La guitarra que quema como la primera lágrima y acaricia como la última. La guitarra como un cuerpo desnudo. Como una carta por abrir, como … una última línea pendiente del hilo de un cierre. Como un ángel y un demonio. La guitarra como el más valioso de los tesoros. Un idioma, una forma de comunicación, una lengua de madera, unos huesos de cuerda, una espalda tersa y anaranjada. La guitarra como una excusa, un motivo, una razón, la más libre de las prisiones, la más hermosa de las condenas. La guitarra como una recompensa, un baño a la luz de mil lunas, un camino de nubes pintadas, un lienzo inmaculado. La guitarra como un aislamiento, una conversación, un abrazo, un viaje de carretera, un golpe de suerte, un destello, un alumbramiento. La guitarra como una extensión corporal, una metáfora hecha carne y piel y espina y rosa escondida. La guitarra como una serpiente esquiva, una piedra en la senda que danza y no incomoda, una ola que explota, una orilla cubierta. La guitarra como raíces, patios de recreo, brindis en familia, resacas a la salud de la amistad y vuelta a empezar. La guitarra como resolución de conflicto, paz abierta, terraza con vistas, maleta deshecha. La guitarra como fin y principio, como molinos blancos, campos verdes, montañas marrones, océanos imbatibles. La guitarra rabiosa, contenida, dispuesta, fanfarrona, rebelde, romántica, desvestida y arropada. La Guitarra. Una y otra vez, pero siempre distinta. La guitarra, así, todo, todas las cosas, cuando la toca Yerai Cortés, el gran protagonista de la tercera jornada de la trigésima edición de La Mar de Músicas.
Semanas antes de recibir el ‘Castillete de Oro’ en el 64º Cante de las Minas, el músico alicantino aterrizó en el festival vecino para desplegar un espectáculo arrebatador ya desde su misma puesta en escena. Minimalista, sabio en las dinámicas establecidas entre la luz y la oscuridad, entre el sol fugitivo que se cuela por la parte de atrás en el palco nocturno y la penumbra de la que emergen fantasmas de voces lejanas, el concierto fue entretejiendo tarantos, verdiales, malagueñas, alegrías, rumbas y bulerías con la exquisitez que reside en la poesía de la emoción. Y la brisa de inconfundible aroma lorquiano circulando con suavidad entre las palmas, el jaleo, los compases y el taconeo de un coro de seis mujeres con la frente alta, la tradición en las venas, la determinación en la mirada y la valentía de blanco impoluto. Piezas magistrales como ‘Un puente por la Bahía, la Cruz del Campo’, ‘Mikail Nai’ o ‘Ni en los cafés parisinos’ establecidas sobre las tablas con una precisión quirúrgica y una soberbia elegancia. Cada aliento. Cada garganta. Cada silencio. Cada gesto. Cada suela dejando su huella en las tablas. Cada uno de los dedos entrelazados. Y el duende de las bellas melodías, ese que unifica el ayer, el hoy y el mañana de cualquier género, circulando entre los rostros de una multitud obnubilada.
Contaba C. Tangana, responsable del sobresaliente ‘La guitarra de Yerai Cortés’, justo ganador del último premio Goya correspondiente a la categoría de Mejor documental, que la música de su protagonista «aunque es de guitarra, cuenta su vida, habla de su familia, y habla en concreto de una pena, una pena que él le quiere contar al mundo». Pues bien, esa herida abierta, ese nudo de sal que escuece, esos pies varados en la arena movediza de la mentira, la ausencia y la explicación a destiempo, se elevó a la categoría de arte, de epifanía, en un Auditorio Paco Martín que, cuando todo acabó, seguía compungido, alterado, marcado por las manos de un joven maestro. Palabra de Yerai: «Para los gitanos siempre he sido el moderno y para los modernos el más flamenco». Ahí reside el vuelo y el ángel de su guitarra. En el punto medio. En el punto del milagro. En el punto del arte rabioso que enamora, duele y sana. Sublime velada.
El alma y la voz de Toledano
Ángeles Toledano.
Pablo Sánchez/ AGM

Ángeles, Víctor, Gloria y Javier, proyecto formado por la cantaora Ángeles Toledano, el multi-instrumentista, productor y compositor Víctor Cabezuelo (Rufus T. Firefly), la batería Gloria Maurel (Ana Tijoux, Raquel Lúa) y el músico y productor Javier Martín (The Low Flying Panic Attack), entregaron uno de los conciertos más valiosos de la pasada edición del festival en un patio del antiguo CIM que, en esta ocasión, recibió a la primera de ellas en solitario. Así, la jienense regresaba a Cartagena para compartir los temas de ‘Sangre sucia’, su primer LP, acompañada por Belén Vega y Laura Reyes, fabulosas al cante y las palmas, y los no menos sensacionales Benito Bernal (guitarra) y Manu Masaedo (percusión). Un apoyo esencial para terminar de acomodar una voz que, desde la primera nota, asombró. Si bien los palos musicales utilizados a lo largo de su actuación se emparentaban directamente con los que destacaron en la posterior cita con Cortés, la de Toledano fue una actuación distinta, más abierta al abrigo electrónico cercano al breakbeat hardcore, más apegada a la vanguardia, especialmente en la tremenda ‘Seguiriya’. Un año más tarde, pudimos conocer mejor la sensibilidad, el alma y la voz de Ángeles Toledano. Y los escalofríos de solemnidad y júbilo que todavía genera el recuerdo de su concierto confirman que mereció la pena.
Folclore y regocijo
Chudahye Chagis.
Pablo Sánchez/ AGM

Banda de funk chamánico psicodélico. Insisto: banda de funk chamánico psicodélico. Más que una incógnita, que también, el encuentro con los coreanos Chudahye Chagis era una curiosidad despierta, latente, encendida. Para terminar de ubicarnos, su propuesta conecta elementos de reggae, jazz, hip-hop, rock y (toneladas de) funk con los antiguos Muga, cantos o canciones chamánicas coreanas, y el resultado es, cuanto menos, interesante. Hay algo en su repertorio que se siente vivo, alerta, distinto y reconocible de igual forma. Como si se pudiese sentir el peso del folclore en mitad del regocijo. Como si la densidad de lo ceremonial se tornase pluma, ligera y luminosa, sin dejar de imponer con su trascendencia. Rituales, mantras, campanas y amuletos. Flow, estilo, electricidad. Recortando la distancia entre los extremos del pasado y el futuro desde la carretera del presente. El tipo de fascinantes atajos que, año tras año, nos descubre La Mar.

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