
El café americano le sienta de maravilla al ciezano Rubén Bleda Martínez (1984), jefe de sección del Archivo Histórico del Archivo Naval de Cartagena, escritor … que busca siempre la sustancia de lo poético en cualquier literatura y autor de un libro que contiene historias deliciosas, muchas de ellas basadas en hechos, personajes y lugares reales, ‘Iba yo a ninguna parte’, publicado este año por la exquisita editorial mallorquina Sloper. Bleda es licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Murcia, con un Máster en Literatura Comparada Europea por la UMU, aunque buena parte de las horas de cada jornada las dedica al Archivo de la Armada en Cartagena. Hizo un Máster en Archivística por la UNED y hoy pertenece al Cuerpo de Ayudantes de Archivos del Estado desde 2018. «Es un trabajo muy chulo, y las oposiciones, al no tener concurso, eran muy prometedoras». Es, además, colaborador de revistas como ‘El coloquio de los perros’, ‘Pliego suelto’ y ‘Oxi Nobstante’, y uno de los apoyos fieles que encuentran los autores que presentan sus novedades en la librería Libros Traperos de Murcia, que es para él como su segunda casa. La entrevista se desarrolla en Murcia, donde acaba de comprarse una casa, en San Andrés, el barrio más multicultural de la capital. Lleva una pulsera con calaveras.
–¿Cuándo se dio cuenta de que tenía que renunciar a ciertos sueños? ¿Por qué abandonarlos?
–Los sueños no cumplidos o imposibilidades que aparecen a veces en este libro son más bien una cierta y vaga idea de lo que podía ser la vida. Que no haya un sueño concreto es lo que me ha privado de tener un mapa, un itinerario que poder tomar para llegar hasta él. Una vida plena sería aquella en la que cupieran todas tus emociones, en la que pudieras desarrollar todos tus impulsos y todos tus talentos, donde siempre vivieras intensamente. Creo que cada decisión que tomas impide muchas posibilidades, y al final vas quedando en lo que te dejan, casi. A lo mejor no está en tu carácter vivir determinadas cosas, o no eres tan aventurero como querrías ser, o no eres tan despreocupado como te gustaría…
–¿Cómo recuerda su infancia?
–Era un niño soñador, de esos que quiere ser cualquier cosa en una película. Cuando la experiencia de la vida empezó a consolidarse, en realidad yo empecé a ser quien soy. Una persona con sus limitaciones. No es algo pesimista. Quizás cuando yo era niño o adolescente quería ser muchos otros, muchas personas que pensaba yo que podían caber en mi vida, pero ninguna era yo; eran todas ilusiones de un posible yo. Y evidentemente muchas de esas ilusiones no se han realizado.
–Cuando viaja o escribe, fuera de su entorno y cotidianidad, ¿cómo se comporta?
–Me considero un escritor más bien reflexivo, de hablar de lo interior, más introspectivo que narrador de ficciones apasionantes. Dialogo con esos otros yoes, con esas ilusiones y expectativas no cumplidas, y me confronto con la realidad desde un yo cargado de referentes culturales que dialogan con los límites que pone la realidad.
–En uno de los textos de ‘Iba yo a ninguna parte’ habla de sus experiencias variopintas como cobrador del seguro de decesos.
–Estos textos no son ficciones. Ese trabajo yo lo hacía en Cieza y todo lo que cuento es real. Era un trabajo que realizaba mi abuelo para Preventiva Seguros. Mi abuelo se dedicó a muchas cosas, trabajó de comercial, hizo una cartera de clientes y se la quedó. Él se lo pasó a mi tío, mi tío se lo pasó a mi hermano, y mi hermano lo compartió conmigo. Gracias a eso he podido sostenerme a flote en unos años en los que no tenía nada y tuve que estudiar oposiciones. Hubiera perdido ese trabajo porque cuando llegó la pandemia obligaron a todos los clientes a domiciliar.
En tragos cortos
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Un sitio para tapear
El Kiosko de la Merced (Murcia). -
Una canción
‘Space Oddity’, de David Bowie. -
Un libro para el verano
‘Diario de un escritor burgués’, de Francisco Umbral. -
Un aroma
El del jazmín. -
¿Con quién no cenaría jamás?
