El pontificado de Francisco supone doce años de un pensamiento que ha ‘revolucionado’ la Iglesia, abriéndose de puertas afuera, haciéndola más sensible a la ecología, … a las familias, a los jóvenes, a las víctimas de la pederastia, a los homosexuales y a los agravios que sufren las personas de las periferias, los pobres, los inmigrantes y los refugiados. Doce años de un Papa que llegó con una misión reformadora, la organización de la Curia y el perfil del Colegio Cardenalicio, por ejemplo, y predicó y practicó su doctrina con audacia evangélica.
CON LOS POBRES Y CONTRA LA ECONOMÍA QUE MATA
Francisco ha sido el Papa de la misericordia y esa divisa es la que ha guiado todo su pontificado, sacando siempre la cara a los más débiles y desfavorecidos, a los abandonados y excluidos, a los que se quedan en la cuneta de la vida. Uno de sus primeros gestos fue viajar a a Lampedusa a solidarizarse con los inmigrantes que llegan a las costas europeas en unos viajes que dejan muchos muertos en la «fosa común del Mediterráneo». Enseguida presentó a la Iglesia como un «hospital de campaña». En su primer documento programático, ‘Evangelii Gaudium’ (La alegría del Evangelio), publicado el 26 de noviembre de 2013, ya advirtió sobre la violencia generada por la pobreza antes de arremeter contra «la economía de la iniquidad y la exclusión, la economía, que mata». No le gustaba el mundo que le rodeaba, donde manda «la ley del más fuerte», un «mercado divinizado, en el que impera la especulación financiera, una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta».
El pontífice denunciaba «la globalización de la indiferencia», una frase que dio la vuelta al mundo. Se proponía reformar las estructuras de la Iglesia, muchas veces indiferente a esa realidad, y acabar con la desigualdad. En su encíclica ‘Fratelli tutti’ (‘Hermanos todos’, expresión de Francisco de Asís), publicada en octubre de 2020, se apoyó en la crisis sanitaria y social que provocó el coronavirus para abogar por «una nueva forma de vida, marcada por la fraternidad y la solidaridad», advirtiendo que «la peor reacción» que podría tenerse una vez superada la pandemia sería «el retorno del egoísmo y la fiebre consumista». El documento invitaba a «repensar nuestros estilos de vida, nuestra relaciones, la organización de nuestra sociedad y sobre todo el sentido de nuestra existencia».
El punto de partida de aquel texto es la dignidad de todo ser humano, con hincapié en los ancianos, discapacitados y descartados, que se quedan fuera del reparto del bienestar por una lógica económica implacable que crea estructuras injustas. Por eso urgía la necesidad de reivindicar una «sana política», que fuera capaz de controlar los poderes financieros colocando en el centro a la persona humana. El Papa pedía «caminos de reencuentro» y fustigaba la «política mezquina» y el partidismo sectario, con una crítica clara a los regímenes liberales y a los populismos. No se olvidaba del «virus del racismo, siempre al acecho» ni de los «nacionalismos cerrados y violentos, las actitudes xenófobas, los desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes».
PONER ORDEN EN LAS FINANZAS VATICANAS
Una de las primeras medidas de Francisco fue cerrar 5.000 cuentas del banco vaticano y realizar un inventario de los bienes inmuebles de la Santa Sede para poner orden en las finanzas y retomar el control de los fondos. El segundo año de pontificado fue ayuno de documentos, pero fecundo en pasos significativos. El 24 de febrero de 2014 Francisco creó tres nuevos organismos para fiscalizar las finanzas, al mismo tiempo que sacó del sistema al poderoso cardenal Bertone. Su sustituto como secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolín, convertido ya en el ‘número dos’ del Vaticano, se hizo con el control del IOR (el banco), la APSA (el organismo que administra las propiedades de la Santa Sede) y la AIF (Administración de Información Financiera) a través de una Secretaría para la Economía y el Revisor General. Además, creó un Consejo de Asuntos Económicos, en el que participaban obispos y laicos, para evitar una concentración de poder. Al frente puso a un hombre de su absoluta confianza, el cardenal Richard Marx, arzobispo de Munich. Ahora el prefecto de la Secretaría para la Economía es el laico español Maximinio Caballero, un experto en economía y finanzas de Mérida (Badajoz).
