
Entre sus paseos matutino y vespertino por la costa de Campoamor, Marta Ferrero (Murcia, 1974) solo tiene una misión en el mes de julio: descansar. … Por cuarto año consecutivo, la periodista, jefa de Programas en Onda Regional, alquila un apartamento en la zona, que le permite estar cerca del restaurante Finca Rebate, en Pilar de la Horadada, que regenta la familia de su marido, y tomarse los días con mucha calma «después del estrés del año». Combina baños en la piscina, horas de lectura, tiempo de calidad con sus hijos y arduos intentos de desconexión, aunque la actualidad se lo pone difícil.
– ¿Es capaz de desconectar en vacaciones o sigue en modo ‘noticia’?
–Siendo periodista es muy difícil desconectar porque las noticias te siguen interesando. En las últimas semanas he estado muy pendiente de todo lo que pasaba en Torre Pacheco, pero intento limitarme a echar un vistazo a la prensa y a lo que están haciendo mis compañeros en Onda Regional, sin agobios. Intento desconectar de verdad, pero al final la actualidad no desaparece porque esté de vacaciones.
– ¿Siempre tuvo vocación periodística?
–No, nunca tuve una vocación muy clara. Siempre tuve claro que me gustaba mucho leer y escribir, sobre todo leer. Me acuerdo que, de niña, cuando terminaba un libro y me había gustado, le decía a mi hermana, que no era tan aficionada: «Léetelo, que te va a gustar». Pero ella me respondía: «Cuéntamelo tú, que me gusta más».
– Lo de contar historias le viene de pequeña.
–Desde niña me han animado a que contara cosas. A mí me gustaba escribir, pero pensaba que de eso no se podía vivir. No tenía claro lo que quería, hasta que en COU vinieron a darnos una charla de la Universidad de Pamplona y de pronto pensé: «Madre mía, en Periodismo yo podría hacer eso, podría contar cosas y vivir de ello».
– ¿Cómo ha sido el camino desde entonces hasta ahora?
–He tenido muchísima suerte. Estudié en Navarra, hice las prácticas en Cope Murcia y en el último año los de Onda Regional me ofrecieron unas prácticas y después, un contrato. Desde entonces sigo allí. Sé que soy una privilegiada dentro del periodismo, porque trabajo de lo que me gusta, en mi ciudad y sin haber estado ni un día en paro. Eso es como que te toque la lotería.
– Ahora eso parece algo complicado.
–Lo es. Yo llevo 29 años en la radio y sé que es un milagro.
– ¿Qué tiene la radio que le engancha?
–En mi casa siempre se ha oído mucho la radio, todas las mañanas desde bien temprano, pero nunca pensé en dedicarme a eso. En mi familia nadie trabajaba en ello. Siempre pensé que mi sueño era ser escritora, pero me di cuenta de que lo que en realidad me gustaba era contar cosas. Y en la radio se cuentan cosas. Así que tengo el trabajo de mis sueños: me pagan por hablar y preguntarle a quien quiera lo que me da la gana.
En tragos cortos
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¿Un sitio para tomar una cerveza?
La Finca Rebate, en Pilar de la Horadada, de la familia de mi marido. -
¿Una canción?
La Casa Azul creo que trata muy bien la ansiedad y me gusta ‘Ataraxia’. -
¿Un libro para el verano?
‘Tres enigmas para la Organización’, de Eduardo Mendoza. -
¿Un consejo?
No seguir ningún consejo. Ni este. -
¿Un aroma?
Soy muy golosa. Me gusta el olor a chocolate o a bizcocho. A confitería. -
¿Con quién no cenaría jamás?
Alguien maleducado, que comiera con la boca abierta. -
¿Le gustaría ser invisible?
Solo a veces. -
¿Que le gustaría ser de mayor?
Una abuelita feliz. -
¿Tiene enemigos?
Supongo que sí, pero no es algo que me quite el sueño. -
¿Lo que más detesta?
La gente falsa. -
¿Un baño ideal?
Soy muy de piscina, sobre todo si el agua no está fría. -
¿Un sueño cumplido?
Estar donde estoy ahora mismo, en lo personal y en lo profesional. -
¿Una pesadilla recurrente?
Que me falte alguien. Alguien más.
