
Durante su primera visita a la Casa Blanca con Trump en su segundo mandato, Benjamín Netanyahu regaló a su anfitrión un macabro trofeo de guerra: … un buscapersonas dorado, montado sobre una base en cuya placa se leía: «A Donald Trump, nuestro mejor amigo y nuestro mayor aliado». El artilugio quería recordar la operación de Inteligencia reciente más sonada del Mossad: la explosión de miles de mensáfonos convenientemente manipulados por la agencia de espionaje en manos de milicianos y simpatizantes de Hezbolá en Líbano. Ayer, al visitarle por tercera vez en seis meses, el primer ministro hebreo le regaló lo que más deseaba: una carta de nominación al Premio Nobel de la Paz.
«Te lo mereces. Deberían dártelo», le aduló frente a las cámaras. «Guau», respondió el presidente de EE UU visiblemente conmovido. «Esto no lo sabía, es algo muy significativo, especialmente viniendo de ustedes». La recomendación venía de alguien imputado por crímenes de guerra y de lesa humanidad, que tiene sobre sus espaldas una orden de arresto de la Corte Penal Internacional por los crímenes cometidos en Gaza desde el 8 de octubre de 2023. La ironía no pudo ser mayor.
Trump siempre ha anhelado recibir el Nobel de la Paz, que la Academia Sueca prodigó en 2008 a su antecesor, Barack Obama, pero le regateó a él. Para lograrlo, al iniciar su segundo mandato se presentó en su discurso de investidura como «el gran pacificador» y se propuso acabar en un tiempo récord con la guerra de Ucrania, la de Gaza y recientemente la de Irán, que él mismo bautizó como de «los doce días». Ninguna de esas mediaciones ha funcionado como deseaba, lo que no impide que a su alrededor se le rindan pleitesías y alabanzas.
Ayer mismo, durante la cena con Netanyahu y su equipo en la Casa Blanca, anunció que volverá a mandar armas a Ucrania. «Tenemos que hacerlo, tienen que poder defenderse. Les están pegando muy, muy duro. Mucha gente está muriendo en ese lío», respondió. Aunque serán mayormente armas defensivas, son también una manera de forzar la mano del presidente ruso, Vladimir Putin, con el que dice sentirse disgustado por su resistencia a dar pasos hacia una paz inmediata. De hecho, este fin de semana insinuó que Estados Unidos podría imponer sanciones económicas a Rusia, como lo han hecho otros países y la Unión Europa.
El domingo, mientras Netanyahu aterrizaba en Washington, sus fuerzas asesinaron al comandante naval de Hamas en un café de Gaza, donde el ataque costó la vida a decenas de civiles. En pleno vuelo hacia EE UU, el primer ministro coordinó con la fuerza aérea también un bombardeo contra los rebeldes hutíes en Yemen. Más tarde, al atardecer del lunes (medianoche en España) se reunió con Donald Trump y los dos recordaron como un hecho histórico que el mes pasado lanzaron una operación coordinada contra las instalaciones nucleares de Irán, cuyo programa atómico sufrió daños definitivos, según Trump, o solo lo suficientemente graves como para retrasar dos años el enriqucimiento de uranio iraní, en opinión de las agencias de espionaje.
Fuera de una manera u otra, el presidente de EE UU respaldó su decisión de haber lanzado los aviones furtivos cargados con bombas rompe-búnkeres contra unos objetivos nucleares que el Pentágono llevaba preparando desde principios de siglo, pero que ningún otro presidente se había atrevido a atacar, según él mismo reveló durante la cena con el primer ministro hebreo. Incluso, Trump comparó su ofensiva en Irán con la orden de Harry S. Truman de arrojar la bomba atómica sobre Japón durante la Segunda Guerra Mundial. «Eso detuvo muchas peleas, y esto ha detenido también muchas peleas», sentencio. Con las «grandes capacidades» de ambos países combinadas, Israel ha celebrado una «histórica victoria» que le permite «cambiar el rostro de Oriente Medio», presumió también Netanyahu, sin perder de vista el ego de su anfitrión.
Discrepancias a largo plazo
A efectos prácticos, el encuentro en la Casa Blanca sirvió para que los dos líderes abordasen las posibilidades de conseguir una paz en Gaza y la firma de un nuevo acuerdo nuclear entre EE UU e Irán. A corto plazo, los dos se muestran en sintonía, pero las discrepancias resultan evidentes en un horizonte más largo. El mandatario norteamericano anunció que su Gobierno podría iniciar nuevas conversaciones con el régimen de los ayatolá a partir de la segunda semana de julio, mientras el primer ministro israelí expuso sus reticencias a dar cualquier tipo de oxígeno a Teherán. «Me gustaría creer que Irán no pondría a prueba nuestra fortaleza, porque sería un error», advirtió.
Sobre el alto el fuego en Gaza, que se negocia de manera paralela en la ciudad árabe de Doha, Trump y Netanyahu coincidieron en la necesidad de alcanzarlo lo antes posible. El primero incluso confía en anunciarlo esta misma semana. Lo que suceda a continuación, sin embargo, es más incierto. El inquilino de la Casa Blanca prefirió pasarle a su invitado la pregunta sobre la posible fórmula de los dos Estados, a lo que se negó taxativamente. «Los palestinos deberían tener todo el poder para gobernarse a sí mismos, pero ninguno que nos amenace. Y eso significa que ciertas competencias, como la seguridad general, siempre estarán en nuestras manos», apostilló Netanyahu.
«La gente dirá que eso no es un Estado completo. Nos da igual. Construiremos una paz en la que la soberanía de la seguridad siempre esté en nuestras manos», insistió el dirigente hebreo, en una idea que encaja con su propuesta de construir grandes campamentos en el sur de la Franja (entre ellos, uno para 600.000 palestinos en Rafah), donde los gazatíes vivan en una especie de confinamiento. O bien, se vayan del territorio. Los dos mandatarios refrendaron esta madrugada que buscan un tercer país que acoja a los palestinos para darles «un futuro mejor», para que «el que se quiera ir pueda hacerlo». «La gente debe tener derecho a decidir si se queda o se va», justificó. Según Netanyahu, EE UU e Israel están cerca de lograr un acuerdo con «varios países».
Trump estaba henchido. «Estoy deteniendo las guerras, odio ver que se mata la gente», dijo. La reunión y cena con el dirigente israelí estaba prevista sin cobertura de prensa, pero las conversaciones privadas debieron ir tan bien que el mandatario estadounidense abrió el acto a las cámaras. El israelí, hospedado en la Casa Blair, residencia oficial para invitados de la Casa Blanca, se había reunido primero con Steve Witkoff, el enviado del presidente a Oriente Medio, seguido del secretario de Estado Marco Rubio y, finalmente, con Trump en privado. El presidente quería presionarle para recuperar el alto al fuego en Gaza, ampliar los acuerdos de Abraham de su primer mandato para incorporar a Arabia Saudí, y reactivar las negociaciones con Irán sobre el pacto nuclear.
Todos ellos eran pasos necesarios para lo que Netanyahu le sirvió en bandeja la nominación al Nobel de la Paz. En privado, el israelí debió ser receptivo, aunque se le sepa receloso de negociar con Irán. «Cuando extirpas un tumor no quiere decir que no pueda volver, tienes que seguir vigilando», advirtió. Y EE UU parece dispuesto a dejarle a él ese papel de guardián en la región.

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