endebles han resistido la embestida telúrica con muchos menos desperfectos.
«Me siento culpable por vivir»
Una madrugada saturada de muertes ha espesado la búsqueda a la desesperada. La frustración alcanza a los rescatistas birmanos y tailandeses que ya escarban con las manos entre los escombros en busca de supervivientes. No hay material de salvamento suficiente. Nada es bastante ante un seismo de proporciones tan poderosas que ha causado una destrucción ináudita e inédita. Los ecpertos afirman que no hay experiencia en ninguno de los dos países para afrontar una catástrofe de esta magnitud y que por eso es precisa la «ayuda internacional».
«Me quedaré hasta tener noticias, hasta que encuentren a mis padres o sus cuerpos», explicaba a ‘The Telegraph’ un joven que pudo escapar de la tragedia mientras sus padres quedaban atrapados en una torre de cristal en Tailandia. Una joven de 29 años que logró huir de su casa manifestaba cómo «me siento culpable por estar a salvo» mientras sus allegados y conocidos han sufrido un peor destino. «Estamos haciendo todo lo posible para rescatar a los sobrevivientes. Pero donde anoche oímos gritos, hoy todo es silencio», declaró, por su parte, al mismo diario Yan Naing, rescatista destinado a buscar víctimas bajo el frágil esqueleto de una torre de apartamentos de lujo en Mandalay.
El terremoto ha devastado un país ya de por sí arruinado. Después de cuatro años de luchas intestinas tras el golpe que acabó con el Gobierno de Suu Kyi en 2021, los hospitales carecen de suministros como para atender a más de 2.000 heridos y un tercio de la población vive dependiente de la ayuda humanitaria. Las comunicaciones han quedado inutilizadas en gran parte del país, por lo que se teme un radical aumento de las dimensiones del desastre cuando los equipos de emergencia lleguen a las poblaciones más alejadas y aisladas.
«Solo tenemos esperanzas, es lo único que queda», afirma un habitante de la periferia de Mandalay. Médicos Sin Fronteras ha informado que la situación es «complicada» y existen «importantes cortes de comunicaciones en algunas de las zonas más afectadas». En los hospitales se realizan intervenciones quirúrgicas en plena calle y las urgencias han sido instaladas en los patios y los vestíbulos. «El tiempo es especialmente crítico en situaciones como ésta, sobre todo para quienes necesitan atención inmediata», alerta la ONG.
La situación del país raya con el precipicio. Los enfrentamientos entre los militares y la insurgencia han dejado miles de muertos. El Gobierno del general Min Aung Hlaing es frágil. En estos años ha perdido el control de buena parte del país y su ejército sufre constantes deserciones. Pero es la población civil la más afectada. La ONU registra 3,5 millones de desplazados por la guerra y se calcula que 20 millones de ciudadanos necesitarán ayuda para sobrevivir este año.
El terremoto ha impacto en algunos de los territorios más castigdos por los combates: Sagaing, Mandalay, Magway, Shan, Naipyidó y Bago. En todos ellos el Gobierno ha declarado la emergencia nacional, Hasta este viernes, la junta militar tenía destinados a importantes contingentes militares en estos enclaves, sobre todo en los rurales, donde tienen lugar los combates más intensos con las milicias prodemocráticas, que luchan con distintas guerrillas pertenecientes a las minorías étnicas.

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Enlace de origen : Más de 1.600 muertos en el terremoto de Myanmar: «No me moveré hasta que rescaten a mis padres o sus cadáveres»