
La edición doméstica de ‘El Rey León’, uno de los clásicos más exitosos de la factoría Disney, llegó a España en 1995. Fue todo un … hito para la industria del VHS y nos sirve para hablar de una tradición veraniega tristemente extinta: acudir al videoclub en familia para seleccionar las películas que iban a convertir nuestro hogar en una improvisada sala de cine.
La alusión a Simba, Nala y compañía no es baladí: Buenavista Home Entertainment despachó cerca de medio millón de cintas VHS en tan solo 24 horas y se alcanzó el millón y medio de copias vendidas en menos de un mes. Y esto, pese a que ‘El Rey León’ se comercializó a un precio ligeramente superior al acostumbrado: 3.495 pesetas frente a las 2.995 de media por lanzamiento. Este furor se trasladó a los propios videoclubes, donde resultó imposible alquilarla durante meses sin importar el número de copias disponibles (algo difícil de imaginar hoy, en pleno reinado del formato digital). Se estima que las sucesivas reediciones del clásico han arrojado un montante de 30 millones de euros para su distribuidora. Muchas de ellas han llegado a verse en plataformas de compraventa como eBay o Wallapop a precios de auténtico escándalo. El negocio de la nostalgia, que lo llaman.
Para hablar de los inicios del videoclub en España tenemos que remontarnos a la década de los 80, justo cuando desembarcan los primeros reproductores de vídeo doméstico (con aquella competición a muerte entre VHS y Betamax, que daba lugar a discusiones eternas entre sus partidarios). La posibilidad de disfrutar de las superproducciones de Hollywood sin moverse de casa parecía cosa del futuro y atrajo a propios y extraños, lo que llevó a la apertura de unos clubes de alquiler pensados para visionar el mayor número de cintas sin comprometer la economía familiar.
Grandes capitales como Madrid, Barcelona o Valencia acogieron los primeros videoclubes en el primer lustro de la década y, ya en 1985, se contaban más de 6.000 por toda la geografía nacional. Los pequeños locales con una treintena de películas se convirtieron así en grandes establecimientos con pasillos delimitados por estanterías, cada cual consagrada a una temática: infantil, drama, terror, acción… e incluso cine para adultos, que solía esconderse tras una indiscreta cortinilla roja. A los niños de la época casi se les salían los ojos de las órbitas en el intento de atisbar la zona prohibida.
Los últimos taquillazos
La cultura del videoclub se consagró definitivamente durante los 90, al amparo tanto de clásicos (‘Tiburón’, ‘Los Cazafantasmas’, ‘En busca del arca perdida’…) como de los últimos taquillazos: ¿quién no recuerda haberse llevado a casa una copia de ‘Jurassic Park’, ‘Misión Imposible’ o ‘Titanic’? Esta última, de hecho, incrementó como nunca el número de socios en un momento en que el DVD estaba empezando a despuntar, y con gigantes como Blockbuster seriamente preocupados por su pervivencia a largo plazo.
Podría decirse que la de Winslet y DiCaprio fue la última travesía de un formato, el VHS, que cayó en picado con el despegue de internet y la piratería (eMule, BitTorrent y otras plataformas, P2P mediante). El contenido adicional de los DVD tampoco pudo hacer nada en este contexto, sobre todo a partir de la aparición de los primeros servicios de ‘streaming’, aunque el cierre masivo de videoclubes ya se había iniciado alrededor de 2010, años antes de que Netflix y compañía desembarcasen en nuestro país y con muchas películas vendiéndose a precio de saldo en los centros comerciales, tan baratas que ya no compensaba alquilarlas.
Actualmente sobreviven pequeños oasis para nostálgicos: un puñado de videoclubes de barrio mantenidos a duras penas por dueños entusiastas, que ejercen al tiempo una importante labor de preservación. Albergan en sus estanterías numerosas referencias descatalogadas, ajenas incluso a las plataformas digitales por encontrarse inmersas en algún embrollo de licencias y derechos legales.

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Enlace de origen : 'El Rey León' y aquellos veranos de videoclub