
En la sede murciana de la Fundación Mediterráneo se llevó a cabo una conferencia-recital del libro ‘Brisas de España’, en el que nos sumergimos … en el universo español del compositor astro-húngaro Óscar de la Cinna. Este pianista, nacido en Pest (una de las ciudades que más adelante conformarían la actual Budapest), se inspiró en las melodías populares de España para crear obras de salón para piano.
Estaba previsto que la conferencia fuera guiada por el autor del libro, Antonio Hernández, que no pudo asistir por motivos personales. Por ello, estuvo a cargo del catedrático de Música y Artes Escénicas de la Universidad de Murcia, Miguel Ángel Centenero. A través de los acertados comentarios del ponente nos introdujimos en la vida de este intérprete y compositor astro-húngaro en una sala en que mostraba, por desgracia, muchas butacas vacías, posible efecto de la lluvia que cayó sobre la capital murciana.
Óscar de la Cinna tuvo una extensa carrera como solista internacional, pero el trabajo de Antonio Hernández se centra en su obra como compositor. Más de 900 obras catalogadas por el autor, en un libro en el que se pone en valor sus composiciones inspiradas por aires españoles, especialmente de palos flamencos, y que podría haber abierto camino a las composiciones posteriores de creadores más afamados, como Manuel de Falla o Joaquín Turina.
El acto sirvió para reivindicar un creador olvidado y la promesa de resonancias en un repertorio por explorar
Con la sala aún impregnada de las ideas expuestas en la conferencia previa, José Vicente Riquelme Ros convirtió el discurso musicológico en sonido. El programa hiló seis miniaturas que revelan la interacción de influencias gitanas, andaluzas y centroeuropeas en torno al universo español de Óscar de la Cinna, mientras dialogaba con Turina, Falla y Lecuona en un tejido sin costuras.
La velada comenzó con la Danza zingaresca Op. 913 de De la Cinna, donde Riquelme delineó la melodía con staccatos acerados y un pedaleo transparente que evitó el folclorismo de postal. El clímax exhibió un virtuosismo siempre subordinado a la arquitectura; la coda, chispeante, liberó el primer estallido de aplausos y marcó la pauta de un relato que no decaería.
Sin interrumpir la atmósfera, la ‘Zambra gitana’ de las ‘Danzas gitanas’ Op. 55 de Turina se fundió con los ecos anteriores. El pianista atenuó dinámicas y pedal para insinuar el cante jondo; un leve ritardando en las semicorcheas centrales evocó la voz humana sin caer en sentimentalismos. Aquel susurro flotó sobre acordes en suaves redobles, como si el aire mismo respirara flamenco.
La ‘Danza del molinero’ del ballet ‘El sombrero de tres picos’ planteó el desafío de transformar la orquesta en marfil. Riquelme reprodujo rasgueos y taconeos con precisión casi coreográfica, construyendo un crescendo que estalló justo antes del silencio final, tan necesario como el golpe del martillo que remata la seguidilla.
El bloque central regresó a De la Cinna con el ‘Fandango de Brisas de España’. Allí, en un diálogo de trinos y acordes punteados aderezado con séptimas añadidas, saltó la liebre del erial: la personalidad del autor emergió rotunda, ajena a los tópicos, reclamando su lugar entre los grandes. La ‘Malagueña flamenca’ de la misma colección prolongó ese momento con un lirismo sombrío y rubati respirados que mantuvieron la tensión sin estridencias.
Cerró la noche la célebre ‘Malagueña’ de la suite ‘Andalucía’ de Lecuona. Riquelme eligió el tempo ideal, realzando la sensualidad habanerística y el perfume de jazz de sus síncopas; el final apoteósico sacudió la sala y arrancó de inmediato la ovación unánime del público.
A lo largo de la media hora de música, el intérprete exhibió solidez técnico-musical y un sentido narrativo que convirtió cada número en capítulo de una misma historia: la reivindicación de un creador olvidado y la promesa de nuevas resonancias en un repertorio todavía por explorar.

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Enlace de origen : La voz perdida de Óscar de la Cinna