La vigilancia y la supervisión de las cuentas vaticanas fueron, a partir de ese momento, más estrechas y transparentes. La reforma ni impidió, sin embargo, que brotaran los escándalos y salieran a la luz nuevos episodios de corrupción e inversiones ruinosas, por las que algún cardenal, como fue el caso de Angelo Becciu, acabaron en los tribunales y despojados de su birreta. Por eso, y en busca de una gestión «más evangélica, transparente y eficiente», en noviembre de 2020 el pontífice dejó a la Terza Loggia (la oficina del ‘primer ministro’) sin el control de los fondos financieros y del patrimonio inmobiliario que gestionaba. Transfirió todos esos bienes a la APSA. Esa decisión limitaba el poder de la Secretaría de Estado, que se mantenía no obstante como el más importante de los dicasterios de la Curia. El Estado del Vaticano, pese a todo, sufre un fuerte déficit por el desplome de las limosnas y la caída de donaciones de algunos millonarios, principalmente norteamericanos.
LA REFORMA DE LA CURIA ROMANA
Desde que comenzó su pontificado, Bergoglio se embarcó en una reforma de la organización de la Curia romana. La estructura administrativa y de gobierno del Vaticano, que culminó con una Constitución Apostólica. Se trataba de conseguir un mayor control de su maquinaria y suprimir los espacios de poder que se habían enquistado en su interior. Lo primero que hizo fue crear un Consejo de Cardenales para estudiar la normativa vigente desde 1988, contemplada en el documento ‘Pastor Bonus’, y establecer los cambios necesarios con la ayuda de las conferencias episcopales y los canonistas expertos. Los trabajos finalizaron el 19 de marzo de 2022 con la publicación de ‘Praedicate Evangelium’. El texto legislativo daba cobertura a la reorganización de los distintos departamentos y a sus competencias. Casi el 70% de los cambios que recogía ya se habían puesto en marcha, entre ellos la fusión de varios ‘ministerios’ vaticanos y una coordinación más profesional y estricta de los asuntos económicos que evitase los escándalos de años atrás.
Por ejemplo, la Congregación para la Doctrina de la Fe, ya había sido reformada y se mantenía como uno de los ‘ministerios’ más importantes, aunque con una orientación algo distinta. Habría una sección disciplinaria para perseguir los abusos y otros delitos, pero la parte doctrinal pasaba a ser más abierta y menos defensora del dogma. También se ponía en valor el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, y se colocaba en un lugar preferente al dedicado a la Evangelización, en línea con las prioridades de Francisco.
MEDIO AMBIENTE: PROTEGER LA CASA COMÚN

Desde el inicio del pontificado, Francisco emergió como un Papa ecologista, muy preocupado por la necesidad de custodiar a la madre tierra y proteger la naturaleza. Por eso la Santa Sede ha apoyado todas las iniciativas gubernamentales destinadas a combatir el cambio climático, firmando los acuerdos establecidos en los foros internacionales. La encíclica ‘Laudato sí’, dedicada la cuidado de la ‘Casa común’, llegó el 24 de mayo de aquel 2015, en plena primavera, toda una metáfora de lo que representaba la nueva etapa. Tras varios meses de catequesis y goteo discursivo, por fin se convirtió en magisterio papal. La carta tiene muchas referencias de la Doctrina Social de la Iglesia, pero también se remite a estudios científicos, lo cual era una novedad. El Papa pedía cambios profundos en los estilos de vida, en los modelos de producción y consumo y en las estructuras de poder, y animaba a los cristianos a ser protectores de la obra de Dios. Los vaticanistas, acostumbrados a desmenuzar los documentos papales, destacaron que denunciaba una relación directa entre destrucción del medio ambiente, la pobreza y la explotación económica.
El pontífice advertía de que el calentamiento global recaerá sobre los países en desarrollo y en esa lógica reclamó que los países que se han beneficiado por un alto grado de reindustrialización, a costa de una emisión de gases invernadero, tienen mayor responsabilidad en aportar la solución al problema que han causado. Entendía que a veces puede ser necesario poner límites a quienes tienes mayores recursos y poder financiero. Creía que la salvación de los bancos a toda costa, sin la firme decisión de revisar y reformar el sistema entero, solo podrá generar nuevas crisis. Aseguraba que las empresas se desesperan por el rédito económico y los políticos por conservar o acrecentar el poder y no por preservar el medio ambiente y cuidar a los más débiles. Cuestionaba el modelo económico dominante. Eran argumentos duros, que iban más allá de la fe y se centraban en el modelo de crecimiento.