Con ningún político. -
¿Quién dejó de caerle mal?
No me suele caer mal la gente. -
¿Le gustaría ser invisible?
Me gustaría más manejarme en todos los idiomas. -
¿Qué le gustaría ser de mayor?
Siempre joven. -
¿De qué personas se acuerda cuando se siente de bajón?
Recuerdo a la gente que ha significado algo importante para mí en la vida, en mi cabeza siempre están. -
Un baño ideal
Cualquier playa sin gente. -
Si su vida se llevara al cine, cómo sería el protagonista…
Un romántico atormentado. Me quiero creer alguien sombrío, pero en realidad no lo soy.
–¿Para qué le sirvió ese trabajo? ¿Qué se encontraba cada vez que abrían la puerta?
–Ahí pude ver, por ejemplo, quién llevaba mejor o peor la vejez. No todos mis clientes eran personas mayores, había también matrimonios de mediana edad. Pero veías el deterioro de la gente, y si había alguna pérdida compartían contigo ese dolor y la soledad que quedaba. Yo creía que uno de los hombres que veía era viudo, porque siempre estaba solo, y, de repente, apareció en el pasillo un día una mujer que estaba senil, decrépita y demente, que yo asocié a una aparición; que solo decía ‘qué buen mozo, qué buen mozo’. Hay muchas intrahistorias.
–Dice en el libro que leyó una vez que el 80% del polvo de nuestras casas proviene de partículas de piel muerta que se desprenden de nuestro cuerpo.
–Como digo en el libro, «yo persisto en quedarme alrededor de mí. El aire lento del patio hace ratones tristes con mi piel». Así es como llamo yo a las pelusas…
–Usted quería experimentar con la escritura breve e inmediata con estos pequeños textos.
–Yo hasta ese momento había escrito relatos, que tienen un proceso diferente. Pero no quería escribir ficción, sino experimentar con mis propias reflexiones sin más pretensiones. Aunque fui encontrando una cierta voz que daba más o menos una unicidad y una personalidad a esos textos, y por eso decidí reunirlos en un libro.
–Dice que todos tenemos un verano que pudo ser más de uno en lo cronológico pero que se erige como uno en la memoria, como si fuera «el verano logrado».
–En mi caso, ese verano sería un verano de finales de los 60, el del amor libre y la música en Estados Unidos. Podría ser el del Festival de Woodstock. Yo, por supuesto, no lo viví. Hay una mitología del verano, y ese verano conceptualmente o imaginariamente fue un gran verano, un verano de película. La gente se acuerda de un verano así, aunque estrictamente no lo haya vivido, porque ya es una especie de mito colectivo. Un verano del amor, que ya es de otro tiempo; siempre lo son estos veranos, ¿no es así?
–Ya no quedan apenas hippies…
–Me gusta mucho el movimiento ‘hippy’ asociado a la música. Yo nunca he sido ‘hippie’ de verdad, pero me atrae mucho una forma de vida dedicada a los placeres.
–El futuro.
–El futuro es el futuro de la edad, de hacerse mayor, de senectud y soledad, eso parece ir en contradicción con esa idea del verano ideal de juventud, de amor libre. He observado que cuando algo nos sienta mal, es entonces cuando la edad se nota, se manifiesta, duele.
–Las cosas pendientes. Cualquier lista se nos puede quedar corta.
–Se suponía que tenía yo ilusiones concretas, pero si lo pienso de verdad no había ninguna concreta, y ahí es cuando te preguntas dónde está tu norte y tu camino. Porque lo que se supone que yo quería ya lo he olvidado, lo he perdido o nunca tuvo una consistencia real.
–La magia de la vida puede ser la posibilidad de construir algo que no habrías podido imaginar.
–Absolutamente. Y no me parece una falsa ilusión. Creo que la escritura no es todopoderosa, y todos los escritores se dan cuenta en algún momento de que tienen capacidad para escribir sobre algunas cosas, no sobre todas las que abarca su vida. Yo creo que me estoy especializando en una escritura que dialoga con las expectativas y con el no cumplimiento de esas expectativas. Hay cosas de las que todavía no he hecho literatura, o no me ha salido. Yo no sabría escribir, por ejemplo, del amor no correspondido.
