
Aquel 20 de agosto de 2022 no iba a entrenar. Esa vez no. José Manuel Murcia presidía el Triatlón Guerrita Alcantarilla, tenía 52 años … y había cruzado la meta del Ironman de Vitoria apenas un mes antes. Lo iba a celebrar saliendo a rodar con amigos, sin relojes ni tiempos ni pulsómetros. Solo iba a disfrutar.
Quedaron como siempre, en la rotonda del avión de Sangonera la Seca. Eran cinco. Una grupeta conocida, de esas que se entienden con solo mirarse el gemelo. Salieron a las ocho, rumbo a Mazarrón, por la recta de Los Ventorrillos (Alhama de Murcia). Fue allí, a las 8.40 horas, cuando un coche apareció por detrás como un disparo. «Lo único que recuerdo es como si cayera una bomba. Nada más».
José Manuel cerraba el grupo. El conductor, un joven que venía de las fiestas de Librilla, triplicaba la tasa de alcohol. Embistió por detrás. No sabe exactamente a qué velocidad iba, pero no hubo frenada. «Mi compañero que encabezaba la grupeta dice que le pasé por encima y caí varios metros delante de él». El coche quedó sin morro, con la luna destrozada y el techo hundido. «Parecía haber chocado contra un muro». El conductor dio positivo en alcohol y fue detenido por la Guardia Civil.
LA EMBESTIDA
«Pasé por encima de mi compañero que iba a la cabeza de la grupeta y caí varios metros delante»
Los otros cuatro ciclistas también cayeron, pero él se llevó la peor parte. Sufrió una fractura de rótula, clavícula rota, vértebras dañadas, pérdida de dientes y una serie de lesiones maxilofaciales que lo dejaron irreconocible. Lo sacaron del asfalto como si fuera un muñeco de trapo.
José Manuel ingresó en la UCI de La Arrixaca. Dieciséis días en coma. Tres operaciones. A los pocos días de despertar, no entendía dónde estaba. «Me acuerdo que pensé: tengo que llevar a mi hija al colegio, tengo que irme a entrenar, ¿qué hago aquí?». Su hermano, enfermero, fue quien le sacó de esas preocupaciones cotidianas. «’José, has tenido un accidente’, me dijo».
Lo llama accidente. Pero en su libro lo redefine: «Eso fue una tentativa de homicidio». Así lo escribe en ‘El impacto del silencio’ (Uno Editorial), el testimonio de su renacer, que presenta el 21 de junio en el pub Backstage, en El Palmar. Un relato crudo, emocional y lleno de cicatrices: «No tengo el recuerdo de cómo me colocaron de lado para que no me ahogara. El dolor debió ser tan insoportable que mi mente, en un último acto de supervivencia, decidió nublarse, apagarlo todo».
APRENDIZAJE
«La vida no hay que postergarla para otro momento. Hay que hacer las cosas que uno quiere en el acto»
Cuando despertó no podía hablar. Ni moverse. Ni comer. Tenía los labios cerrados con gomas. Solo bebía con pajita. Lloraba sin poder hacer ruido. Peleó contra los collarines, los calmantes, las noches en blanco. «Pensaba que me habían sacado de un campo de concentración. Me quedé en 64 kilos. Sin masa muscular. Destrozado». A veces se preguntaba si no hubiera sido mejor no sobrevivir. Pero miraba a su hija y eso que le lastraba se transformaba en fuerza.
Viaje a la infancia
El libro también es un viaje hacia atrás. Hacia el niño que quería ser policía como su padre. Hacia el joven que se enamoró de Santi, su mujer, en un pub llamado El Tubo. Hacia el hombre que tocó fondo tras un fracaso empresarial y encontró su redención en una bicicleta de El Corte Inglés. «Cada pedaleada era un pasito hacia la vida», escribe. El Ironman fue su cima. El accidente, su sima. La rehabilitación, una mezcla de ambas. Pasó tres veces por quirófano. Reconstrucción dental, columna, nariz. La rehabilitación fue lenta. «A veces desesperante». Tenía que volver. No al Ironman, y quizá no a la bici. Pero regresó a por metas cotidianas. Caminar sin cojear. Desayunar con su mujer. Sentarse al sol con su hija.
Y luego estaba el miedo. La prueba de fuego. Volver a subirse a la bicicleta fue un calvario. Cada vez que oía un coche, el corazón se le aceleraba. No podía evitarlo. Se lo dijo a su psicóloga. «Tengo pánico. Me quiero esconder».
Pero un día se obligó. Salió con tres amigos. Tres de los que iban aquel día. Cuando pasaron por Alhama, se detuvo en el lugar donde le atropellaron. Allí, en mitad de la nada, tiró la bici al suelo. La miró. Dudó. Pero la cogió otra vez. «Ese día acabó el miedo. Si no volvía a montar era porque no quería, no por pánico». Hoy, con 54 años, pedalea de nuevo. No como antes. No cuatro días por semana. Pero sí lo suficiente. Carretera a veces, montaña casi siempre. «Porque si me caigo, que sea yo solo». Que no se lo lleve nadie por delante.
El conductor nunca se puso en contacto. Ni él ni su familia. Ni una llamada ni un ‘lo siento’. José Manuel tampoco quiere saber nada de él. Aún no sabe si podrá soportar verle la cara en el juicio que está por llegar. Pero todo esto que le ha ocurrido lo ha transformado en un testimonio que «es terapia para mí y para quien se encuentre en una situación similar a la mía».
El libro es una liberación y un símbolo de fortaleza. Como ese coche que quiso romperle y no pudo. Él sigue aquí con sus cicatrices, prótesis y vértebras soldadas. «Pero estoy aquí». Y se ha vuelto a subir a la bici en la que casi pierde la vida. «Si algo he aprendido de este proceso es que la vida no hay que postergarla para otro momento. Hay que hacer las cosas que uno quiere en el acto y no dejarlo para otro día. Porque mañana, igual, puede que ya no estés».

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Enlace de origen : El ciclista atropellado por un conductor ebrio en 2022 cuenta en un libro su dura recuperación tras estar 16 días en coma