Se estima que el cuerpo humano necesita entre una y tres semanas para cicatrizar una herida. Pero cuando la laceración no la sufre una persona sino un pueblo entero, cómo ha ocurrido este mes en Torre Pacheco, la curación no depende solo del tiempo. Necesita también de gestos y símbolos para asentar la vuelta a la normalidad.
En la avenida de Roldán, Hassan, el dueño del kebab destrozado el pasado 13 de julio por una turba de ultras que salió a la ‘caza del moro’ tras las protestas para pedir más seguridad convocadas por la agresión de un magrebí a un vecino de 68 años, acaba de encender las luces y abrir las puertas de uno de esos símbolos. Con la vuelta de los clientes a su local, Torre Pacheco recibe un punto de sutura en una zona todavía condolida. «Está costando», reconoce él, aún conmocionado tras ver como decenas de exaltados armados con bates, machetes y piedras irrumpían en su negocio al grito de «Moro, cierra, que hoy no se trabaja».
Este sábado, en su primer fin de semana de actividad tras la agresión, Hassan recibe a LA VERDAD en su restaurante. El bullicio y el olor a carne y especias han vuelto, pero el espacio sigue lleno de recordatorios de aquella noche de violencia xenófoba. La televisión, colgada en una de las esquinas, tiene la pantalla hundida por uno de los múltiples golpes que recibió el mobiliario; el TPV ha sido restañado con cinta adhesiva para sostener las piezas, aunque no funciona, y la freidora, que quedó inutilizable, ha sido sustituida por otra. El expositor de bebidas ha perdido un cristal, y en su lugar hay ahora un ‘film’ transparente, y también siguen rotos los cristales de las dos hojas de la puerta de entrada, marcados por dos fuertes impactos de un bate. Junto a ellas, partido en dos, cuelga un cartel de ‘abierto’ en el que ya no es posible leer la letra ‘e’.
«Es una persona amable, buena y trabajadora», señalan sus vecinos. «Es una alegría que abra»
También hay daños en el acceso trasero por el que Hassan y uno de sus trabajadores tuvieron que huir apresuradamente para no ser apaleados, y en la terraza. «Todas las mesas están rotas», señala mientras mueve una pata que apenas logra sostener un tablero quebrado. «Solo el expositor me cuesta 1.300 euros». Del resto, todavía no ha sacado cuentas. «Tengo que verlo con el seguro», afirma.
Nabil Moreno cena en familia en la terraza del local.
Guillermo Carrión/ AGM

Hassan es, según le definen sus vecinos, una persona «amable, buena y trabajadora», un ejemplo de integración que «nunca ha tenido un problema con nadie». Por eso ha causado especial indignación que fuera él una de las víctimas de los ataques de los ultras.
Marroquí de 36 años, llegó a España siendo solo un niño desde la ciudad de Taurirt, al sur de Nador. Y, según cuenta, desde que alcanzó la adolescencia, no ha dejado de trabajar.
Su recorrido migratorio, que inició de la mano de sus padres, arrancó en Extremadura, donde ya con 15 años recogía pimientos picantes para la elaboración de pimentón. Después, su familia se trasladó a La Unión, a poco más de 20 kilómetros de su actual negocio, y tuvo sus primeros contactos con la hostelería trabajando como camarero en La Manga y Cartagena. Desde entonces vive en el pueblo minero, donde hace solo diez meses fue padre de un niño que padece una rara enfermedad genética que le afecta al desarrollo cerebral y al crecimiento, y que hará que necesite cuidados especiales. «Se llama síndrome de Joubert –detalla–. Con la edad que tiene, todavía es un bebé. Crece muy despacio. Pero no sabemos mucho. Lo único que nos han dicho es que tendremos que llevarlo a fisioterapia».
Mientras lo cuenta, tres jóvenes españolas entran en el local. Una de ellas es Nerea Gómez, de 20 años, que choca el puño con Hassan al llegar a la barra. «Me alegro de verte», le dice. «Son clientas desde que eran pequeñas», explica él. No han venido a cenar, solo a saludar y dar su apoyo. No son las únicas. «Desde que reabrí el miércoles, muchos clientes se han acercado a decirme cosas buenas –afirma Hassan–. Incluso ha venido gente nueva a comer y decirme ‘Estamos contigo’. La verdad es que me ha emocionado mucho ver que la gente me apoya. Te sientes querido».
Un sueño destruido
Cuando trabajaba para otros, Hassan soñaba con tener este restaurante. «Sabía que quería montar algo, y esto es lo que sabía hacer», afirma. Por eso, cuando vio que iba gente de Torre Pacheco a comer kebab a La Unión, decidió abrir en la localidad. «Estuve mucho tiempo ahorrando». «Yo era uno de esos clientes», apunta un hombre que ha acudido a cenar con sus dos hijos pequeños. «Tengo gente que me conoció en La Unión y que sigue viniendo ahora, que lleva más de 15 años conmigo», asegura orgulloso Hassan.
Cristales rotos en la puerta de entrada, a la espera de reparación.
Guillermo Carrión/ AGM

Nabil Moreno, líder de la comunidad islámica en la localidad, que se ha sentado con sus hijos pequeños en la terraza, advierte de que «el miedo ahora es que pueda repetirse una agresión así. Pero no tengo la sensación de que pudiera ser por gente de aquí». «Y no creo que vuelva a pasar», afirma Hassan. «Ya saben que este no es un sitio de jaleo».
Nerea sigue en ‘shock’. «Una cosa es que me digas que iban a por gente mala, pero Hassan, que está siempre aquí metido, que no se mete con nadie, no lo entiendo. Pero el problema no ha sido la gente del pueblo. Aquí nos conocemos todos. Vinieron de fuera a liarla».
En eso coincide Luis Martínez, un vecino de 38 años del barrio de San Antonio, epicentro de los disturbios. «Yo he vivido siempre aquí y no conocía a ninguno. Estuvimos días sin salir de casa, pero en cuanto se fueron todo ha vuelto a ser muy tranquilo, como ha sido siempre», asegura mientras mira el negocio encendido de Hassan a unos metros de distancia, mientras la noche cae en Torre Pacheco. «Que le hayan hecho eso al pobre te jode, porque es amigo. Es una alegría volver a verlo abierto».
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Enlace de origen : El kebab de Hassan resurge del asalto ultra en Torre Pacheco: «La gente me ha emocionado»