A veces, cuando me toca pasar mala noche por culpa de algún kebab de dudosa calidad, me despierto bañado en sudor y con pesadillas de … Yngwie Malmsteen subiendo y bajando escalas como un endemoniado. El guitarrista sueco, tan virtuoso como aburrido, no fue la mejor elección para encabezar la última jornada del anterior Rock Imperium y la organización ha aprendido la lección reservando el mayor despliegue de contundencia para el último día del festival.
El domingo taladrador de tímpanos arrancó con una triada de muerte y destrucción en forma de death metal y hardcore nacional: Acrónica, Lampr3a y Vendetta FM. La caña burra siguió en forma de thrash con Death Angel y Municipal Waste, dos formaciones norteamericanas que sonaron tan furiosas e implacables como el sol que tostaba el cuello de los aguerridos asistentes que se atrevieron a abandonar la protectora sombra de los árboles para empezar a formar jaleo. El héroe anónimo encargado de refrescar al público con una manguera de agua se ganó el cielo.
Rock Imperium 2025
A las 6 de la tarde, con las bestias ya amansadas, tocó el turno de bajar las revoluciones de la mano de Disneyland After Dark (abreviado D-A-D para evitar problemas con los abogados de Mickey Mouse), una banda de hard rock de buena factura que, caso similar al de GUN, nunca logró el reconocimiento que merecía. Eso sí, menudos precios llegan a alcanzar sus discos en esas tiendas de vinilos de segunda mano que saben lo que venden. Después de su sólido paso por el Rock Imperium, ahora Cartagena también lo sabe.
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Soen
Jamón de Jabugo
Soen
José María Rodríguez/ AGM

Resulta muy complicado no caer rendido ante el señorío de Soen, una clase magistral de clase y distinción. El quinteto sueco es capaz de conjugar la complejidad del metal progresivo moderno, sin caer en la pedantería, y emocionar con una sensibilidad melódica exquisita que, sin embargo, evita coquetear con el pop. Añadan a la fórmula algunas gotas de la magia de Pink Floyd, un puñado de vigor escénico y ‘voilá’, aquí tienen una de las propuestas más emocionantes y extraordinarias que ha dado el rock en los últimos años.
Con un repertorio basado en sus tres últimos discos, que representan su esplendor creativo hasta la fecha, el concierto de Soen fue una absoluta delicia y lo único malo que puedo decir sobre él es que acabó. Imprescindible.
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In Flames
Furia sueca
In Flames
José María Rodríguez/ AGM

El momento de volver a subir la intensidad llegó con los pioneros del death metal melódico. In Flames se ha convertido en los últimos años en un grupo cada vez más difícil de ver en directo en España y, a juzgar por los proyectos paralelos en los que están embarcados sus integrantes, no parece que la cosa vaya a cambiar pronto. Por ello, la cita de este domingo fue una ocasión dorada para disfrutar de una formación imprescindible para entender la evolución del metal extremo.
La lección de historia se quedó algo corta al centrar su repertorio en su producción del presente siglo, dejando pocas referencias a su primera etapa de la segunda mitad de los 90. Al margen de eso, su poderosa actuación fue una de las más enérgicas de todo el festival y la confirmación de que Anders Fridén y los suyos se mantienen en muy buena forma.
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Till Lindemann
Arriesgada pantomima
Till Lindemann.
José María Rodríguez/ AGM

