No es dado a abrirse a los demás en entrevistas. Pero la palabra «nunca» ya puede empezar a desterrarla de su vocabulario. «Ya he tomado … dos cafés esta mañana. Para mí un vaso de leche de avena y a correr», pide sin entusiasmo al camarero, que pide más detalles. «¿Sola? ¿Sin café?»: Sí, sí. Sin café. Tiene 73 años, y no quiere sustos. «Templadilla, por favor». A José Rubio, el pintor Ramón Gaya le llevaba 41 años. «Yo tenía 22 años cuando le conocí, ahí mismo, donde dice ‘Vende tu casa’». Señala a donde estaba la galería Al-Kara de los hermanos Morales. «Gaya vino porque José Luis Morales, que era muy activo, se trajo unos cuadros suyos que tenía un marchante de Barcelona. Y metió a Gaya con otros de su época en una exposición colectiva. [Gaya, refugiado primero en México y luego por Europa, exiliado de la guerra desde 1939, no había venido a Murcia desde el año 1960 en que estuvo unos días con Juan Bonafé en La Alberca]. Esto era el año 1974, y le apeteció volver para ver qué cuadros habían presentado en Murcia».
Rubio Fresneda acaba de publicar ‘Mientras tanto’ (Pre-Textos, 2025): «El tiempo no se mide en acontecimientos sino en presencias sutiles, en instantes detenidos donde el amor, el dolor, el deseo, la espera y el goce se entrelazan con serenidad. Toda la vida no es más que «mientras tanto», escribió Juan Ramón Jiménez, y aquí el poeta nos invita a leer con pausa, enseñándonos que el tiempo no es una línea recta», afirma el editor Manuel Borrás. Es su cuarto libro de poemas. Anteriormente publicó ‘Después de la señal’ (2003), ‘Días aparte’ (2010) y ‘En qué abril’ (2016), todos en la editorial Pre-Textos. Además, el Museo Gaya acaba de inaugurar una editorial propia con un libro en el que Rubio cuenta su fascinación por Gaya.
«El día que se conocieron Eloy Sánchez Rosillo y Gaya fue tal la efervescencia que anduvimos toda la noche por la ciudad, no pudimos dormir»
-¿Quién le presentó a Gaya?
-Fue Antonio Morales, que era compañero mío de estudios. Todavía nos quedaba un año para acabar la carrera. Nos hicimos amigos, pero no sólo era amigo mío, sino de más gente de mi edad que estábamos ahí esa tarde.
-Fue «un deslumbramiento».
-Totalmente. Yo estaba acabando la carrera de Derecho. Me gustaba la literatura y escribir. Lo que me deslumbró fue su personalidad. Físicamente era impresionante, la gente se daba la vuelta al cruzarse con él. Era un aura, una fuerza, una mirada penetrante. Y cuando se ponía a hablar citaba a Juan Ramón Jiménez, o su amistad con Luis Cernuda, y sus enemistades, porque ambos chocaban y a la vez se querían; te hablaba de María Zambrano, de Gil-Albert, de tantísima gente. Siempre he dicho que esa generación de Gaya debía haber sido naturalmente la de los maestros de mi generación, pero la guerra interrumpió ese curso natural de la historia. Perdimos a esos grandes maestros que se fueron, y recuperarlos fue algo maravilloso.
-Estamos hablando de 1974, todavía el Generalísimo estaba vivo y aquella España no había despertado a la democracia.
-La cultura era todavía una cosa muy marginal y gris, Murcia era más pequeña y limitada que ahora, con poca vida cultural, la universidad era triste, los catedráticos eran inaccesibles salvo contadísimas excepciones. Cuando te encuentras a una persona con la categoría de Gaya, que era mucho más de los que yo reconocía como cultura o autoridad en ese momento, y lo sentías como tan cercano, sin barreras, aunque existiese una diferencia de edad, para mí resultaba algo increíble.
José Rubio ante una fotografía de Ramón Gaya.
Vicente Vicéns / Agm

-Ejemplo de nomadismo vital.
-Y de cosmopolitismo, porque era un hombre con una gran apertura de mente, había vivido y sufrido tanto por la guerra [perdió a su mujer, Fe Sanz, en el bombardeo de Figueras en 1939, y su hija Alicia se salvó, y pasó a vivir con otros amigos comunes]. Aunque Gaya jamás juzgaba ni se quejaba. Fue muy duro para él la muerte de su mujer, el exilio, la pérdida de su casa, de su trabajo, de su mundo, se separa definitivamente de su padre y no vuelve a verle. Era un ejemplo moral, además de lo que te enseñaba, aunque él no pretendía enseñar ni crear magisterio. Sólo hablaba. Yo digo que transmitía por emanaciones, aprendías de su actitud, palabra, ejemplo, obra.
-¿Por qué no se quejaba?
