Y Soledad, sin ti, el Perdón no es nada

Y Soledad, sin ti, el Perdón no es nada

Y ella llega cada año, anónima y enlutada, cuando San Antolín se quiebra de suspiros y alabanzas, de balcones con banderas que de magenta arrebatan tanto suspiro cofrade, tanto lirio y tanta cala, aromas de aquella huerta que creó Semana Santa; tanta devoción castiza, la carrera engalanada de nazarenas antiguas, manolas entaconadas, donde mi hija María, primogénita adorada, estrena rosario de perla que balancean miradas de jóvenes que en las esquinas a las zagalas aguardan.

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