Volvió el Brujo a pisar las tablas de San Javier, que tantos aplausos le ha regalado a lo largo de su carrera. Fiel como siempre … al actor cordobés, el público le esperaba formando un paisaje que a cualquier actor le debe hinchar los pulmones: un auditorio repleto de espectadores predispuestos al estilo tan personal del Brujo, esa fórmula que recurre a historias clásicas para aliñar sus chistes. Le conocen, han aplaudido la mayoría de sus montajes escénicos y, algo meritorio y difícil de mantener en el tiempo, siguen respondiendo a la llamada de ese juglar que narró con un carisma único la historia del Lazarillo de Tormes, capaz de desplegar infinitos recursos actorales, de causar hilaridad solo con gestos, de hablar con la mirada, de ocupar él solo todo el escenario, de sembrar la reflexión a golpes de humor. Aquel que revivió de forma hipnótica el mundo de Santa Teresa y ‘La luz oscura de la fe’ de San Juan de la Cruz. El que interpelaba al público, con esa voz que es un don del cielo, en ‘El viaje del monstruo fiero’.
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Obra
‘Volar con los pies en el suelo’ -
Texto y dirección
Rafael Álvarez ‘El Brujo’ -
Músico en escena
Javier Alejano -
Calificación
Flojo
El maestro en trenzar fragmentos de obras clásicas con sus improvisaciones, a veces filosóficas, ha ’embrujado’ durante décadas a su audiencia con ese aspecto de sabio errante, entre místico y cómico. Ya en sus últimas propuestas teatrales se le ha visto una evolución, desde la singular encarnación de personajes a esa especie de ensayo oral, siempre con el humor de puente, hasta derivar en una suerte de ‘stand-up comedy’ juglaresco, en el que la abundancia de chistes un tanto viejunos se ha comido al ‘duende’ del Siglo de Oro.
Con la desaparición de ese estilo rapsoda y bufonesco, también enmudece cada vez más el músico Javier Alejano, su compañero de escena desde hace 30 años. Sus bellos instrumentos se convierten, en este montaje brujil, en mero atrezo.
Pepe H.
El Brujo ya no recita, ya solo cita a los clásicos de lejos para apoyar sus chascarrillos simplones sobre Puigdemont, Rajoy o Santos Cerdá. Entra en bucle con Edipo -Edipín en su relato- para propiciar un encuentro con García-Page en un embrollo de historia del que salir precariamente. No se trata de blindar a los clásicos intocables, sino de que tengas gracia en la hazaña de reinterpretarlos. Hubo largos minutos de sopor y momentos en que, literalmente, añorabas ‘volar’, aunque fuera con los pies por el suelo. No basta con improvisar, con interactuar con la señora de la primera fila, ni con captar la atención criticando las operaciones estéticas de la Reina, sino de prender la chispa. No nos vamos a asustar con el humor regionalista, ya un tanto trillado, ni de que utilice el cliché de ‘franquista de Torre Pacheco’, pero sí de la sensación de haber perdido algo en el camino, por ejemplo, el humor inteligente. De haber dejado que la chirigota soez y desangelada se coma al chispazo incontenible y oportuno, ese que te da unas gafas más luminosas y agudas de ver la realidad. Con todo, la historia de su padre, representante de vino fino, y de su madre, cuyas bragas sirvieron para levantar cabañas sobre dos palos, fueron el capítulo más tiernamente cómico. O la del cura de su pueblo, tal vez por la inagotable fuente de ingenio que provee siempre la vida misma. Ahí nos dejó destellos de que su capacidad de fascinar con el relato oral no ha muerto. Brujo, ¿dónde se guarda usted ese embrujo?

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