El cantante de Rammstein tuvo este domingo en Cartagena la oportunidad de reivindicarse como artista. Liberado del peso de los mastodónticos montajes escénicos y la pirotecnia excesiva de su banda principal, y con su reputación por los suelos tras sufrir su propio ‘me too’, se encontraba en una posición idónea para devolver su atención a la música. Había motivos para esperarlo tras un reciente disco en solitario bastante correcto.
Lamentablemente, parece que Till Lindemann ha acabado devorado por el personaje y el antaño genio provocador se ha convertido en un bufón de mal gusto. Lejos de ceder el protagonismo a sus canciones, su concierto en el Rock Imperium acabó sepultado por lanzamientos de tartas, proyecciones de porno turbio y una serie de performances chabacanas e incluso misóginas, como cuando un miembro de su banda empezó a sacarse tampones ensangrentados de una vagina de pega para tirarlos al público. Algo de gracia tuvo la ocurrencia de disparar pescado que no parecía demasiado fresco con un cañón de aire comprimido. Menos se reiría el personal de limpieza encargado de limpiar las tripas desparramadas de los pececitos que acabaron reventados en el suelo.
El grimoso espectáculo de Lindemann divirtió a unos y asqueó a otros, dependiendo de sus tragaderas para la caspa, pero lo verdaderamente decepcionante fue lo vacío que resultó su vodevil pasado de rosca. No tengo ningún problema con el arte transgresor o arriesgado, pero al alemán se le ve venir de lejos y es evidente que se limita a usar el escándalo como maniobra de márketing, del mismo modo que ha convertido los conciertos de Rammstein en un espectáculo de Fallas para atraer a audiencias masivas.
Irónicamente, los números de circo fueron el ingrediente que aportó dinamismo a unos temas de metal industrial más bien machacón que no consiguen quitarse de encima ese tufillo a descartes de Rammstein, sin rastro del brillo de ‘hits’ como ‘Du Hast’, ‘Sonne’ o ‘Mein Herz Brennt’. La canción más celebrada fue precisamente una que no es suya: una versión de ‘Entre dos tierras’, de Héroes del Silencio, que pegó muy fuerte en Alemania.
Al acabar el concierto -que, todo sea dicho, se pasó rapidísimo-, los asistentes solo hablaban sobre pescados disparados, tartas, vulvas orinando o las pintas del batería travestido, pero poco o nada sobre música. Lindemann vino a dar que hablar y a vender las próximas dos fechas que dará en solitario en noviembre, con entradas desde 80 euros, así que en ese sentido nadie puede negar que su ‘freakshow’ fue un éxito rotundo.
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Mind Driller
Despedida y cierre
También en clave de metal industrial, pero esta vez con denominación de origen alicantina, Mind Driller sufrió la comprensible estampida de asistentes posterior al cabeza de cartel de la noche, pero a cambio tuvo el honor de cerrar, de forma muy correcta, un festival que volvió a ser ejemplo de comodidad, conciertos de altísimo nivel y buena organización.
Este año se dio la complicada circunstancia de que los tres festivales de rock más importantes del país coincidieron el mismo fin de semana y da la sensación de que eso ha acabado pasando factura a los tres. El público de la escena es tremendamente fiel, pero la tarta es la que es y el poder de la bilocación solo se le conoce a Santa Teresa.
Otro aspecto que ha generado disparidad de opiniones es la eliminación del tercer escenario, anteriormente ubicado en la explanada de la UPCT. Aunque llegar hasta allí no era cómodo, ese espacio aportaba una programación paralela de conciertos, generalmente pertenecientes a géneros más arriesgados o minoritarios, con un público más concreto. Cierto es que ubicar todas las actuaciones en los escenarios principales elimina la posibilidad de los temidos solapamientos de horarios, pero también se pierde una interesante flexibilidad para la audiencia. Podría ser interesante buscar una nueva fórmula para recuperar el tercer escenario en la próxima edición del evento.
Por encima de todo, cabe destacar cómo el buen hacer de la organización ha dado sus frutos y ha logrado labrarse un público fiel que repite porque ya siente que el Rock Imperium es su festival, incluyendo algunos gallegos y catalanes que cuentan con alternativas comparables cerca de casa. El ambiente sano, las facilidades para acudir en familia, incluyendo un servicio de ludoteca, la limpieza regular de los aseos, el reparto constante de botellines de agua gratuitos entre las primeras filas o el uso de mangueras para refrescar al personal en las horas de máximo calor son pequeños detalles que suman y ayudan a que el público se sienta como algo más que una tarjeta de crédito con patas. Contando los días para el año que viene.

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Enlace de origen : Soen y Till Lindemann, cara y cruz del Rock Imperium