–Se da cuenta, buceando en los archivos, de que la gloria no es para todo el mundo. Los archivos, en cierto modo, son asilos de la producción humana, «una especie de hotel de lujo en el que muy pocos podrán pasar las vacaciones de la eternidad»… dice.
–Los artistas tienen una notoriedad que les hace vivir después de la muerte, pero tiene sus límites. Hay otra idea que es la de la memoria, que tenemos que custodiar en nuestras instituciones, y eso implica una serie de retos, como construir nuevos depósitos e intentar digitalizar documentos. Y hay una idea del adosado, la vida de clase media, que aspiracionalmente uno puede querer tener su casa perfecta, pero acaba comprimido en un adosado como mucho o en cualquier piso de un edificio de ciudad. Por eso me refiero en una serie de metáforas encadenadas a la fama como una cosa de vacaciones que te puedes permitir solo quince días en vez de un mes. Y hablo del concepto de superpoblación, somos demasiados y cada vez cabemos menos, lo que deriva también en crisis ecológicas…
–Habla mucho de gatos.
–Yo viví solo en una casa de campo durante unos años, y allí tenía una gata. Las temporadas que podía permitirme estar en Murcia, vivía la vida loca, pero volvía a esa casa. En un texto hablo de los gatos de Tánger, que se dejan ver como estatuas animadas, como decorado paciente e indiferente, como galantes esperadores de nada, de nadie, a dónde miran los gatos de Tánger, me pregunto…
–¿Ha conocido la precariedad?
–Una precariedad sostenible, pero no de pasar verdadera necesidad. Siempre he tenido unos padres que me han sostenido bastante, dándome ciertas ayudas.
–¿A qué es más sensible?
–No tengo un perfil activista, pero simpatizo con una reestructuración social, porque la gente es pobre trabajando, hay una gran cantidad de insatisfacción, depresión y ansiedad. El futuro debería pasar por trabajar mucho menos y por tratar de incluir a todo el mundo, no expulsando a gente a estar fuera del sistema, a la carestía, o a la necesidad absoluta. La felicidad de las personas pasa por no tener que luchar tanto por lo poco que tenemos.
–Usted tuvo un bautismo de barro por no saber bajarse a tiempo de las cosas…
–Fue en una excursión a las Puertas de Moratalla. Yo estaba tirándome por un tobogán, había llovido, y debajo del tobogán se había formado un agujerito, un hoyo, y la lluvia creó un charco, de modo que cuando bajabas el tobogán tenías que abrir las piernas y bordear el charco en el aterrizaje. En un momento dado, me desinflé, como si hubiera perdido la fe, y caí al charco. Yo era muy pequeño, y el charco me cubrió todo el pantalón entero. Yo debía tener 5 o 6 años, es uno de mis recuerdos más antiguos.
–Pertenece al Cuerpo de Ayudantes de Archivo del Estado.
–Hay tres escalas: auxiliar, ayudante y facultativo. Yo soy ayudante y estoy al frente de la Sección Histórica del Archivo Naval de Cartagena, está dentro del Arsenal de la Armada. Antiguamente había tres zonas marítimas para la gestión de la Armada: Ferrol, Cádiz y Cartagena, y cada una dominaba su parte de la costa. El archivo recogía la documentación de esos organismos, que hacían esa gestión de comandancia, ayudantías marítimas, acuartelamientos… en mi caso de todo el Mediterráneo, desde Cataluña hasta Cabo de Gata, incluidas las islas Baleares. Las cosas más llamativas se resolvían a nivel central, a nivel de Ministerio, en los archivos históricos de la Armada. Pero siempre hay información auxiliar relevante. Hace poco me encontré con una serie de cartas que tenían relación con la Gran Redada contra los gitanos de la que habla Raúl Quinto en ‘Martinete del rey sombra’, un gran libro que a todos recomiendo.

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Enlace de origen : Rubén Bleda: «Yo nunca he sido 'hippie' de verdad, pero me atrae mucho una forma de vida dedicada a los placeres»