Alberto Alcázar
Lunes, 18 de agosto 2025, 00:07
La multitud vestida con trajes oscuros aguarda en silencio en la plaza de Santa Catalina frente al Contraste de la Seda. Es 9 de abril de 1866 y algunos amigos del pintor José Pascual y Vall (Alcoy, 1840-Murcia, 1866) cargan su «modesto féretro» (relató ‘La Paz’ de Murcia) e inician el cortejo fúnebre desde la amplia primera planta del edificio, erigido en el siglo XVII para controlar el comercio de la seda.
Este lugar es uno de los emblemas de una ciudad derribada, inexistente, a la que nos traslada el profesor de secundaria jubilado Pascual González Soriano (Vélez-Rubio, 1958) a través de ‘Aquella Murcia que perdimos’ (Diego Marín, 2022). Los cinco volúmenes recorren el patrimonio histórico y arquitectónico de una Murcia que no sobrevivió ni al «pico ni al tiempo», pero continúan en los solares de los archivos.
Tres fechas
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1601
Se construye el nuevo edificio del Contraste de la Seda para controlar el comercio sedero y como Sala de Armas del Concejo. Muchos años despues, allí morirá el olvidado pintor José Pascual y Vall. -
1821
Tras la exclaustración de los frailes, comienza el declive del complejo monástico. Los últimos usos fueron de posada y casa señorial, hasta su derribo total en 1974 para construir el nuevo jardín del Malecón. -
1926
El palacio del Marqués de Ordoño se adaptó a los nuevos tiempos. En sus bajos instalaron el ‘Palacio de Ford’ al tiempo que sealquilaban habitaciones; en una de ellas residió el poeta Jorge Guillén.
Los tres primeros títulos testimonian la metamorfosis de la ciudad en la primera mitad del siglo XX: «Un casco urbano con más de cien casas señoriales con blasón en las fachadas, diez conventos de siglos pasados, otras tantas iglesias barrocas, además de algún jardín romántico y humildes porches con un santo o una virgen», reza en el prólogo. Este investigador comenzó a edificar este proyecto desde su afición por recopilar fotografías antiguas: «El siguiente paso fue hacer una serie de vídeos reconstruyendo diferentes temáticas de esa Murcia, que luego originó un canal de vídeos. De ahí, pero más desarrollado, surgieron los libros», relata en una conversación con LA VERDAD.
«Hay muchos personajes, historias y ambientes relacionados con la Murcia antigua que se pierden por lo inexorable de la historia y por el cambio en las costumbres. Es una lástima, porque todo ello deja un caudal interesantísimo de lo que sería bueno que quedara algo». El autor extrae de su investigación que en los siglos XVIII y XIX, cuando se produjeron la mayoría de atropellos, la conservación de casas y palacios nunca fue una prioridad. «Y sigue sin serlo todo lo que debería».





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Entre los amigos que bajan el cuerpo del pintor Pascual y Vall están Juan José Belmonte y Juan Albacete. Los tres formaban parte de la Comisión Provincial de Monumentos de Murcia que impulsaron dos años atrás, en 1864, la creación del Museo Provincial de Pintura y Escultura, germen del actual Museo de Bellas Artes de la ciudad.
El pintor Pascual desempeñaba labores de cuidado del patrimonio cultural para la Comisión y residía en el Contraste gracias a que el Ayuntamiento de Murcia le cedió el espacio «para la realización de las pinturas del techo del Teatro de Romea [entonces Teatro de los Infantes]», cuenta Martín Páez Burruezo (director de la Real Academia de Bellas Artes de Murcia) en su obra ‘Un ciclo pictórico regional’.
El pintor tabicó con un escueto biombo un rincón de la desangelada planta para hacerse un hogar. Sin embargo, la ‘casa’ arrastraba penurias estructurales desde el terremoto de 1829. «A partir de ese momento, un siglo antes de que se derribara, todas las noticias que aparecen después sobre el Contraste hablan de ruina y de goteras; ya ha dejado de entrar dinero por la seda, la utilidad económica se pierde y las averías no se reparan. «En el año 1891 ya se quería derribar» y expiró en 1933.
Arriba, la casa de la familia Stárico-Codorníu hacia 1920, en el lugar del convento de San Francisco. Abajo, ‘El Contraste de la Seda’ (1964), obra de Manuel Muñoz Barberán que recrea el edificio antes de la demolición de las arcadas. Y a la derecha, puerta principal del Contraste de la Seda.
Aquella Murcia que perdimos



