Primero fue la angustia de los supervivientes, sus historias de ansiedad escapando en kayaks por las ventanas. Luego, los nombres de las víctimas, demasiado jóvenes … para escribirlos en una necrológica. Sus sonrisas melladas perseguían este lunes a todos los estadounidenses, pero en especial a las niñas de Texas que un día soñaron con pasar el verano en Camp Mystic, la quintaesencia de los campamentos de verano que fue el escenario donde perdieron la vida al menos 27 menores y profesores. Una desgracia que suma, en total, 103 víctimas mortales.
«Estoy viviendo el mejor verano de mi vida», le escribió a su madre Sarah Marsh, de 8 años, un día antes de que la riada se la llevara por delante. Su cuerpo apareció el domingo colgado entre las ramas de un ciprés. Dormía en su litera cuando el río Guadalupe se alzó como un monstruo en la oscuridad de la noche y se llevó por delante los dormitorios de las cabañas más bajas del campamento. Horas antes, en la madrugada del 4 de julio, Día de la Independencia de EE UU, se preparaban las esponjitas de malvavisco para pinchar en las barbacoas, un ritual mágico de la jornada más álgida del verano estadounidense. En algunos tramos había apenas un riachuelo. Esa noche crecería en menos de una hora casi nueve metros de altura, según datos del US Geological Survey, hasta llevarse flotando las camas de las niñas.
«Nuestros corazones están rotos junto con los de las familias que están soportando una tragedia inimaginable», dice la página web del mítico campamento cristiano, que desde 1926 prometía a las niñas de Texas «sacar lo mejor de sí mismas» y elevar su autoestima, en un ambiente de crecimiento espiritual. Sus caras traviesas, pintorreadas con gafas de colores, se asoman todavía en la página. Como las de las mujercitas de otros veranos que estas pequeñas nunca serán.
No murieron solas. Entre las 27 víctimas de ese campamento había profesores, consejeras y hasta el director, Richard Dick Eastland, que falleció con su esposa, Tweety, en el intento de salvar a las niñas. Había sobrevivido al cáncer y a la pérdida de un hijo. «No me sorprende lo más mínimo que este fuera su último acto de amabilidad y sacrificio, había salvado muchas almas con el regalo de su trabajo en Camp Mystic», escribió Paige Sumner, una amiga de la familia que ese mismo día publicaba en el diario local ‘Kerrville Daily Times’ una columna sobre su vida. «Reescribo estas líneas mientras oigo los helicópteros sobre nuestras cabezas buscando supervivientes», contó. «No me puedo creer aún la dimensión de esta tragedia en nuestra comunidad. Dick era padre de cuatro chicos maravillosos, pero también la figura paternal de miles de niñas que cada año, al final de esas seis semanas, le veían como a un padre».
La primera alerta de inundación potencial llegó a la 1.15 horas, cuando todos dormían. A las 2.07 las literas de las cabañas bajas flotaban ya río abajo. La dirección tenía planes de contingencia para lluvias torrenciales, pero nunca esperaron eso. En el peor de los casos, si el agua se alzaba sobre los caminos, les llevarían sándwiches de desayuno.
Reuters

«Soñaba con bailar»
Uno de los cuerpecillos que yacían este lunes en la morgue de Forth Worth, a donde se llevaron los cadáveres para la autopsia, era el de Linnie McCown, una estudiante de 8 años de Texas que soñaba con «vivir para bailar», decía su camiseta en una de las fotos sonrientes que compartía este lunes el diario local de su Austin natal. «Llenaba nuestros corazones de tanta alegría que no os lo puedo ni empezar a explicar», escribió su madre en las redes sociales. «La vamos a echar tanto de menos… Pero sé que estará radiante allí arriba brillando como una estrella».
Le acompañaba en su corazón de madre doliente Stacy Stevens, cuya hija Mary, de la misma edad, dejó de reír a carcajadas esa madrugada. «He sido la madre más afortunada del mundo por tenerte. Te seguiré queriendo siempre e intentaré vivir la vida como tú lo hacías: sin miedo, con compasión, llena de gozo».
El director de Camp Mystic, Richard Dick Eastland, perdió la vida mientras trataba de socorrer a las niñas
La fe cristiana ayudaba a quienes habían perdido a sus seres queridos. El campamento religioso en el que la ex primera dama Laura Bush fue una de las consejeras, planeaba alojar a 700 niñas este verano. «Se quedó para siempre feliz con sus amiguitas», declaró Shawn Salta, tío de Renee Smajstrla, otra niña de ocho años que compartía litera con Sara Marsh.
La tragedia sorprendió asimismo a decenas de campistas, que clavaron sus tiendas o aparcaron sus autocaravanas en la zona para disfrutar del 4 de julio en un entorno natural única. Ese era el plan de la familia de Evely Chavarría, que ahora sólo espera que sus allegados «estén en algún lugar o, en el peor de los casos, que al menos se les pueda identificar». La riada se llevó por delante las vidas de su madre, el esposo de esta, su tía y su marido y un primo. Su prima Devyn Smith, de 24 años, sobrevivió tras ser arrastrada por el agua más de 24 kilómetros y permanecer seis horas aferrada a un árbol. «Si pensamos demasiado en la catástrofe, perderemos la cabeza», cuenta.
EP

Julian Ryan, de 27 años, rompió la ventana de su caravana con el brazo para salvar a su familia. Cuando despertaron el agua les llegaba ya a los tobillos y la presión impedía que se abriera la puerta. Pusieron a su bebé de 13 meses y a su hijo de 6 años sobre el colchón, que empezó a flotar, y trataron sacarlo por la ventana. Ryan sufrió cortes severos y se desangró antes de que pudieran socorrerlo.
En el conteo dominical de Kerr County, de las 50 víctimas iniciales al menos 21 eran niños, pero este lunes la cifra total de muertos había subido a 103 y se esperaba que siguiera creciendo, como el río bajo amenaza de nuevas lluvias. Cientos de voluntarios peinaron 60 kilómetros de ribera ayudando a salvar 850 vidas, incluyendo a niños aterrorizados que, en medio de la oscuridad, navegaron kilómetros sobre sus colchones. Se acabó perseguir luciérnagas, cantar a todo pulmón o ganar en las competiciones infantiles. Todo a su alrededor se había vuelto barro y desolación.
Los campistas con menos fe parecían zombis sentados en sus sillas de playa en medio del lodo y los escombros, tratando de entender cómo el sueño de una noche de verano se convirtió en la gran pesadilla de sus vidas.
Las autoridades revisarán a fondo los sistemas de alerta
Las autoridades realizarán una «revisión exhaustiva» de las medidas de advertencia en la cuenca del río Guadalupe, una de las más peligrosas de EE UU por la frecuencia de las inundaciones repentinas y, pese a ello, muy apreciada por campistas y turistas de autocaravana. Durante años, la alerta fue el boca a boca. En 2015 la región decidió implantar un sistema compuesto por medios para monitorizar la subida del caudal con alarmas instaladas a lo largo de las orillas, pero su elevado coste lo aplazó. Con la llegada masiva de los móviles, se optó por el aviso telefónico. El viernes la señal llegó tarde o no fue escuchada.

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Enlace de origen : Más de cien muertos en las inundaciones de Texas: «Si pensamos demasiado en la catástrofe, perderemos la cabeza»