Las raíces centenarias de Barahonda

Las raíces centenarias de Barahonda

Jueves, 12 de junio 2025, 01:15

Se puede hacer perfectamente media maratón Alfredo Candela hablando por el móvil, a paso ligero, de un lado a otro de la puerta de la bodega Barahonda, algo vehemente, calzando zapatos de faena campestre, y despachando los coletazos de un auténtico ‘marrón’. Ahora para un lado, ahora para el otro, y así sin descanso, la mañana que GARUM llega a este punto inconfundible de la geografía yeclana. Cuando por fin cuelga el teléfono, cambia por completo el rictus y sirve una encantadora sonrisa para saludar. Sale por la puerta su hermano, Antonio Candela. Juntos superan el siglo de vida que este año celebra la empresa.

Antonio recuerda a la perfección ese momento, «el peor de todos», en que el dedo gordo de su pie derecho se le puso como un tomate y, a las cinco horas, aquello estaba al borde de la amputación. Fue esa noche -del año de la pandemia, para más inri- en la que se tuvo que calzar unas botas dos números por debajo del suyo para intentar rescatar un millón de litros de vino que se estaban echando a perder de golpe, derramados por el suelo, debido a un error en la instalación realizada en los depósitos de la Bodega Antonio Candela, fundada en 1925. «Los depósitos fueron cayendo como un dominó», recuerda. La ruina sobre las cabezas y el trabajo de muchos meses bajo los pies. Y Antonio, y Alfredo, y toda la familia y todos los empleados metieron las piernas hasta el corvejón en aquel mar de vino y uvas para tratar de salvar lo insalvable.


Viejos depósitos de hormigón de Bodegas Antonio Candela.


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La estampa del móvil y del desastre de los depósitos, cada una en su tiempo y en sus dimensiones adecuadas, ejemplifican la dedicación, el esfuerzo, la ilusión y los quebraderos de cabeza -aunque más de lo primero que de lo último-, la vida plena en definitiva que supone para estos dos hermanos de Yecla su empresa familiar, que este 2025 cumple cien años. Un siglo de existencia. Celebración al alcance de unos pocos y además con una envidiable salud de hierro. Y todos los dedos sanos, aunque Antonio perdiera la uña en aquella batalla contra el infortunio. La uña fue lo que menos le importó perder. «Nos costó mucho levantarnos de aquello, pero lo logramos gracias a los trabajadores excepcionales que siempre hemos tenido».

Antonio (Yecla, 1962) y Alfredo Candela (Yecla, 1966) se sientan juntos en uno de los sofás biplaza de la entrada de la bodega y charlan con la naturalidad de quien se sabe en el porche de su casa. Se interrumpen, se gastan bromas, se corrigen, se tocan la pierna. Se quieren como hermanos que son y se respetan como tal. Brindan con el vino conmemorativo que Barahonda ha elaborado para celebrar estos cien años, un monastrell soberbio que invita a no dejar de beberlo durante, al menos, cien años más. El sabor de Yecla y de Barahonda. El sabor de una tradición familiar que ya va por la cuarta generación. «Y vamos a por la quinta», que estoy esperando un nieto, celebra Antonio con una sonrisa inmensa. «Será el quinto Antonio Candela».


Recogida de uva en Bodegas Antonio Candela, a mediados del siglo pasado.


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La tradición vitivinívola -y la de sonreír- la heredaron los hermanos de su padre, Antonio Candela. Todo empezó con Bodegas Antonio Candela, que ha sido el germen de todo, y lo sigue siendo. «Pero nos dimos cuenta de que teníamos que sacar otro proyecto de allí para embotellar y hacer vino de la forma que queríamos, de una forma más cómoda y más moderna, a pie de viñedo», relata Antonio. Y fue a principios de los 90 cuando Barahonda empezó a coger forma, a ‘independizarse’ de Bodegas Antonio Candela y a echar nuevas raíces en el negocio familiar. Siempre las raíces. De ahí el famoso logo de la bodega. «Queríamos un logotipo que no necesitara letras. Que se identificara perfectamente», ilustra Alfredo. «Desde la plantación de la cepa en la tierra, hasta la botella». El nombre de Barahonda, por si alguien no lo sabía, es un homenaje a una finca de la madre, Carmen Belda. Aquí no hay puntada sin hilo.

Carmen Belda, como el padre, Antonio Candela, fallecieron hace ya unos años. Pero siguen más vivos que nunca en cada una de las estrategias y los pasos que abordan los hijos. Por ejemplo, a la hora de mantener viva la filosofía del «amor con amor se paga». Y también siguiendo a rajatabla ese viejo consejo del padre: «Trabaja como el que más y disfrita como nadie». Por supuesto, aquí también se han respetado las lecciones que ya aprendieron los antepasados en relación al cultivo de uva: «No hay dos vendimias iguales», dejó dicho el padre de Antonio y Alfredo, que saben mejor que nadie que, cuando llueve, «están cayendo billetes del cielo». Y quizá por eso este año tienen la sonrisa más suelta que los anteriores, cuando la sequía apretaba casi hasta el ahogo.

