
Despliegue de patrimonio y tradición popular sin igual, la procesión del Prendimiento de los californios abarrotó el casco antiguo cartagenero para la magna procesión previa … a la noche de Silencio y la salida del Cristo de los Mineros este Jueves Santo. Tanto los que siguieron el deambular de penitentes, portapasos y militares desde sus sillas alquiladas como los que tuvieron la suerte de pillar hueco en la terraza de su bar de confianza se agarraron bien los machos para asistir a una película digna de ensombrecer hasta el entregado papel de Mel Gibson en La Pasión de Cristo (2004).
Un ambiente de profunda fascinación que contrastó con el inmediatamente previo a la salida del cortejo, que era plenamente festivo. Aunque hasta se escuchó ‘Paquito el Chocolatero’ o la popular marcha ‘Banderita’ tocadas a banda por la calle Cañón, amigos, padres y cuñados callaron a continuación para observar y comentar en voz sosegada el sobrecogimiento que les despertaba una sucesión de tronos y conjuntos escultóricos sin parangón que, solo bajo la insustituible marca california, podían retrotraer de forma tan fidedigna a las escenas más luctuosas de la vida del Mesías. Hubo alguna devota procesionista a la que casi hubo que ‘prenderla’ de su asiento y uno de los cinco cruceros que hizo escala en el puerto alargó también su estancia en el muelle. Quien sabe si para hacer partícipes a sus tripulantes de la pasión a la cartagenera.
El tiempo no fue por suerte tan molesto como el año pasado. A falta de viento y marea, nada deslució el paso procesionista ni estuvo a punto de desquitar capas y capuces. Hubo eso sí que echar mano de chaqueta por el frío, lo que no achantó a los cartageneros, que se echaron a la calle para arropar a los californios.
Y es que el Prendimiento, no es solo su trono titular, es todos y cada uno de sus tercios, entre los que se agrupan tallas de José Sánchez Lozano, Mariano Benlliure o el más contemporáneo Federico Collaut-Varela. Un trío de ases al que se suma para el póker de virtuosos imagineros algunas de las contadas tallas del maestro Salzillo que se salvaron de la quema en la Guerra Civil.
«Mira, esa es de Salzillo. Que se le notan todos los músculos», indicaba con ojo analítico una abuela a su nieto sentados en la calle Mayor al paso de la Oración en el Huerto, con dos durmientes apóstoles del escultor murciano de raíces napolitanas.
Unas propiedades que la Cofradía, que este año inauguraba su nueva sede en la antigua panadería La Espiga Dorada, lucieron con los estucados de los tronos brillantes en la noche de miércoles grande. No en vano, la entidad dirigida por el hermano mayor, Pedro Ayala, no pierde ocasión para, con todo el mimo, mejorar el aspecto de sus más valiosas piezas. Sin ir más lejos, el del Prendimiento estaba recién renovado.
A las 21.00 horas abrieron las puertas de Santa María de Gracia y dos minutos más tarde atronó el primer cohete para dar comienzo a la procesión que encabezaban tres nazarenos y cuatro municipales vestidos de rigurosa gala; a los que siguieron el tercio femenino, el de granaderos, el trono insignia y el de la Cena, previamente preparado con un menú completo que constaba de una dorada por comensal, dos lubinas al centro y un cordero para compartir. De postre, un variado de frutas de temporada como la fresa y tropicales como la piña y el plátano, entre otros.
La conjura de los dátiles
El cortejo procesional, sin intempestivas meteorológicas que sortear, sirvió a los californios para resarcirse de un inicio malo, triste y pasado por agua. El pasado cabildo de los dátiles sirvió de conjura contra los elementos y como acto de reafirmación de convicciones en torno a lo que a todos los encarnados une: la fe en el Señor y la firme creencia de que su amada Cofradía es reina de la Semana Mayor. Con perdón de los marrajos.
Muy alegres quedaron los mayores y también y sobre todo los niños, que tuvieron dispensa y pudieron colarse excepcionalmente entre los tercios repartiendo todo lujo de dulces y acompañando a sus respectivas agrupaciones.
El tercio de ‘judíos’ despertó los aplausos del público, que se vio apelado con la aparición del pífano y la castiza tradición de entonar la canción del Perico Pelao, que sonó al paso del trono del Prendimiento. La admiración se la llevó el Cristo flagelado, La Sentencia y el esfuerzo de sus sufridos portapasos, a los que dedicaron sendos vivas a su salida del templo de la calle del Aire.
Para erizar las pieles fue de nuevo el momento en el que salieron a la carrera los tres apóstoles, que el martes salieron de sus respectivos cuarteles para aguardar un día y converger en el siempre emotivo encuentro con la Virgen del Primer Dolor en la plaza de San Sebastián. Broche de oro para cerrar en el camino del Calvario un excelente relato bíblico, cuyo pasaje más doloroso se escribe este Jueves Santo con la muerte del Hijo de Dios para redención de toda la humanidad.

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