– ¿Ha contado alguna historia que le haya marcado personalmente?
– Muchísimas. El primer año que trabajé, estábamos esperando en directo al pintor José María Párraga y nos enteramos de que le acababa de dar un infarto. En otra ocasión, me pasó de estar en directo y enterarme de un accidente en el que estaba implicado un amigo mío. Pero también hay un montón de historias bonitas. Por ejemplo, durante la pandemia de la covid sentías que estabas ayudando a la gente. Muchos oyentes te contaban cómo les hacías compañía y eso te marca mucho.
– ¿Es un trabajo emocional?
–Hay momentos en los que sí. La pandemia, una dana, inundaciones, los terremotos de Lorca… son momentos en los que te sientes útil de verdad. Muchas veces hablas con toda esa gente en directo y los oyentes te ven como parte de su familia y de su entorno, como si te conocieran. Hasta me suelen decir que les gusta mucho cómo me río. Al final parece que soy de la familia de un montón de gente.
– ¿Cómo reconoce una historia que merece ser contada?
–Creo que casi todo merece ser contado y que no hay que esperar a que te salga una historia de Pulitzer. Hay un montón de cosas de todos los días que merecen la pena y, en la radio, además de ser importante el cómo hablas, también lo es el saber escuchar. A veces no se le da la importancia que tiene, pero es fundamental comunicarte con la otra parte y ver lo que tienen que contarte.
«Los duelos no se superan, se vive con ellos. Sigo imaginándome a mis hermanas dándome una colleja cuando no me atrevo a hacer algo»
– En otra vida, ¿a qué se habría dedicado?
–Con el tiempo me he dado cuenta de que también les pagan por hablar a los profesores. Quizás hubiera sido mi plan B. Me gustan mucho los críos y trabajar con jóvenes siempre me ha llamado la atención. Con 18 años no lo vi como una opción y, sin embargo, ahora pienso que podría haberlo sido. Si lo que te gusta es contar y comunicar, como profesora también vas a hacerlo. Aunque lo cierto es que prefiero lo que hago, me encanta.
– ¿Se pone nerviosa antes de salir en antena?
–La verdad es que sí, porque incluso aunque lleves tiempo haciendo un mismo programa, todas las mañanas tienes algo nuevo. En el magazine (‘El Mirador’) hablamos de cosas muy diferentes y a veces no te da tiempo a prepararte todo lo que te gustaría.
– Los nervios forman parte de este trabajo.
–Sí, pero con el tiempo aprendes a manejarlo. Recuerdo la primera vez que iba a hacer un programa sola. Yo, que jamás había estado afónica, me quedaba sin voz continuamente; el médico me dijo que era miedo escénico, de enfrentarme sola al micrófono por primera vez. Esos nervios incapacitantes sí los controlas, pero las mariposas tienen que estar. Si no, no vale la pena.
– ¿Qué le ha enseñado el periodismo para su vida cotidiana?
–El valor de escuchar. Todo el mundo merece que le escuches. Muchas veces se nos olvida escuchar a los niños. Yo he hecho durante mucho tiempo un programa, que ahora queremos retomar, en el que iba todas las semanas a un colegio a hablar con los niños. Y me sorprendían siempre. Y después de escuchar, saber preguntar. A veces la manía de preguntar la llevo también a mi vida personal. Siempre pongo la excusa de que soy periodista y no lo puedo evitar.
Sandra Golpe y Torrevieja
– ¿Un titular que encabece su verano?
–Algo relacionado con el descanso. «Por fin he descansado», aunque parece que me voy a morir.
– ¿Un periodista con el que compartir unas vacaciones?
–Admiro mucho a mis compañeros de la radio, pero con ellos ya paso todo el año. También pienso en mis amigos de la carrera, por ejemplo en Sandra Golpe, la de Antena 3. Me iría con ella, pero más por amiga que por periodista.
«La primera vez que iba a hacer un programa sola, yo, que jamás había estado afónica, me quedaba sin voz por miedo escénico»
– ¿Cómo eran sus veranos de pequeña?
