Piedra a piedra, hasta lo más alto: así ha sido el ‘boom’ de los rocódromos en la Región de Murcia

Piedra a piedra, hasta lo más alto: así ha sido el ‘boom’ de los rocódromos en la Región de Murcia

Lunes, 21 de abril 2025, 00:38

El 5 de agosto de 2021, en Tokio, el escalador Alberto Ginés hacía historia. Lograba la primera medalla de oro de España en unos Juegos Olímpicos en el deporte de la escalada. El triunfo, que siguieron millones de espectadores por televisión, fue casi un terremoto que transformó las paredes de muchos rincones de nuestro país. En ellas brotaron rocas, de distintas formas y diversos tamaños. Era el inicio de todo. Un chico de 18 años acababa de incrustar en la retina y en el corazón de pequeños y mayores un deporte único, emocionante, exigente y atractivo. Ahí nacía la etapa dorada de la escalada y de los rocódromos, que en los últimos años están asistiendo a un boom sin precedentes de aficionados y deportistas que encuentran en este espacio el reto más difícil, la competición más amistosa y el instante perfecto para, mentalmente, aparcar el mundo de ahí fuera y reunirse con uno mismo.

La Región de Murcia cuenta con al menos una docena de rocódromos que cada vez se llenan más y muchos de ellos ya tienen una larga lista de espera para participar en actividades o entrenamientos. El núcleo de estos espacios empedrados se encuentra en la capital, donde destacan La Gatera, el del pabellón Cagigal, MoMa o Planeta Roca. Pero los tentáculos de esta disciplina llegan también a Cartagena, donde se ubica el Club Aire Libre, o hasta Jumilla, donde el rocódromo municipal es otro punto de encuentro para aquellos que buscan sudar desde las alturas en busca de llegar a la cima.

Instructores, deportistas, aficionados y dueños de rocódromos coinciden en una misma idea: este deporte te atrapa porque es sociable, entrenas todos los músculos y, sobre todo, te permite desconectar del día a día para pensar únicamente en ti y en buscar la siguiente vía de escape sobre la pared. Tres motivos más que suficientes para explicar por qué crecen en mil personas cada año el número de federados en montañismo. Hoy, la federación murciana cuenta con 14.000 licencias, más que ningún otro año, y la escalada nutre gran parte de todas estas fichas.

La pandemia del coronavirus también empujó a que los rocódromos se convirtieran en un nuevo hobby para muchas personas. La gente, cansada de entrenar en los gimnasios con mascarilla, salas llenas y poca ventilación, se lanzó a prácticas deportivas como la escalada. Una excusa perfecta para reunirte con esos amigos de los que el Covid te había alejado y, al mismo tiempo, de fortalecer un cuerpo harto de tanto sedentarismo. Eso le ocurrió a Laura Romero, una joven de 27 años de Murcia que usó por primera vez los pies de gato animada por un amigo que ya había probado eso de subirse por las paredes y no quería que los suyos se quedaran sin catar esa sensación. «Era una actividad perfecta para hacer sola pero a la vez acompañada. Me sorprendió que fuera un sitio tan seguro, colaborativo, con un gran ambiente y cero competitividad. Todo el mundo te ayudaba o te gritaba para seguir subiendo», señala.

Ideal para desconectar

Luis María Montalbán es el amigo que ayudó a Laura a echarse magnesio en las manos y a saber caer a la colchoneta que abraza las paredes de los rocódromos. Se inició con algo de temor por aquello de las alturas, pero ahora no entiende su día a día sin visitar La Gatera. «Me encantó desde el primer día que lo probé. Sobre todo porque me permite distraerme de mi vida. Voy tres veces por semana unas dos horas y durante ese tiempo desconecto de todo lo demás. Y además trabajo todo el cuerpo, qué más puedo pedir», explica Luisma, de 24 años.



Jóvenes intentan superar un bloque de rocas en el rocódromo La Gatera de Murcia.


Nacho García / AGM

Imagen secundaria 1 - Jóvenes intentan superar un bloque de rocas en el rocódromo La Gatera de Murcia.

Imagen secundaria 2 - Jóvenes intentan superar un bloque de rocas en el rocódromo La Gatera de Murcia.

Ambos acuden casi siempre a La Gatera, un rocódromo que abrió sus puertas en la pedanía murciana de Cabezo de Torres en diciembre de 2022 y que se ha convertido en una referencia en la ciudad. Allí se pueden llevar a cabo los dos tipos de escalada más practicadas: búlder, también denominada en bloque, y escalada deportiva. En la primera eres tú contra la pared. Sin cuerda que te sujete, sin red que te ampare. El que prueba esta modalidad tiene que ir subiendo por bloques hasta la cima, que está a unos pocos metros de altura. Si caes, la colchoneta aparece como salvavidas. En la deportiva sí hay una mano amiga. Suele ser en parejas, ambas van equipadas con arnés y casco y pasan una cuerda por el mosquetón o anilla que hay en la vía. La altura es temiblemente mucho más alta.