La voz del progenitor, recreada con inteligencia artificial, suena ahora en la experiencia con realidad aumentada que Barahonda ha creado para celebrar el centenario, y que estrenaron hace unas semanas en un acto en la bodega al que asistieron proveedores, clientes, periodistas, representantes institucionales y ‘winelovers’. «Se me pusieron los pelos de punta y se me saltaron algunas lágrimas. Tuve que apartarme a un rincón porque la emoción era enorme. De repente volver a escuchar la voz de tu padre, rodeado de gente… fue impactante», admite aún con un nudo en la garganta el mayor de los hermanos en un paseo por las entrañas de la nueva y flamante bodega, rodeada de cepas de monastrell.


Toneles centenarios de la familia.


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Hoy, después de unos años de constante innovación y adaptación a los tiempos modernos, la empresa está presente en decenas de países, desde Filipinas a Taiwán, pasando por Australia y, cómo no, Estados Unidos, que representa hasta el 40% del total de las ventas de Barahonda. De ahí la preocupación por los vaivenes provocados por la Administración Trump. Los temidos aranceles. «Está poniendo las cosas complicadas, vendemos allí muchos cientos de miles de botellas al año». Aunque no parece que haya obstáculo en el camino que estos dos hermanos no estén dispuestos a enfrentar con las mismas ganas y determinación que hasta ahora. Lo mismo si Trump se mete un Barahonda entre pecho y espalda y se deja de refrescos de cola, otro gallo cantaría.

Otro de los problemas con los que lidia la empresa es «la caída continua del consumo de vino, al menos en cantidad, que no en calidad, y eso es lo que nos está salvando», señala Alfredo. Por su parte, Antonio no puede dejar de poner el foco en la «enorme burocracia» que pesa sobre el sector, «y sobre todas las empresas, creo yo, aunque yo hablo de la nuestra. Sufrimos unas regulaciones bestiales por parte de las administraciones que muchas veces no se terminan de entender. Casi tenemos más gente en administración que en producción para poder atender todas esa carga laboral. Y eso significa que algo falla».


Imponentes depósitos de la nueva bodega Barahonda.


Vicente Vicéns/ AGM


El «protocolo» familiar

Preguntamos también por la cuestión del relevo generacional, tan presente en el campo y la agricultura como en el sector vitivinícola. Y aquí hemos abierto un melón en un terreno de uvas. «Últimamente me preguntan mucho esto; ¿es que nos veis tan viejos?», protesta Alfredo Candela. Dejando las bromas aparte, desvelamos un asunto importante. El del protocolo interno familiar de la empresa -y la familia- Barahonda. «Nuestro padre nunca nos presionó para entrar en la empresa. Y, de hecho, no me dejó entrar de primeras en la empresa después de acabar la carrera de Empresariales», recuerda Alfredo. Tres cuartas partes de lo mismo ocurrió con Antonio, y eso que, en su caso, había estudiado Enología. Los dos habían mamado desde chicos la pasión por las uvas, por el campo y por la elaboración del vino. Así que nada de forzar a los chiquillos a vendimiar.


Zona de venta y enoturismo en Barahonda.


Vicente Vicéns/ AGM


Pero, cuando ambos acabaron sus respectivas carreras, no pudieron entrar de primeras a la empresa. «Fue una lección que aprendimos», resume Antonio. «Mi padre me dijo una frase que se me quedó grabada», recuerda Alfredo. «Me dijo: ‘Cuando puedas aportar algo que la empresa valore, entrarás a trabajar aquí. Mientras tanto, no’». No fue hasta pasado un año cuando Antonio Candela dio el visto bueno a la entrada de sus zagales.

Todo ello formaba parte de ese protocolo interno familiar que permanece hasta nuestros días, y que Antonio y Alfredo Candela siguen aplicando a rajatabla, ahora con sus propios retoños. «Aquí hay unas condiciones para que los hijos entren en la empresa: entre otras cosas, tienen que tener experiencia. Es decir, que hayan trabajado en otras empresas, aunque sea de otros sectores», explica Antonio. «Foguearse», resume su hermano. «Otro de los protocolos que tenemos para la familia es que aquí se entra en el nivel básico. Nada de puestos directivos desde el principio», advierte Alfredo.


Antonio Candela, en la terraza de su casa, unos años antes de fallecer en 2015.


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Pero, volviendo a la pregunta del principio, «relevo generacional sí que hay». Vamos, que queda Barahonda para rato.

«Como un marranico suelto»

Para Alfredo Candela, echando la vista atrás, los mejores momentos los representan las «picas en flandes» que suponen «abrir nuevos mercados y conseguir nuevos clientes». Lo que define como «pequeños grandes momentos que dan mucha satisfacción». «Se suele decir que la primera generación de una empresa crea el negocio, la segunda lo hace grande y la tercera lo hunde. Nosotros somos la cuarta, y todavía no lo hemos conseguido», ríe con su hermano.


Alfredo y Antonio Candela, en el restaurante Barahonda, la última joya de la corona.


Vicente Vicéns/ AGM


«Es un orgullo tremendo cumplir cien años. Pero ya no por nosotros. Sobre todo, por mis padres. Disfrutarían viendo lo que hemos conseguido, y además gracias a ellos. Viendo aquí a toda la familia, a todos los amigos. Haciendo un homenaje». Hace unas semanas, con la celebración oficial del centenario, «mi padre habría disfrutado como un marranico suelto, como se suele decir», se emociona el menor de los hermanos. Más o menos, como siguen disfrutando Antonio y Alfredo al frente de Barahonda, y rindiendo homenaje diario a sus padres. Salud.

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