«Ayúdame, Señor, a caminar. Ayúdala, Señor, a caminar». Así entonó La Sacerdotisa y respondieron, a modo de plegaria, los feligreses. Para quien diga que … la gente no practica la fe en el siglo XXI, el concierto de Rigoberta Bandini en el Espacio Norte tuvo mucho de lugar donde redimirse de las preocupaciones diarias y de confesar «quiero vivir». ¿En esta vida o en la otra? No había bancos ni un templo. Pero sí un escenario por altar y el césped artificialmente verde para esta época del año, donde chicas y chicos de todas las edades; familias con el papá, la mamá y los hijos, bailaban en sus propios corros. Al unísono, cantaban las canciones de Rigoberta Bandini, ‘Jesucrista Superstar’ o «Massiel, ¡viva!», como le espetó un hombre al que el vestido corto y acampanado de la artista le recordó el del primer Eurovisión que ganó España, hace 57 años.
El hombre lo cantaba todo mientras se abanicaba. También una chica en primera fila: «Yo soy Teresa, y soy de la generación del tofu», se dio a conocer al paso del micro. Se dejaban llevar por las canciones con coro góspel de una misa americana y, en cambios radicales, por los remixes más retumbones. Porque, después de que el público devoto agitara las manos lentamente sin que ‘Jesucrista’ o las bailarinas y coro góspel lo hicieran, de repente el organista, desde su esquina, tecleaba unas notas magentas y turquesas supergalácticas —muy de la electrónica noventera— y parecía que los saltos fueran a inclinar el estadio del Real Murcia, a la derecha del recinto.
Comunión con aguardiente
Eso sí, alimentarse a base de tofu no impidió que más de uno se animara a comulgar la eucaristía que celebró Rigoberta. Alzó un par de botellas de aguardiente mientras las consagraba con la oración de su ranchera ‘Amore, amore, amore’. Con ella lanza un órdago al cantante mexicano Alejandro Fernández, que tendrá complicado superar el brindis en su próxima cita en la ciudad, el 12 de agosto, en MurciaOn. La Sacerdotisa descendió para ofrendar a los primeros fieles apostados contra la valla con el chupitazo y, también, con parte de su cuerpo: una peluca.
En esos momentos en que a nadie le importaba la salud del estadio, muchos daban la espalda al escenario. Una pareja sincronizaba sus botes; se buscaban con la mirada en cada balanceo de sus cuerpos y pugnaban por sobreponerse el uno sobre el otro mientras cantaban, como en un desahogo pactado y necesario, a gritos. En el borde de la aglomeración, varias niñas hacían la voltereta lateral. Esto es Babilonia ordenada, donde no se cumplen los mandamientos propios de un concierto, sino que cualquiera hace su interpretación del espectáculo y se abre en círculos para dejar que cada cual disfrute como le parezca.
«Es un ambiente muy sano, rollo muy poco alcohol, muy pocos móviles…», se alegraban cuatro chicas —con «tres nombres para las cuatro», se mostraban misteriosas— que disfrutaron del concierto y sufrían por los pocos que perdían la conexión, enfrascados en grabar o escribir. No hizo falta ningún cartel que dijera «apaguen los móviles, disfruten del recogimiento». La gente sabía a donde iba.
Kiko Asunción / AGM



Una cola de tres canciones
«Tú es que ya has ido a un concierto suyo», le recriminaba una chica a su amiga en la cola de la barra, que se había dejado tentar para pedir una cerveza. Resultó un pecado capital con consecuencias en la conciencia. ¿Cómo no iba a haber poco alcohol? La pobre estaba desesperada porque no las atendían cuando sonaron los primeros ecos que anunciaban ‘la buena nueva’ del disco ‘Jesucrista Superstar’. «Es que se ha pinchado el barril», se disculpó el camarero. Tres cervezas esperaban al grupo y quedaba otra pendiente de una mujer que se coló para hacer que se la cambiaran, porque «no se podía beber», dijo con retintín.
La humedad pedía por lo menos un refresco o agua, pero ni con esas se agilizaba la salvación del atasco, aunque hubiera sido lo responsable para no dar positivo en la carretera. No es recomendable, sin embargo, recorrer por la noche los siete kilómetros desde la Nueva Condomina hasta la Plaza Circular, si alguno de los asistentes tiene la suerte de vivir en el centro. Un grupillo de chicas con deje alicantino se lo tomaron de forma más estoica, con actitud de subirse a la barra metálica para bailar a Rigoberta mientras esperaban. «Ya lo sabemos para la siguiente: una cerveza son tres canciones aquí», cantaban por no llorar.
Aquel hombre del abanico, recordando a Massiel nada más iniciarse el concierto que alardeó de una ‘performance’ como una gala televisiva de los ochenta —con presentadora italiana y todo—, estaría esperando la canción que casi representa a España en Eurovisión 2022.
Rigoberta Bandini sacó todos los móviles de los fieles —esta vez justificado— para que grabaran la canción ‘Ay mamá’. En un acto de justicia poética, muchos enviaron el vídeo por Whatsapp a sus madres y alguien del público se llevó a casa, además, el sujetador que lanzó La Sacerdotisa. Si en el concierto no hubo un diálogo divino, por lo menos sí fue generacional.

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