El Papa estaba señalando a China, pero también a Estados Unidos, donde la encíclica, interpretada como un texto ideológico y politizado, cayó como una bomba, tanto en el sector más conservador del Partido Republicano, como en los lobbies financieros y empresariales. Para algunos, estaba vendiendo una línea de socialismo de estilo latinoamericano. Se le tildó de arrogante, de marxista y se le exigió que se centrara en cuestiones de teología y moral. Pero la iniciativa del Papa no sólo fue una doctrina que se incorporó de inmediato al magisterio de la Iglesia. Como hombre de acción que era, planteó al C-9, la comisión encargada la reforma de la Curia vaticana, preparar una Constitución con la idea de unificar algunos de los Consejos Pontificios que existían en el Gobierno de la Iglesia, integrando un área dedicada «a la ecología ambiental, humana y social». Así fue como surgió el actual Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.
ACOGIDA A LOS HOMOSEXUALES
Desde aquella frase icónica de Francisco en 2013 de «quien soy yo para juzgar a un gay», el Papa argentino se prodigó en continuos gestos de apertura hacia las parejas del mismo sexo. En 2020, en un documental del cineasta de origen ruso Evgeny Afineevsky estrenado en el Festival de Cine de Roma, el pontífice declaró que «los homosexuales son hijos de Dios y tienen derecho a una familia. No se puede echar de una familia a nadie, ni hacerle la vida imposible por eso. Lo que tenemos que hacer es una ley de convivencia civil, tienen derecho a estar cubiertos legalmente». Estaba claro que era una cuestión de misericordia y acogida, en línea con otras iniciativas sorprendentes como la de que los transexuales adultos puedan ser bautizados, al igual que los niños nacidos de parejas homosexuales por medio de la gestación subrogada. También que los gays que convivan en pareja tienen permitido hacer de padrinos en bautizos. Todos ellos temas muy espinosos.
Esa posición aterrizó el 18 de diciembre de 2023. El Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó una declaración de 45 puntos, ‘Fiducia supplicans’, en la que se anunciaba que los sacerdotes podían bendecir, a partir de ese momento, las uniones entre personas del mismo sexo o a las parejas irregulares, es decir que estén formadas por divorciados vueltos a casar. Era un giro histórico que demostraba que el Papa no se arrugaba. En la presentación del documento se dejó claro que no se pretendía convalidar oficialmente su status (no se permiten ritos litúrgicos que puedan causar confusión), y que ni alteraba en modo alguno la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el sacramento del matrimonio, que prevé una bendición nupcial sólo para el hombre y la mujer que se casan.
Pese a la explicación previa, la declaración produjo un movimiento sísmico en el seno de la Iglesia católica con réplicas que todavía no han finalizado. Fue tachada de herética, blasfema y contraria a la tradición de la Iglesia. Fue tal la conmoción, que el 4 de enero, el dicasterio tuvo que emitir una larga nota para reiterar que las posibles bendiciones eran meramente pastorales o «espontáneas», no litúrgicas ni ritualizadas, que en ningún caso aprueban o justifican la situación en la que se encuentran esas personas. «La bendición no hay que negársela a nadie», zanjó Francisco en los días posteriores, asumiendo que las autorizadas en ‘Fiducia supplicans’ «no requieren la perfección moral para ser recibidas».
‘Fuduccia suplicans’ fue muy contestada. La mayoría de las Conferencias Episcopales africanas hicieron saber que no podrían aplicar «sin escándalo» las bendiciones a las parejas del mismo sexo. El Vaticano ya contaba con ello. En la nota aclaratoria asumían que en algunos países hay legislaciones que penalizan con la cárcel, y en algunos casos con torturas e incluso la muerte, el solo hecho de declararse gay, por lo que sería imprudente una bendición. El contexto y la cultura local son aspectos que no pueden ser obviados. La polarización eclesial era evidente. Se estaba tensando mucho la cuerda. Incluso la polémica saltó a otras confesiones. Ha sido el documento más contestado de Francisco.
EL PAPEL DE LA MUJER EN LA IGLESIA
Francisco ha dado pasos significativos para potenciar el papel de las mujeres en el seno de la Iglesia católica, pero tuvo que echar el freno en asuntos como el sacerdocio y el diaconado femenino y los ‘viri probati’ (hombres casados de probada virtud y fidelidad a la Iglesia para actuar como sacerdotes en lugares remotos como la Amazonia) , temas delicados en las dos sesiones del último Sínodo. La publicación del ‘instrumentum laboris’ (el programa de trabajo) de la gran asamblea ya fue despejando dudas y rebajando las altas expectativas sobre sus conclusiones y su documento final. En vísperas de las sesiones sinodales, el propio Francisco ya dejó claro que excluía cualquier entrada de mujeres en el diaconado como miembro del clero. En respuesta a la pregunta de una periodista de la televisión estadounidense CBS de ‘si llegaremos a ver esa situación’, el pontífice fue tajante: «Si hablamos de diáconos con órdenes sagradas, no». El ministerio ordenado seguirá siendo exclusivamente masculino. Es cierto que este Papa ha roto barreras y ha dado a las mujeres un protagonismo que rompe esquemas en una sociedad muy patriarcal, pero los más impacientes esperaban pasos más audaces. El pontífice, sin embargo, es el guardián último de la comunión (unidad) de la Iglesia y le corresponde «estimar los límites de su ‘elasticidad’ en su inmensa diversidad geográfica, histórica, cultural e ideológica», opinan los teólogos. Un sector de la Iglesia ha apreciado lo que considera una apertura tímida, otro, más acostumbrado a los resultados a corto plazo, lo ha calificado como «migajas», porque se refuerza la asimetría.
