
Este viernes celebramos la festividad de Santiago Apóstol, Patrón de España y símbolo vivo de nuestra identidad cristiana. Una figura que, más allá de su … dimensión religiosa, forma parte del armazón histórico y espiritual de este país. Y hay un lugar que, según la tradición, fue su primera tierra pisada en Hispania: Cartagena. Sí, nuestra ciudad.
Según la tradición, Santiago el Mayor, hermano de Juan el Evangelista e hijo de Zebedeo, predicó el Evangelio en Hispania. Su llegada por el puerto de Santa Lucía, en la estratégica y romana Carthago Nova, es relatada en múltiples cronicones medievales y defendida incluso por el cartagenero San Isidoro en su obra ‘De ortu et obitu patrum’. En estos textos, Cartagena aparece no como una mera escala, sino como el punto de partida de la evangelización peninsular.
Quienes niegan la llegada de Santiago a Cartagena se aferran a la falta de pruebas arqueológicas directas. Es cierto: no se ha hallado (aún) una basílica paleocristiana que confirme materialmente el desembarco. Pero ¿cuántos episodios del cristianismo primitivo poseen evidencias físicas irrefutables? La historia antigua se escribe muchas veces con símbolos, contextos, probabilidad y sentido común.
Y el sentido común histórico, aplicado con rigor, dice esto: si uno de los Doce hubiera llegado a Hispania, lo habría hecho a través de un puerto con conexiones mediterráneas, como el de Cartagena, y no por rutas improbables por el Atlántico o caminos interiores mal trazados en las leyendas.
Además, ¿por qué existe en Zaragoza una basílica dedicada a la Virgen del Pilar que se dice fue visitada por Santiago? ¿Por qué Compostela atesora sus supuestos restos? ¿Por qué múltiples templos en toda España llevan su advocación? La figura de Santiago como evangelizador de Hispania no es invención moderna: es un símbolo profundamente enraizado en el imaginario y en la historia religiosa del país.
Durante más de tres siglos, la Iglesia cartagenera fue reconocida como cabeza del cristianismo hispano, con autoridad sobre otras diócesis y protagonismo en los primeros concilios y debates doctrinales. No es descabellado, pues, considerar que dicha primacía pueda haber estado vinculada al desembarco apostólico de Santiago. Si así fuera, la elección de Cartagena como sede primada habría sido un reconocimiento simbólico y espiritual a su papel fundacional. Como dijo el propio San Isidoro, «la verdad se encuentra no solo en las escrituras, sino también en el eco del tiempo».
Con la llegada de los visigodos y el progresivo peso político de Toledo, la sede primada se trasladó. Este hecho, lejos de anular el pasado, responde más a una lógica de centralización y control eclesiástico que a una refutación del papel original de Cartagena.
Toledo se impuso por conveniencia estratégica. Pero la raíz estaba ya sembrada en la costa levantina, y Cartagena —aunque despojada del título— no fue borrada del mapa espiritual. Lo que ocurrió fue un reordenamiento, un desplazamiento del centro de gravedad que no invalida el origen.
La herida abierta
Aquí emerge la gran paradoja. Cartagena, posible cuna del cristianismo hispano, antigua sede primada, símbolo de evangelización y ciudad de origen apostólico mantiene desde hace más de 80 años su catedral en ruinas. La Catedral de Santa María la Mayor, testigo de siglos de historia, fue destruida durante la Guerra Civil y, desde entonces, permanece humillada por el abandono.
No se trata solo de reconstruir un edificio. Se trata de restituir una dignidad histórica. De recuperar la memoria de una ciudad que fue clave para el cristianismo y que, sin embargo, ha sido relegada al olvido. Restaurar su catedral es un acto de justicia patrimonial y espiritual, y una manera de reconciliarse con una historia que jamás debió quedar soterrada entre escombros.
Cartagena no necesita otra leyenda: necesita respeto. Necesita que su historia sea tenida en cuenta no como una nota al pie del relato nacional, sino como una piedra angular en la construcción de la fe cristiana en España. Aceptar como posible la llegada de Santiago a Cartagena no es una concesión al mito, sino una apuesta por comprender que, muchas veces, la verdad histórica y la tradición caminan juntas.
Y si algún día encontramos bajo tierra los restos de aquella basílica paleocristiana destruida y arrasada por Suintila en Cartagena, debajo de esa Catedral vieja o en cualquier otro lugar, será solo una confirmación de lo que muchos ya intuimos: que la dignidad de una ciudad se mide también por la memoria que se atreve a reivindicar.
Cartagena no puede seguir midiendo su pasado con ruinas ni su dignidad con escombros. La Catedral de Santa María la Mayor no es solo un edificio: es la carne viva de una ciudad que fue semilla de fe, cuna de Iglesia y puerta del evangelio. Mantenerla derruida no es solo una ofensa al patrimonio, es una negación de la memoria colectiva de un pueblo que dio a España una de sus raíces más profundas. No pedimos una restauración estética; exigimos un acto de reparación histórica. Esa catedral debe alzarse de nuevo no como un capricho arquitectónico, sino como el monumento vivo de una identidad milenaria que no acepta seguir relegada al margen de la historia. Porque Cartagena, con su historia en pie, es parte esencial de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que nunca debemos dejar de ser.

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Enlace de origen : Santiago Apóstol, la iglesia primada y la dignidad en ruinas