La locura por el Jimbee fue tal que ni el calor ni el inicio de las vacaciones escolares ni la condición de tarde laborable de … jueves restó un ápice de entusiasmo a los miles de cartageneros que desde dos horas antes del partido disfrutaron de la fiesta organizada en la explanada contigua al Palacio de Deportes, esa instalación que tanto costó inaugurar y que en los últimos años solo da alegrías a los aficionados al fútbol sala de la ciudad. Si la vieja Bombonera es nostalgia, la nueva es felicidad. Pura felicidad.
Los más rezagados tuvieron verdaderos problemas, eso sí, para llegar a tiempo a la Fan Zone, donde hubo música, cerveza fría e hinchables para los más pequeños. Y es que el tráfico fue absolutamente caótico, imposible por momentos por la coincidencia de los que querían estacionar sus vehículos por la zona, para después subirse a uno de los autobuses lanzadera del festival Imperium Rock, con los que llegaban en busca de aparcamiento para acceder rápido al Palacio.
No acertó el que pensó que era una buena idea meter tantos coches a la vez en un mismo lugar. Colapsados los accesos, cortada la avenida del Cantón, abarrotado el parking en superficie del centro comercial La Rambla y superados los agentes que intentaban regular el tráfico, el sálvese quien pueda acabó con coches amontonados sobre las aceras, arcenes, vados, solares, descampados y calles colindantes. Todo ese lío de tráfico se lo ahorraron los que llegaron pronto, recibieron al equipo de Duda a lo grande y disfrutaron de una previa a la altura del acontecimiento. La fiesta estaba servida.
Chemi y Gon Castejón celebran el triunfo, ayer, ante el Barcelona.
J. M. Rodríguez / AGM

Dentro, calor. Mucho calor. A pesar de la excelente climatización del Palacio, uno de los puntos fuertes del recinto, el llenazo en las gradas y las altas temperaturas registradas en el exterior durante todo el día provocaron que la gente sudara de lo lindo y los abanicos predominaran en una noche volcánica. De hecho, dos aficionados sufrieron sendos desvanecimientos y tuvieron que ser evacuados por los servicios de emergencia en el segundo tiempo. El pabellón se tiñó de rojo y la gente (4.816 espectadores que llenaron de nuevo la instalación) se dejó la garganta desde media hora antes de que arrancara el cuarto partido de una nueva final para la historia del deporte local. Cuando Duda salió del túnel de vestuarios, por delante de sus ayudantes, la grada se caía. Es el absoluto referente del proyecto y los aficionados se lo demuestran en cada partido.
Sin conexión
No hubo una avalancha de peticiones para acreditarse para el encuentro, ni mucho menos. De hecho, ni un solo medio nacional ha cubierto estos dos partidos de Cartagena, lo que evidencia la escasa repercusión de la final fuera de la ciudad portuaria y los enormes problemas que tiene el fútbol sala, como deporte, para proyectarse y encontrar la visibilidad que perdió hace ya demasiado tiempo. A pesar de ello, las redes móviles no aguantaron y fue complicado encontrar conexión durante las casi dos horas que duró el choque. Red inestable y falta de cobertura para los casi cinco mil espectadores que, desde el inicio, comprobaron que esta vez el Barça quería imponer su alto ritmo desde la primera jugada. Y lo consiguió.
Sufrió el Jimbee en el intercambio de golpes, aunque todo pudo cambiar en el primer tiempo si el tailandés Osamanmmusa hubiera marcado a puerta vacía. Hizo lo más difícil: tirarla al poste y mandar al limbo una ocasión clamorosa para colocar el 2-1 en el marcador. En la grada, gestos de desesperación, rostos cubiertos y el miedo a que después se pudiera echar de menos esa oportunidad fallada. Y eso ocurrió, porque poco después el habilidoso Dyego desnudó a Gon Castejón y regaló el segundo gol a Antonio Pérez.
Remó y remó el equipo de Duda, siempre por debajo en el electrónico. Pero eso no enfrió a la grada local, siempre caliente y entregada. «¡Sí se puede!, «¡Cartagena nunca se rinde!», «¡Y la Virgen de la Caridad lleva siempre a su equipo a ganar!». Todos los clásicos resonaban en una segunda mitad en la que los parones fueron constantes. Cada vez que un jugador se iba al suelo tenía que salir el chico de la mopa a limpiar el parqué. Eso cortaba el ritmo a los de casa, que eran los que tenían que remontar para evitar el 2-2 del Barça en la serie y que todo se decidiera finalmente el lunes en el Palau.
Y en el minuto final, cuando todo parecía perdido, la apoteosis con los goles de Waltinho y Pablo Ramírez. La gente enloqueció. Gritos, cánticos, lágrimas de alegría e incluso algún niño volando de mano en mano en plena euforia de los padres. Después, cuando el capitán Jesús Izquierdo levantó la copa, entregada por su presidente, Miguel Ángel Jiménez Bosque, el público empezó a creerse que esto era real. No era un sueño. El Jimbee repetía título y sus seguidores más fieles acompañaron a los jugadores a celebrarlo hasta bien entrada la madrugada. Su primera parada fue la fuente de la Plaza de España.

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Enlace de origen : El Palacio de los Deportes de Cartagena, una caldera que nunca se rinde y vive un minuto final inolvidable