
En esta Murcia de curiosas y sorprendentes dualidades, cuando el país entero celebra la fiesta del trabajo, cuando pocos trabajan, en un recóndito rincón del … municipio se festeja, nada más y nada menos, que a la Purísima. La misma advocación que en diciembre inaugura el tiempo de Navidad para los auroros y anuncia que la ciudad comienza a vibrar al ritmo de aguilandos según los vayan suscitando las copitas de mistela.
Eso no es normal, por suerte para nosotros, en cualquier otro punto de España. En Murcia, llegado el primero de mayo, la pedanía de Sangonera la Verde honra a una imagen que fue comprada tras la Guerra Civil por una parroquiana anónima, quien la custodió en su casa y que suscitó tanto fervor popular que llegaría a darle su nombre a la calle donde la veneraban. Y, por extensión, al barrio entero.
Así que tantos años más tarde, esa talla que donó la devota a la parroquia, regresa cada año para protagonizar una gran fiesta que reúne, como cada año, a familias enteras. No pocos dieron buena cuenta de una barbacoa multitudinaria, de litros indispensables de cerveza para combatir la calorina, y del arroz con magra que preparó ‘El Tanque’, que así se llama la carnicería y los populares matarifes que la regentan.
Si sobraron viandas, no menos sol sobró, en una jornada de primavera típica del campo de Murcia, que no es la huerta pues solo basta mirar alrededor para contemplar cómo blanquean los olivos, que ahí siempre se llamaron oliveras, de flores blancas. Si el tiempo no lo impide y cuajan la mayoría será esta una cosecha para el recuerdo. Como para el mal recuerdo fueron aquellas de los tres últimos años. Consecuencia: la garrafa de cinco litros llegó a costar cincuenta euros. Ya auguro que hogaño, recogido ese tesoro de aceitunas, rondará el precio los veinte euros escasos.
Murcia es esto. Y los murcianos son eso: gentes que viven sus fiestas regalando. En Semana Santa, caramelos, monas, habas y estampas. En el Entierro, juguetes. En Navidad, ‘convidás’ y almuerzos a las cuadrillas que llegan a sus casas cantando el aguilando. En las antiguas matanzas, el llamado ‘presente’ a los vecinos para que disfrutaran de parte del cerdo. Tras las cosechas, otro tanto. Como también se observa en el Halloween murciano la denominada orillica del quijal. O el regalo de los huevos de las gallinas, que siempre sobran pues tienen la espléndida costumbre de poner uno al día. Siempre dar. Sin mirar a quien. Sin pedir nada a cambio. Da inquietud escribirlo. Porque el día en que el mundo descubra cómo vivimos por aquí, nos invadirán. Tiempo al tiempo.

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Enlace de origen : Una Purísima que no espera a diciembre