Desde luego, se han hecho cosas que parecían impensables. En enero de 2025 el Papa siguió dando pasos para reducir la prevalencia masculina en la Curia romana con el nombramiento de la primera mujer como ‘ministra’ de uno de los dicasterios romanos. La elegida fue la monja italiana Simona Brambilla, a quien situó al frente del ‘ministerio’ para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Brambilla, de 60 años, es enfermera de profesión y fue misionera en Mazambique, antes de ser elegida superiora general en Italia de las Misioneras de la Consolata. La constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’, que entró en vigor en junio de 2022, permitía que los laicos y las mujeres estén al frente de los dicasterios de la organización administrativa de la Santa Sede, un puesto que quedaba antes reservado para los cardenales y arzobispos. Fue un cambio histórico, criticado por una parte de la clase eclesiástica. La religiosa ha sustituido a un cardenal.
Desde el inicio del pontificado de Francisco la presencia de mujeres no ha dejado de crecer entre los empleados de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano, que ha pasado de un 19,2% hasta un 23,4%, según los datos oficiales. Y siguen escalando en los puestos directivos. En febrero de 2025 otra religiosa italiana, Raffaella Petrini, sustituyó al cardenal español Fernando Vérgez al frente del Gorvenatorato del estado vaticano. De 56 años, licenciada en Ciencias Políticas y perteneciente a la congregación de las Hermanas Franciscanas de la Eucaristía, se convirtió en la primera ‘alcaldesa’ de la historia del Vaticano. Es la primera mujer que se sitúa en el escalafón más alto de la Iglesia, en la que desarrolla varios cargos ejecutivos. Las mujeres siguen rompiendo techos de cristal, en espera de que se den pasos adelante hacia el diaconado femenino y el acceso al sacerdocio.
SINODALIDAD: LA HORA DE LOS LAICOS FRENTE AL CLERICALISMO
La Constitución ‘Praedicate Evangelium’ ya contemplaba que los laicos pudieran tomar parte en las funciones de gobierno dentro de la Curia romana, si bien establecía que algunos de los dicasterios necesitarían ministros ordenados para dirigirlos, como los relativos a los obispos, el clero y el culto.
Francisco era consciente de que los fieles habían convertido a los sacerdotes en intocables, en una casta que consideran sagrada, y era necesario cambiar esa mentalidad, en línea con el cristianismo de los orígenes. Por eso convocó un Sínodo sobre la Sinodalidad, para que laicos y eclesiásticos caminaran juntos en comunión, participando en la misma misión. No se trataba de impulsar el activismo católico ni de hacer un ‘Parlamento’ diocesano en línea con las cámaras políticas. «Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar es más que oír. Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender», declaró el pontífice en 2015, con ocasión del cincuenta aniversario del Sínodo de los obispos. No había que dejar a nadie fuera o detrás.
Reivindicó a los sacerdotes «con olor a oveja» y criticó a los «obispos de aeropuerto». También tuvo duros discursos contra la «doble vida» de algunos cardenales, vanidosos y hedonistas, alejados del servicio pastoral. «Hay mucha resistencia a superar la imagen de una Iglesia rígidamente dividida entre dirigentes y subalternos, entre los que enseñan y los que tienen que aprender, olvidando que a Dios le gusta cambiar posiciones», catequizaba Francisco. «El obispo y el sacerdote desvinculados del pueblo son unos funcionarios, no unos pastores», percutía. En resumen, fustigó sin contemplaciones el clericalismo. Anticipaba ya que en futuro habría una Iglesia minoritaria, ayuna de vocaciones, en la que los laicos, y en especial las mujeres, tendrían que tener un papel protagonista. En definitiva, rehabilitó la eclesiología del Concilio Vaticano II, que con Juan Pablo II había quedado un poco en segunda línea.

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