
Comentaba mi amigo Diego que la palabra ‘legua’ procede de la latina ‘lecua’, y es una unidad antigua de longitud que viene a medir la … distancia que una persona, a pie o en cabalgadura, puede recorrer durante una hora. Es una medida itineraria que suele equivaler a cinco kilómetros y medio, aunque su longitud varía según las regiones y, también, si éstas son terrestres o marinas. En nuestra geografía regional son muy frecuentes los lugares denominados La Media Legua. Son núcleos pequeños de población que, en sus inicios, eran lugar de descanso no solo para personas sino, también, para animales donde abrevaban y se les proporcionaba alimentos. Eran el precedente y muy similares a nuestras modernas estaciones o áreas de servicio. En torno a esos lugares de alivio para el caminante surgieron edificaciones hasta convertirse en pequeños núcleos urbanos situados junto a carreteras principales, como es la carretera de La Unión, frente al Parque de Seguridad. Allí se encuentra La Media Legua de Cartagena, pues en nuestra Región de Murcia existen hasta ocho poblaciones con este nombre.
Esto me comentaban en el acto que compartimos de la celebración del Dos de Mayo, para conmemorar la gesta de los capitanes Daoiz y Velarde al frente del pueblo de Madrid contra el invasor francés en 1808. Dicho acto estuvo organizado por el Regimiento de Artillería Antiaérea número 73 (RAAA 73), bajo el mando del coronel José Ángel Úbeda Garcerán y presidido por el Jefe del Estado Mayor del Cuartel General Terrestre de Alta Disponibilidad de la OTAN en España, el general de división Enrique Silvela Díaz-Criado, que también fue oficial y coronel en este Regimiento. El Regimiento cartagenero es el más avanzado de la artillería antiaérea española, una unidad para las misiones que demande España, teniendo actualmente soldados y material antiaéreo desplazado en Turquía y Letonia para la OTAN.
Después de terminar tan entrañable acto mantuvimos treinta amigos de la infancia un encuentro singular y muy emotivo, después de haber pasado más de 50 años y, en algunos, más de 60, sin vernos. Fue una jornada de encuentro de vecinos de los barrios de Mataperros, Media Legua y Vista Alegre, todos alumnos del colegio de la Media Legua; en concreto, del famoso maestro Don Antonio ‘El Tío Mula’, llamado así porque era de Mula. Organizó el encuentro Juan Soto que, en aquella época, vivía en Lo Campero, un caserío cercano a la Media Legua al igual que otros conocidos como las casas de Los Tacones, Los Maestres, El Porche o El Tiro. En la barra del restaurante Sacromonte, Juan Antonio nos ofreció un aperitivo que nos brindó la oportunidad de empezar a contar momentos vividos en aquella época, en los que éramos niños de entre 6 y 10 años conocidos unos, como los mayores y, otros, como los pequeños.
«Los amigos se cuentan siempre dos veces. En las buenas, para ver cuántos son y, en las malas, para ver cuántos quedan»
Los «palmetazos»
Una vez colocados en la mesa, el decano de todos los asistentes, Bernabé, nos recordó los desayunos con leche en polvo que él preparaba en el hornillo de la clase, la única clase en la que estábamos todos juntos, en aquellos pupitres de madera para dos con tintero, inclinados y con tapa para guardar los libros y lo poco que nos llevábamos a clase. A la hora del recreo, íbamos todos al patio de no más de 50 metros para jugar al ‘chinchemonete’, al ‘reyhueso’, al ‘huevo con las cristalinas’ o a los ‘rompis’. Los alumnos que venían andando desde Mataperros hasta la escuela pasaban por la pinada del Campo de Tiro y algunos se entretenían buscando nidos. Entonces llegaban tarde y Don Antonio los sacaba a la pizarra y… «palmetazo por llegar tarde». La palmeta siempre estaba activa por uno u otro motivo.
Las historias sobre Don Antonio eran infinitas. El primer día de cada mes no venía a clase pues iba a cobrar y le sustituía su hijo Don Joaquín que llegaba en bicicleta. Don Antonio venía en el tren chicharra, «el que pita más que anda». Se traía su fiambrera y comía en la escuela. La barra de pan la compraba en la tienda de Pedro Blaya, situada justo al lado. Nos recordaba Pedro Bueno que, a la hora de tener sed, recurríamos a la famosa cántara de la que todos bebíamos agua, con una destreza de mucho nivel a pesar de ser críos. A veces Don Antonio daba alguna cabezada y se armaba la consiguiente algarabía que suponía algún que otro palmetazo. No faltaban los comentarios de aquella época cuando en la Sociedad, siendo presidente Don Pedro Jiménez, se colocó la primera televisión del pueblo en blanco y negro. Los socios no pagaban por verla y los no socios una peseta toda la tarde que Juan Avilés, el tesorero, cobraba a rajatabla.
Los domingos en el pueblo se celebraba la misa por la mañana, previo aviso con la campana que hacían sonar los monaguillos por todas las calles. Después, partido de fútbol junto a la Sociedad y, por la tarde, andando hasta Los Mateos al cine, con el dinero justo para la entrada y dos bolsas de pipas. Los mayores se compraban un cigarrillo Ducados para fumarlo de regreso. Antonio comentó que, en la novela ‘Mr. Witt en el Cantón’, de Ramón J. Sender, aparecen eventos relacionados con la vida social y popular de Cartagena durante la insurrección cantonal en la Media Legua, durante un baile nocturno en nuestro pueblo.
Vicente recordó la famosa Gasolinera de Donas donde se celebraba el Día del Turista en el que se regalaban melones y frutas. Junto a la gasolinera estaba el bar El Zorro, donde se comía conejo al tomillo. Era inmejorable y venían de todas partes a degustarlo. Importantes eran las fiestas de verano que se celebraban en septiembre en la puerta de Muebles La Fuensantica, con los conjuntos musicales y el gran baile-verbena con tómbola, juegos y concursos. Todo el pueblo participaba y disfrutaba a lo grande. Es algo que ya no existe y, por lo tanto, queda en el recuerdo.
Y llegó la hora de la manduca que Juan Antonio, chef del Sacromonte, nos preparó y disfrutamos empezando con una ensalada de atún escabechado en frío de almadraba con tomates de Mazarrón y el aliño de la casa. Continuamos con unas patas de pulpo de roqueo a la brasa con parmentier de boniato. El siguiente entrante individual fueron unas cazuelas de guiso de conejo con trigo y setas de cardo variadas. Todo regado con un Ribera de Teófilo Reyes Tamiz, de uva tinta del país. El plato final, un bacalao gratinado sobre cama de espinacas con piñones y patatas al pimentón y, además, una carrillera de ternera en su jugo acompañada de patatas y verduras con un Verdejo Agua Azul de Rueda. El punto dulce fueron unas milhojas de crema pastelera con merengue y helado de chocolate acompañadas de asiático cartagenero y un limoncello exquisito. Termino tan agradable encuentro de vecinos de antaño con esta reflexión: «Los amigos se cuentan siempre dos veces. En las buenas, para ver cuántos son y, en las malas, para ver cuántos quedan». Lo he dicho siempre, dos veces, dos.

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Enlace de origen : Media Legua y Vista Alegre