
Con motivo del 45º Aniversario del martirio de San Óscar Arnulfo Romero, nos hemos reunido delegadas y delegados de trece países de América Latina, el … Caribe, Norteamérica y Europa en San Salvador en un encuentro convocado por el Servicio Internacional Cristiano de Solidaridad con los pueblos de América Latina ‘Óscar Romero’ (SICSAL) y Convida-20, que son organizaciones cristianas al servicio de los más empobrecidos y de los pueblos en la promoción de los derechos humanos, para conseguir la liberación y la paz.
Marchamos con mucha preocupación porque las cuatro personas que fuimos de España habíamos apoyado a una salvadoreña, Ivania, defensora de los derechos humanos en su país y perseguida por el gobierno de Bukele. De hecho, llegamos al acuerdo de responder que, si nos preguntaban el motivo del viaje, diríamos que veníamos a un encuentro religioso para evitar cualquier contratiempo. Pudimos entrar sin más dificultad.
¿Qué nos encontramos en El Salvador? Lo primero que te encuentras cuando sales de los controles policiales es un gran cuadro de Bukele y su mujer, Gabriela Rodríguez, y un sillón en medio por si alguien se quisiera hacer una fotografía.
Hay un estado de excepción que dura tres años con motivo de la lucha contra las maras, contra las pandillas, que han causado mucho dolor. Las maras dominaban barrios enteros, causando un ambiente de terror y crueldad: robaban, extorsionaban, asesinaban, violaban y, todo esto, con gran impunidad. Eran los amos de territorios y habían generado un ambiente de miedo y sumisión. El conductor que nos llevó al aeropuerto nos dijo que él tenía que pagar 150 dólares a la semana a una mara y nos enseñó la herida de un balazo por evitar que le robaran el carro, el coche. La gente se siente aliviada por estar prácticamente desaparecidas las maras.
Camino de una dictadura
Pero, lo que es la vida, ahora ese espíritu de las maras ha pasado a Bukele, que gobierna desde la prepotencia y desde el poder represivo y, como dicen allí algunos sectores, va camino de convertirse en un dictador. Hay personas que ya hablan de dictadura.
A la misma vez que fortalecía a la Policía y al Ejército, desmontaba servicios públicos que afectaban a la sanidad, a la educación y a las ayudas sociales. Ha cerrado muchos centros de atención primaria en muchas comunidades; ha cerrado más de 400 escuelas y, además, un profesor debe dar clases a varios grados, cursos, a la misma vez. En hospitales faltan medicamentos y material médico, lo cual genera una falta de atención de calidad y que la lista de espera aumente y el tiempo de una intervención quirúrgica pueda retrasarse varios años. Todo envuelto en una estructura de miedo porque, si alguien se queja, puede ser despedido o trasladado a un lugar lejano a su vivienda habitual.
La Policía tuvo la exigencia de detener cada uno a un mínimo de 20 jóvenes, no había garantía de nada. Se calcula que estos tres años se han producido unas 86.000 encarcelaciones, de las cuales hay aproximadamente unos 30.000 jóvenes que son inocentes y que pueden sufrir prisión durante años con total impunidad.
Me decía una religiosa que se estaba creando un caldo de cultivo de odio en esos jóvenes inocentes que sufren un encarcelamiento en condiciones brutalmente inhumanas, con violaciones de sus derechos humanos, al igual que en sus familias. En la cárcel prácticamente no hay comida, se les tortura y se han producido más de trescientas muertes por trato vejatorio. Y todo esto desde un exhibicionismo mediático de esa crueldad, que algunos aplauden y a otros nos repugnan, y más sabiendo que hay miles de jóvenes inocentes, que solo sirven para engrandecer la figura de Bukele. No importa la verdad y la inocencia, solo engrandecer la figura del gran líder.
Nos comentaban que vieron cómo detenían a un grupo de jóvenes que estaban haciendo teatro de calle o un joven que estaba trabajando de albañil y que ambos casos tenían la misma causa: abuso de poder y detenciones arbitrarias sin ninguna justificación. Esto daba lugar a extorsiones en la medida que pedían dinero o sexo las fuerzas policiales y militares a jóvenes para no ser encarcelados. Hay familias que denuncian desapariciones de sus hijos.
A todo esto, se le une la detención de líderes comunitarios, sindicales y defensores de los derechos humanos, porque no hay que olvidar que todas las instituciones están controladas por el aparato gubernativo. Además, también se criminaliza a los pobres y a los migrantes y muchas comunidades están amenazadas de desalojo.
Quiero terminar esta crónica recogiendo la celebración que tuvimos en el Hospitalito La Divina Providencia, donde fue asesinado San Óscar Arnulfo Romero. Fue una celebración gozosa, en la que participaron varias iglesias, no solo la católica, de recuerdos de su vida, de su mensaje y, sobre todo, se puso el énfasis cuando pidió a las fuerzas policiales y militares que no mataran a sus hermanos y que iba contra el mandamiento de Dios de no matarás. Ese mensaje fue el detonante para que fuera asesinado cuando celebraba la eucaristía. Nos decían que el gobierno de Bukele quiere hacer desaparecer la memoria de San Óscar Arnulfo Romero y que, de alguna manera, lo asesinan cada día.
«Sí a la vida, no a la minería»
Además, fue una celebración reivindicativa, de denuncia por los recortes sociales, contra el genocidio palestino y en otros lugares y la exigencia por la derogatoria de la nueva ley de minería. La Conferencia Episcopal salvadoreña ha hecho una campaña en contra de la minería, recogiendo unas 50.000 firmas que entregaron al gobierno. Estas firmas y productos agrícolas se presentaron en el ofertorio. Se gritó: «Sí a la vida, no a la minería».
Por la tarde, la nunciatura emitió un comunicado en contra de esta celebración, indicando que no debería haberse realizado. Al día siguiente, apareció un comunicado del Arzobispado de San Salvador apoyando el comunicado del nuncio, pero resultó ser falso. Los tentáculos del poder político llegan a todos sitios.
Quiero terminar diciendo que el pueblo salvadoreño siente una gran alegría por la desaparición de las maras, pero no quiere contagiarse con ese espíritu de crueldad de las maras, porque de alguna manera habrían triunfado. Exigen la excarcelación de los miles de personas inocentes y su lema es: «No apoyamos a los delincuentes. Apoyamos a los inocentes».
Es un pueblo que ve cómo pierde la libertad y empieza a luchar por recuperarla y por recuperar las condiciones sociales justas, humanas y ecológicas, para evitar que cada día emigren entre 500 y 600 personas. Es un pueblo en lucha por defender sus tierras, sus aguas, sus tradiciones y su cultura en contra de la minería. El pueblo sigue luchando porque sigue llevando en su corazón a San Óscar Arnulfo Romero.

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Enlace de origen : El Salvador, una crónica de represión y esperanza