En el perfeccionista mundo de la Semana Santa de Cartagena, donde se examina cada alineación, la cadencia del paso y hasta la verticalidad de los capuces de los capirotes, nadie ensaya más que los soldados de los piquetes militares. Diez semanas dedica a ello la escolta con más solera de las procesiones, la que proporcionan los soldados del Tercio de Levante de la Infantería de Marina a San Pedro y la Virgen de la Soledad, que participan en las procesiones de Martes y Viernes Santo cartagenero, así como en la del Jueves Santo de Huércal Overa, Almería. Diez semanas en las que esa histórica unidad enclavada en la Estación Naval de La Algameca se transforma por completo. El piquete, con más de un siglo de tradición, condiciona casi todo lo que sucede estos días entre los blancos muros del cuartel.
«Para mí es la mejor época del año aquí dentro», dice el ilicitano Raúl Marcos, que desfila con el banderín, junto al cornetín de órdenes y tras el oficial al mando. Se explica el cabo primero: «Esta actividad crea un espíritu de grupo muy importante. Y para nosotros es un acicate, algo diferente a las tareas que desempeñamos el resto del año».
«El sufrimiento compartido crea unos lazos muy fuertes», confirma el teniente Carlos Núñez Gutiérrez, natural de San Fernando, que por unos días compatibiliza el mando de esa sección de honores con la compañía de Policía Naval. Éste será su segundo año al frente de un grupo al que se accede voluntariamente y del que ya escuchó hablar a sus compañeros cartageneros en su etapa de alumno en la Escuela Naval: «Pero no tenía ni idea del esfuerzo que suponía ni lo que representa para Cartagena. El caso es que yo llegué al Tercio de Levante en agosto de 2023 y en pleno verano ya me hablaban del piquete. Y yo pensaba: ‘si todavía queda para Semana Santa’». Ahí comprendió que si la milicia es una religión de hombres honrados, que dejó escrito Calderón de la Barca, desfilar en el piquete de Semana Santa es como tocar el cielo para un infante de esa unidad.
«Es la máxima expresión de lo que somos ante los cartageneros, en una época tan especial», dice el cabo primero Leal
Entre los 54 soldados que lo componen este año hay casos muy especiales. Uno de ellos es el del tambor mayor, Sergio Leal, que a su condición de militar y de cartagenero suma la de procesionista. Sabe bien qué representa la Infantería de Marina más antigua del mundo en las noches del Martes y Viernes Santo. Cumple su sueño de zagal y, además, honra la memoria de su abuelo, Leandro Moliner, que desfiló con esa escolta 17 veces de fusilero, jefe de pelotón y hasta de corneta en la banda. «Como infante, es la máxima expresión de lo que somos ante los ciudadanos de Cartagena en una época tan especial para la ciudad», dice.
Todos ellos atienden a LA VERDAD en breves pausas, mientras sus compañeros, a paso de procesión, no dejan de elevar las piernas a la horizontal del suelo y dejarlas caer fuertemente contra el asfalto. Es un paso lento y clavado. Repetitivo. El chasquido de las piezas metálicas que refuerzan las suelas de sus zapatos es inconfundible. «¡Más fuerte, más fuerte. Hay que picar, picar, picar…!», ordena enérgico el sargento primero Oneto, que desde fuera de la formación muestra a los soldados cómo deben emplearse a cada golpe de tambor. Y todo ello mientras el cornetín manda el enésimo cambio de hombro del esbelto mosquetón Mauser, de casi cuatro kilos de peso.
Paso «antinatural»
Los ensayos comenzaron en febrero dando prioridad a la parte de preparación física, esencial para acostumbrar a tan gran esfuerzo las piernas y, sobre todo, el conjunto de músculos de la parte central del cuerpo. «Es esencial, teniendo en cuenta que hacemos un movimiento antinatural», aclara el teniente. También el desfile está presente desde el inicio de la preparación, aunque los tiempos y las distancias que los soldados recorren por el patio de armas del Tercio y sus calles adyacentes van aumentando progresivamente conforme se acerca la hora de desfilar. «Estos días hacemos series de picadas más largas», añade el teniente. En esa prolongación del esfuerzo, los soldados automatizan los movimientos y aprenden a administrar el sufrimiento. Porque no es mito que tras las tres horas de procesión algunos orinan sangre, según Leal.
Todo ello lo hacen compatibilizando los ensayos con sus tareas diarias. Sólo cuando faltan dos semanas para las procesiones quedan rebajados de guardias. Eso obliga al resto de compañeros del Tercio a hacer otro esfuerzo que no se ve. «Esto es una cosa de todos», dice el oficial. Da a entender que tanto mérito tienen ellos como los que doblan servicios para mantener el piquete, que hace justo veinte años se quedó raquítico y en peligro de extinción: 18 fusileros y ni una corneta en la banda.
Ahora la situación es distinta. De aquella época sólo permanece el plan de adiestramiento. Poco cambia, salvo la presentación que en los últimos años realizan en el arriado solemne de Bandera de Capitanía. El pasado 27 de marzo el piquete ya desfiló en público, a paso de procesión, desde la Plaza Castellini a la de San Sebastián. «Sirve de gran ayuda, porque es una manera de romper el hielo, de soltarte los nervios antes de salir el Martes Santo desde el Arsenal», coinciden Núñez y Leal.
En la puerta de Capìtanía ya se llevaron la primera gran ovación. «Una de las cosas que me sorprendió el primer año fue lo prolongada que es la preparación, esa manera de llevar tus asuntos del día a día con los ensayos. Pero sobre todo ver cómo la gente de Cartagena lo vive», confiesa Núñez.
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Enlace de origen : Paso sagrado en el Tercio para la Semana Santa de Cartagena