
La exposición temporal ‘Paolo Veronese (1528-1588)’ en el Museo del Prado es un pequeño regalo, una ocasión única para disfrutar viendo belleza. Hago mías … las palabras de Platón en su obra ‘El banquete’, «contemplar belleza en sí, belleza pura, sin mezcla, una idea casi divina», para trasladar lo que esta exposición es. En esta muestra, que se puede visitar hasta el 21 de septiembre, hay mucha fascinación donde parar la vista y dejarse seducir.
Hoy me detengo en el color. Pasear la exposición de Veronese es transitar por un espacio donde el color es protagonista absoluto; rosas, amarillos, verdes, azules, rojos, una paleta valiente y sofisticada, que crea una suerte de matices que aportan al ojo diferentes texturas. Una inteligencia pictórica audaz, que le otorgó la maestría para crear obras de gran belleza.
Composiciones Palladianas con una ordenación del espacio, más serena y majestuosa, usando arquitecturas palaciegas venecianas de colores cálidos y neutros, que generan un efecto luminoso. Escenografías donde la neutralidad de esas arquitecturas, contrasta con las combinaciones pictóricas que los personajes visten en sus indumentarias. Óleos de pequeño y gran formato, en su mayoría de escenas religiosas, aunque también eróticas y profanas.
Especial fascinación me produce el contraste de la delicada palidez de la desnudez de Venus con el sedoso manto rosa de Marte’ en la obra del The Metropolitan Museum of Art, NYC, ‘Marte y Venus unidos por el amor’. Cuando Paolo Veronese llegó de su Verona natal a Venecia miró a Tiziano y Tintoretto como sus maestros. Desde Creta, llegó el Greco a Venecia en 1567, y también se interesó por los grandes maestros venecianos.
Del Veronese, además de puntuales préstamos compositivos y figurativos, le sedujo su cangiatismo, el valor casi autónomo de cada pigmento y su forma de aplicarlo. La exposición del Veronese se encuentra en las salas del edificio Jerónimos; al salir de ella, uno puede ir al edificio Villanueva y visitar las obras de El Greco y ver en él, a Il Veronese, en su brillantez cromática. Y entre tanto, el Prado es ese lugar mágico, donde poder posar la vista en los grandes maestros, y ver lo que unos dieron a otros. El regalo más grande para los amantes de lo bello.

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Enlace de origen : El Veronese en el color