
El recorrido que separa la entrada del Club de Campo de El Palmar de la pantalla gigante instalada en su interior presume unas instalaciones vacías. … Desde el cartel que reza ‘Eres nuestro número uno’ hasta las escaleras que giran destino a la cafetería, el camino está escoltado por pistas de tenis desiertas, alumbradas bajo los 35ºC propios de una calurosa tarde de julio murciano. Parece más sensato un sofá bajo el rumor del aire acondicionado, como un mantra eléctrico que extiende el horario constitucional de la siesta española; o una toalla sobre la arena, al amparo de la sombrilla junto a esa novela que solo se deja leer en verano. Parece más sensato, pero en la tarde del domingo el vecino pródigo volvía a poner El Palmar en el mapa de las grandes capitales europeas con un Grand Slam en el alambre.
Con la última final de Roland Garros todavía en la retina, esa oda al deporte disputada hace 36 días que pasó directamente a los libros de historia de la raqueta, los vecinos de El Palmar no se querían perder otra edición del nuevo clásico del tenis mundial, esa rivalidad entre dos titanes que empieza a tomar tintes hegemónicos y amenaza con colmar todas las finales de la próxima década de Grand Slams. Como por Faulkner en la genial ‘Amanece que no es poco’, en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Carlitos Alcaraz, amor incondicional, pero no deja de ser un domingo de julio murciano, y apenas una decena de aficionados ocupan los asientos dispuestos frente a la pantalla gigante del Club de Campo palmareño durante el peloteo de la final de Wimbledon.
Por eso, el primer punto en blanco para el vecino pródigo, martilleando a Sinner con ese servicio dominante sublimado en los últimos torneos, sorprendió a los bustos tostados en la piscina, que comenzaban a orientar sus conversaciones hacia la pantalla gigante, por la que desfilaban en un goteo heterogéneo los aficionados que comienzan a llenar las sillas e imponer el ambiente de tarde grande de tenis frente a la sobremesa calmada por el olor del cloro y el café. El primer set terminó de despertar a la parroquia, con tres juegos arrolladores consecutivos que colorearon los mofletes del transalpino para desatar los aplausos y respingos sobre las sillas.
Los palmareños ya jugaban el partido con Carlitos, a 1.500 kilómetros, metidos de lleno tras el primer set, pero el comienzo del segundo dibuja dientes apretados y conduce las manos a la cabeza, ese gesto universal que lamenta un golpe errado por centímetros. Sinner amenazaba con romper el saque de Carlos y poner el 5-2, pero el servicio letal del murciano vuelve a arrancar los aplausos de un público que se había enfriado, congelado definitivamente por la reacción vigorosa, de absoluto número uno del transalpino, que pone el empate en el marcador, y los vecinos descargan los nervios con paseos nerviosos hasta la cafetería, o para echar un vale alejados unos metros.
El eco de Roland Garros
Cuando Yannik Sinner pone el 2-1, los gestos incómodos de Carlos sobre el tapete de la pista central del All England Club se vuelven ubicuos, mimetizados a 1.500 kilómetros en el centenar de personas que colman las sillas frente a la pantalla gigante instalada en el Espacio Joven de El Palmar. Desde los niños armados con el chupete hasta los abuelos ayudados por el ‘gayao’. Todos lamentan cada golpe elegante y preciso del deportista italiano, brindando su mejor tenis; todos explotan en aplausos con cada genialidad del vecino pródigo, contra las cuerdas, sin margen de error. Pero los acólitos de ‘Charly’ no decaen, saben que es posible porque ya lo han vivido.
Por eso, cuando Sinner pone el 4-2 en el cuarto set y Carlos parece condenado a claudicar, los improperios dirigidos contra la pantalla se transforman rápidamente en una calurosa ovación. La tensión se respiraba en el Espacio Joven, y cada primer plano de Alcaraz desencadena una ovación cuyo eco transporta la memoria de lo vivido hace un mes sobre la tierra de la Philippe Chatrier, pero los milagros no suceden todos los días. El resto de Alcaraz se queda corto, Sinner gana su primer Wimbledon. La resignación de quienes desfilan hacia la calle; el aplauso en pie de los que aprecian otro capítulo de una rivalidad histórica.

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Enlace de origen : De la piscina a la resignación: así se vivió la final de Wimbledon en El Palmar