–Los pasaba en Torrevieja con mis primos de Sevilla, que normalmente era el único momento del año en que nos veíamos. Lo recuerdo con mucho cariño porque, además, todavía conservo amigos de esa típica pandilla de verano que solo veías de un año a otro. Entonces no había Whatsapp ni forma de comunicarte el resto del año, pero me hice una pandilla preciosa de gente de Málaga, Granada y Madrid que siguen siendo amigos míos.
– ¿Mantiene alguna tradición de aquellos tiempos?
–Intento quedar con esa gente de Torrevieja. En agosto tratamos de vernos todas las amigas en el restaurante de mi marido y ponernos al día.
– ¿Qué conversaciones surgen alrededor de la mesa?
–De cualquier cosa, sobre todo con mi panda de la infancia. Fui a Maristas y conservo a muchas amigas de esa época. Ahora nos vemos menos, pero hacemos lo imposible por quedar al menos una vez al mes. Da gusto ver que hay gente con la que puedes hablar de lo que quieras, de lo que te preocupe, tanto desde el punto de vista personal como del profesional, aunque sus trabajos no tengan nada que ver con el mío. Son de esas amistades que merece la pena haber conservado y de las que estoy muy orgullosa. Estoy muy bien rodeada, la verdad.
Una colleja de sus hermanas
– ¿Le sorprende en lo que ha llegado a convertirse o se parece a la Marta con la que soñaba de pequeña?
–Me veía disfrutando con mi trabajo y tengo que decir que he disfrutado muchísimo en estos 29 años. Nunca me he visto en Madrid, por ejemplo, o haciendo de corresponsal de guerra. Me apetecía tener un trabajo en el que pudiera tener una familia.
– ¿Siempre imaginó la maternidad en su vida?
–Sí, siempre quise ser mamá, desde pequeña. Me encantaban los críos y siempre lo he tenido claro. Una de las cosas que más feliz me ha hecho en este mundo es poder ser madre de mis dos hijos y que sean estupendos como son. Creo que he cumplido muchos sueños.
– ¿Qué es lo más bonito que le ha dicho alguien?
–Mis hijos me dicen un montón de cosas bonitas siempre, sobre todo que les apoyo. Me hacen sentirme buena madre.
– ¿Cómo se describiría a sí misma?
– No lo sé. La gente siempre me describe como «fuerte». En mi familia hemos pasado varias desgracias, porque murieron dos hermanas mías, Celia y Marina. Me dicen que soy muy fuerte, pero no me veo así. Me describiría como alguien con mucha empatía, muy capaz de ponerme en el lugar de los demás. Me cuesta mucho enfadarme, porque siempre veo la otra parte. No me gustan los momentos de tensión y de conflicto y los evito en todo lo posible. Aunque a veces puede ser un defecto, porque hay ocasiones en las que tienes que enfrentarte.
– Respecto a las ausencias de sus hermanas, ¿cómo convive con esos duelos?
–Quizá convivir es la palabra. Muchas veces me han preguntado que cómo se supera, y no se supera. Solo se sigue viviendo y echando de menos.
– ¿De qué manera le acompañan en su día a día?
–Siempre me las imagino dándome una colleja si no me atrevo a hacer algo. Me acuerdo que, cuando murió Celia, me invitaron a un concierto al cabo de dos semanas y yo decía: «No sé si voy a poder ir». Y me la imaginaba dándome una colleja y diciéndome: «Pero cómo no vas a ir, pues claro que tienes que ir». Así que sí, cuando alguna vez tengo un bajón, me las imagino dándome una colleja.
– ¿Esas experiencias le han cambiado como persona?
–Lo que ha pasado en mi familia hace que le tenga mucho miedo a que le pase algo a las personas de mi entorno. Me gusta que me estén diciendo todo el rato dónde están. Llevo un poco fritos a mis hijos con eso, pero la verdad es que se portan muy bien.
– ¿Tiene un refugio mental cuando las cosas van mal?
–Mi familia es mi refugio. Mi marido y mis hijos.
– ¿Qué le hace sentir orgullosa?
–Mis hijos. Soy un poco ñoña, pero Nicolás y Celia me hacen sentir especialmente orgullosa.
– ¿Qué le gustaría que el lector se llevara de esta entrevista?
–Que la radio hace mucha falta. Que Onda Regional es una radio pública que está ahí para todo el mundo, y que la tienen a su disposición, sobre todo en los momentos más difíciles.

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