Las filtraciones erosionarían aún más la ya de por sí porosa salud del pintor que recoge Páez Burruezo. Llevaba una vida llana, «casi franciscana», que empleó sobre todo a la decoración y a la ornamentación, según el académico. El carácter tímido lo alejaba hacia la huerta en busca de inspiración vegetal y costumbrista, cuando el terruño comenzaba en lo que hoy es el Plano de San Francisco. Allí se localizó un complejo monástico en honor al santo desde antes del 1300, y «fue el más importante de Murcia durante siglos, sobre todo en el XVII y XVIII. Pero la ruina comenzó con las desamortizaciones de la Iglesia», cuenta González Soriano como paradigma de tantos otros enclaves religiosos metropolitanos. El autor describe el convento de San Francisco como una agrupación de la casa religiosa, dos iglesias y un colegio: «Los últimos restos de la estructura se remodelaron para convertirlos en una posada y, al lado, la casa Stárico-Codorníu». A pesar del prestigio que retuvo la imponente mole arquitectónica, no resistió una decadencia larga y agónica lastrada por incendios, ocupaciones y aniquilaciones progresivas de los espacios.
‘Aquella Murcia que perdimos’ retrata una ciudad que queda en el pasado, al otro lado, como un mito irreal al que solo se puede llegar a través de historias que arrojan lucidez a los sucesos del presente: «Es poco alentador que una ciudad como Murcia haya permitido el derribo de decenas de edificios que, visto desde ahora, es estridente. Cuando esto ocurría, confluían que no valorábamos lo que tenemos; muchos edificios estaban muy viejos y generaban gastos, y no había ningún tipo de legislación ni voluntad política por conservar nada».
Estos factores se confabularon contra la señorial casa de los Celdranes de la calle Trapería. La «joya del renacimiento murciano» enarbolaba una portada plateresca en su fachada que queda inmortalizada en una reproducción situada en el Poble Espanyol de Barcelona. «Se derribó para hacer otra con el compromiso de desmontar la fachada y ponerla en otra», apunta el autor. En los 80 se descubrieron los restos a la intemperie en el jardín de una propiedad en Hacienda de Roda, caserío de San Javier. «A lo mejor no costaba tanto comprar esas piedras, trasladarlas a un museo y ponerlas en valor, porque el estado es patético, y sí se reconocen».

En los años en que el pintor Pascual trazaba los bocetos del techo del teatro, buscaba inspiración del mundo clásico que en Murcia se erigió en la calle Capuchinas. El palacio del marqués de Ordoño blandía el «único ejemplo en vivienda de estilo neoclásico puro» en la ciudad. González Pascual contempla en su segundo libro los bajos del caserón, que acogieron un concesionario de coches Ford, para componer en el lector el desaparecido convento de las Capuchinas, derruido al inicio de la Guerra Civil. El año que elevaron a Jorge Guillén al Premio Cervantes, en 1976, se tumbó la que había sido su residencia cuando ocupó la cátedra de Literatura en la Universidad de Murcia en los años 20. «¡Dios mío, lo han derribado!», escribió el poeta en una carta. Ese fue uno de los pocos lamentos conocidos por la pérdida.
Al paso del ataúd, el pintor José Pascual y Vall dejó el salón alto del Contraste de la Seda diáfano después de haber llevado una existencias monacal que quiso continuar después de fallecido. El académico Páez Burruezo recoge los testimonios que relatan su aspiración por «ser enterrado en la fosa común sin poner la menor señal del paradero de sus restos». No obstante, de lo que apenas hay rastro es de su obra maestra. Los techos del Teatro de los Infantes ardieron en 1877 y se desconoce el paradero de los bocetos. Afuera, un grupo de admiradores proponen renombrar la calle Contraste con la del pintor; y ha llegado hasta nuestro días, como calle Pascual.
Asoma por fin el féretro del olvidado artista bajo la portada del Contraste, un pórtico que será lo único que se conserve del edificio «iniciando una práctica frecuente en Murcia», evidencia González Soriano, para trasladarla a uno de los pabellones que hoy dan acceso al Museo de Bellas Artes.
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Enlace de origen : Una Murcia de postal que ya solo existe en los archivos