Hay cosas que no se cuentan, ni nadie puede contarlas, porque para conocerlas, solo basta con probarlas. Pongo por caso el pastel, ese que a tantos encanta, por el crujir del hojaldre, por el sabor de su hojaldra, por relleno tan huertano, que explota en nuestras gargantas y revive la memoria a golpe de cerveza helada.
Tal cosa también sucede con la pastilla galana, esa que los nazarenos atesoran en sus panzas y reparten, pues son gran regalo, con mucho cuidado y maña. ¿Quién no ofrece una pastilla a la novia enamorada? ¿Quién no la entrega gustosa al zagal de sus entrañas? ¿O a la abuela que ya peina bellas y entrañables canas? Y ella, pastilla humilde, detalle de amor que traspasa, pasa de una mano a otra, alegrando las miradas, mientras resuena en la banda una marcha pasionaria.
Es su vestido un papel, con imágenes sagradas, como el Ángel de Salzillo, la Dolorosa huertana, quizá la Oración del Huerto, con sus esquinas dobladas, cuyas puntas en el buche dan puntadas enteladas. Muchas, al pasar Trapería, con gracia son regaladas. Otras aguantan más tiempo, pues siempre el cofrade aguarda, entre aquella multitud, ver a quién se la regala.
De rosa o de bergamota
De rosa o de bergamota, de limón, vainilla o yema, otras que saben a frutas, y todas a gloria plena, de sabor tan nazareno que incluso el hambre serenan cuando la procesión viene lenta, tan flemática y serena, por eso de sacar la panza, otra costumbre señera. Y vuelve a cantar el poeta en versos sin aflicción: «Las procesiones en Murcia / son dignas de admiración / porque te dan caramelos / de fresa, menta y limón».
Y lucen sus envoltorios, versos de pura raza. De Jara Carrillo y Tornel, de Frutos Baeza, de Báguena, hasta aquellos de Baquero que a todos encandilaban. Eran palabritas de miel, como Selgas las llamaba. Tradición irrenunciable de la gran Semana Santa.
Quiso un obispo prohibirlas y, al pobre, casi lo matan. ¿Qué sería de estos días sin la pastilla y las habas que van proclamando por Murcia que el Señor de Santa Eulalia sale vivo de su iglesia en la dominica blanca? Así reza otra pastilla: «Cuando un nazareno veas /con la túnica embuchada / no le pidas caramelos / que lo que lleva son habas». Literatura sencilla, pero popular a manta.
Juana le dice a Perico
«Las muchachas del Barrio / son el demonio / Al Berrugo del Carmen / le han hecho un moño». «Juana le dijo a Perico / toma Pedro, una pastilla / y él la dio un caramelico». «Me pediste un caramelo / pasando la procesión / y yo te traigo un cartucho / y con él, el corazón».
«Chúpame poquito a poco / salero, y no te apresures / que aquello que es de mi gusto / salero, quiero que dure». «Tú eres mi vida y muerte / para ti, niña, nací / y en tus labios… ¡dulce suerte! / estoy muriendo por ti».
¡Ay pastilla nazarena, otra preciosa olvidada! De ti hicieron monumento obradores de prestancia, desde Alonso a La Ezequiela, que tus sabores bordaban, volviéndote exquisita y dulce, rica y acaramelada, divino gusto en la boca, crujir de azúcar rosada, azucarada pasión cuando Las Angustias pasa y se palpa la amargura de su alma traspasada.
«Morir por ti / qué consuelo / Soy un dichoso mortal / pues he de subir al cielo / de esa boca de coral». Larga vida a la pastilla y a tan sabroso consuelo, cátedra de literatura que va anunciando en sus versos cómo en Murcia la Pasión, es Pasión de caramelo.

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