Ha muerto Mariano Iniesta, el Tío Sentao’, uno de los últimos taberneros murcianos de los de antes, representante de la tercera generación al frente de esta popular tasca -en sus orígenes- con 85 años a la espalda. Y es que Mariano, con sus 78 primaveras aún seguía al pie del cañón. Nunca quiso jubilarse. Y es que el establecimiento -construido ‘ex novo’ sobre la original taberna que inauguró su abuelo, Manuel Iniesta, junto a la fachada donde se abre la entrada principal del monasterio de las Agustinas, en San Antón, era él. De carácter peculiar, chocante para quienes no lo conocían, conversador y cercano para los habituales, de ‘sentao’ tenía poco, porque era habitual verlo alternar con sus chatos de vino con los clientes de confianza. «Mariano, por favor, no bebas con los clientes», le reconvenía a veces Santi, su mujer. «Está bebiendo todo el mundo, no voy a beber yo», respondía.
La Taberna del Tío Sentao es una de esas tascas históricas que aún resisten a estos tiempos precipitados y convulsos. El ‘tio Sentao’ fue Manuel Iniesta Monserrate, el abuelo, que la regentó en aquellos primeros tiempos en los que tenía un suelo de tierra. Y lo de ‘El tío sentao’ es el alias mejor puesto de la historia. Porque don Manuel, pues eso, estaba siempre ‘sentao’. Hasta tal punto que te tenías que servir tú mismo. En un delicioso librito publicado en 1970 por el periodista García Martínez y el pintor Muñoz Barberán titulado ‘Tabernas de Murcia’, hay un extenso y curisíosimo diálogo con don Manuel: «Y el Tío Sentao, desde su patriarcal sillón (…) sirve a la clientela: ‘Yo he trabajao mucho aunque me esté mal decirlo, y estoy más cómodo sentao’». Pues eso. El caso es que, gastronómicamente hablando, la taberna es un viaje en el tiempo. «Tortillas de habas, atún de ijá, bacalao frito, potaje de garbanzos, arroces, asados -de codillo, de , migas si llueve, a veces de lechón entero, de cordero, zarangollo, magra con tomate…» escribía García Martínez en 1976. Y más de cincuenta años después, la cocina es la misma, pura Murcia… con el añadido de los mariscos. Hoy la clientela seguía matando por sus patatas asadas.
Izquierda: El Tío Senato, a la derecha, chatenado con un cliente. Derecha: Dibujo del interior de la tasca.
Foto: José manuel Cortés | Dibujo: Muñóz Barberán


Con su impenitente cigarrillo en la boca -sí, dentro del local, lo que a nadie extrañaba- Mariano se sentaba con los clientes con los correspondientes chatos de vino de barril para hablar de lo divino y lo humano y, si acaso saltaba alguna discusión, la aplacaba con otra de sus sentencias que provocaba las risas de la parroquia: «El que nace pa’ burro no llega a caballo». En el restaurante quedan Santi, su mujer, y Antonio, su hijo, que también trabaja allí. El propio Mariano, una eminencia en el conocimiento de la historia de las tascas y ventorros de la vieja Murcia, veía claro el futo: «Esto termina siendo pizzas y hamburguesas».
«Bebamos», decía Mariano cuando se sentaba con un cliente dispuesto a la charla. Una frase heredada de su abuelo, Don Manuel, que iniciaba siempre sus parlamentos con un «bebamos, pues». Pues eso, bebamos, en su memoria.

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