La Gatera es el deseo hecho realidad de su dueño, Javier Martínez, amante de un deporte que lleva practicando ya sea en interior o en la montaña desde hace décadas. Este murciano de 35 años montó con sus amigos, también escaladores, rocódromos más pequeños en garajes y naves para en un primer lugar quitarse el gusanillo. Aunque finalmente fue para entrenar antes de salir a la montaña a jugarse el tipo subiendo sobre ella. Esta afición fue ganando terreno en su vida hasta convertirse hoy en su día a día. «Surgió la idea de montarlo [La Gatera] porque nos encantaba lo que hacíamos y cada vez le gustaba a más gente. Además, tengo la carrera de CAFD, tengo un máster de entrenamiento de fuerza y comencé a preparar a gente. Era el lugar perfecto para enseñar todo lo que sé», asegura Javier, que tiene callos en las manos de escalar desde los 14 años. «Igual que los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 lanzó a la gente al deporte y se crearon muchas infraestructuras, el oro de Ginés en Tokio despertó el interés por la escalada y puso en el mapa aún más los rocódromos», sostiene.



Aficionados a la escalada buscan la siguiente piedra donde sujetarse para no caer a las colchonetas que abrazan la pared.


Nacho García / AGM

Imagen secundaria 1 - Aficionados a la escalada buscan la siguiente piedra donde sujetarse para no caer a las colchonetas que abrazan la pared.

Imagen secundaria 2 - Aficionados a la escalada buscan la siguiente piedra donde sujetarse para no caer a las colchonetas que abrazan la pared.

El que lo prueba, vuelve. Y nunca solo. Esta máxima ha avivado la llama de estos espacios empedrados en la Región. El boca a boca y la huella que deja la primera experiencia escalando ha atraído a cada vez más gente. Laura Romero y Luis Mariano ya no van solos. Ahora lo hacen con Manuel Mateos y Adrián Ruiz. «Es una manera de superarte a ti mismo. Siempre te quedas a punto de conseguir un objetivo y deseas volver al día siguiente para tocar esa piedra a la que no llegaste», sostienen los dos últimos aficionados en sumarse a la causa. Ellos disfrutan y se pican entre amigos. Pero hay otros que se inician con ganas de competir. «Tenemos clases para jóvenes y adultos, pero hay lista de espera desde hace meses. También organizamos competiciones de la Federación divididas por categorías de edad. Se reúne la gente un sábado, montamos los bloques de subida y vas consiguiendo puntos según hasta dónde llegues. Cerramos la mañana con un podio y premios para los ganadores», destaca Javier Martínez, dueño de La Gatera.

Para todos los públicos

Este deporte no entiende de edades. Puedes encontrar subiéndose por las paredes a niños, grupos de jóvenes o, incluso, jubilados con ganas de ponerle un punto de emoción a su vida. Todos ellos necesitan alguien que les guíe, sea o no su primer día. No es un deporte más, conlleva un mínimo peligro que hay que saber gestionar. José Matas tiene 63 años y es instructor desde hace dos décadas en el pabellón Cagigal. Su misión y la de todos los que comparten oficio es parte fundamental de la escalada. Para aprender a llegar a esa roca que parece estar en otro mundo, pero sobre todo para evitar un rasguño indeseado. «Es un sitio para todo el mundo, solo es necesario comprender que conlleva un poco de riesgo y hay que tener cabeza. El que suele ir más decidido suele ser el que más falla. Aquí hay que saber hasta caer», apunta José, que cree tener la clave de por qué engancha tanto a la gente: «Te hace trabajar mucho el cerebro y pones tu cuerpo al límite para llegar a un objetivo en el que estás tú solo. Eso crea adicción, a cualquiera le gusta pelear por superarse».

Algo que lleva haciendo Eugenia Albacete desde que el amor la llevó hasta un rocódromo. Esta cartagenera de 51 años conoció hace ya un tiempo a un escalador que se acabó convirtiendo en su pareja. Lo que no podía ni intuir es que meses después estaba sujeta a un arnés, con casco y suspendida en el aire. «Nunca me imaginé entrar en este mundo. Me fui aficionando y perdiendo el miedo. Ahora no pasan dos semanas sin que hagamos una excursión a rocódromos o a la montaña para competir entre amigos. A veces es la excusa perfecta para la cerveza de después», confiesa Eugenia. Fiel a las paredes del pabellón Cagigal, asiste al boom de la apertura de rocódromos con sorpresa y alegría al mismo tiempo. «Antes había uno y te llamaban loca por subirte por las paredes, ahora he perdido la cuenta y todo el mundo quiere venir», dice. En un deporte en el que ha encontrado su mayor hobby y en el que destaca «la cantidad de amigos que haces», Eugenia ha intentado sumar a la causa a gente especial. «Me llevaba a mi hija cuando era pequeña, pero ahora le cuesta más». Como llegar a esa piedra. Pero solo es cuestión de tiempo

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