-Era una actitud moral. Encontró la fuerza y la resistencia en sí mismo, dentro de él, cuando volvía sobre sí mismo encontraba un mundo que fuera no estaba. Mucha gente aquello no pudo soportarlo, y acabó suicidándose. Gaya y María Zambrano, que estuvo en México, Cuba, Roma y Francia, y viviendo con una precariedad absoluta, se contaron la vida y en sus cartas no hay una sola queja de la desgracia y circunstancias. Gaya en México pasó momentos cercanos a la depresión, a estar fuera del mundo. Y optaba, en su caso, por callarse.
-¿Cómo se crea una amistad con alguien que no vive aquí y con el que hay una abismal diferencia de edad? ¿Qué les podía unir?
-Yo era al principio un enlace con la ciudad. Él ya estaba muy solo, no quedaban tantos amigos íntimos de su generación. María Zambrano no volvió hasta 1984. Gil-Albert pudo volver a Valencia. Pero fíjate qué cosa. Gaya tenía que ir cada mes a la comisaría a sellar el pasaporte, porque tenía nacionalidad mexicana, y yo le acompañé muchas veces a sellar. Cuando a veces se retrasaba, o porque se le olvidaba, un sujeto de la comisaría le dijo: ‘¿Usted sabe que está ilegalmente en España?’. Eso para Gaya era durísimo. Cuando salíamos de comisaría, se ponía a llorar como una magdalena. ¡Ilegalmente! Un país que le había matado a su mujer, por el que se había exiliado, por el que había perdido la casa y el trabajo, la familia, la vida… con el tiempo recuperó la nacionalidad española.
Una figura inagotable
-Uno de los puntos fuertes de Gaya es que cada persona que conoce su historia por vez primera recibe el mismo ‘shock’ que usted ante su obra y su figura.
-Claro, hay mucha gente que llega a él por el camino de la escritura [es autor de ‘El sentimiento de la pintura (1960), ‘Velázquez, pájaro solitario’ (1969), ‘Diario de un pintor, 1952-1953’ (1984) y ‘Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica) (1996)], porque Gaya tiene esas dos vertientes fascinantes de escritor y pintor. Otros llegan por el camino de la pintura, que son los menos. Pero si eres una persona con sentido común te quedas, porque es una maravilla. Yo he leído y releído toda su obra entera, y todavía me pregunto por qué me sigue sorprendiendo. Y es por una razón, porque Gaya está vivo, y la vida es sorprendente en significados. Cada momento, estés contento o apesadumbrado, encuentras en él algo diferente.
En tragos cortos
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Un sitio para tapear
La plaza de las Flores. -
Un lugar al que volver
A Italia. En Roma, Gaya compró una casa en Vicolo del Giglio (donde una placa conmemorativa lo recuerda). El algunos sitios en Roma te tiraban la alfombra roja si ibas con Gaya. -
Dos flores
La rosa y el clavel. -
¿Qué consejo daría?
Acepta la vida. Hay cosas buenas, regulares y momentos difíciles. Hay que aceptarla con serenidad. -
Un libro
Me parecen legendarias dos obras de Gaya, ‘Velázquez, pájaro solitario’ y ‘El sentimiento de la pintura’. -
La playa de su vida
Cualquiera de Cabo de Gata. -
¿Quiénes son sus hijos?
Mi hija Gema tiene 39 años y es profesora de yoga, intenta ganarse la vida con ello, y mi hijo tiene 29 años y es jugador de baloncesto [Juan Rubio, 198 cm], esta temporada ha jugado en el Estudiantes después de pasar por Andorra, Valladolid, Melilla, CB Murcia…
-¿Cuántas veces sigue mirando al Museo Ramón Gaya como algo milagroso? No abundan tanto los museos unipersonales.
-Sí, me sigue pareciendo un milagro cada día. El reconocimiento de Ramón es lento, pero es muy seguro. Quien entra, se queda. No es un afecto que tenga caducidad, como tantas cosas que nos pueden deslumbrar y luego le vemos las costuras. Gaya es inagotable.
-El Pleno del Ayuntamiento de Murcia aprobó en 2022 una declaración institucional para proponer a Adif y al Ministerio de Transportes que nombre la futura estación de la alta velocidad ‘Murcia-Del Carmen-Ramón Gaya’. Fue una propuesta que surgió del Patronato del Museo Ramón Gaya celebrado en enero de 2020 y fue secundada por distintas personalidades. Pero parece que no se han hecho eco.
-Fue una iniciativa del Patronato, sí. Estamos esperando a que el Ministerio de Transportes dé el visto bueno a la propuesta. Para mí, no han mirado el expediente. Yo mismo promoví esa idea, y se aprobó por unanimidad de todos los grupos políticos, algo que parece inaudito. El expediente se documentó muy bien, y se envió a Adif. Solo tienen que dar el visto bueno, al igual que ha sucedido con María Zambrano en Málaga, Miguel Hernández en la vecina Orihuela, Fernando Zóbel en Cuenca, Pintor Sorolla en Valencia, Clara Campoamor en Madrid-Chamartín y Almudena Grandes en Madrid-Atocha. Ahí hay que hacer fuerza política de alto nivel para que eso se saque del cajón, solo tienen que dar el visto bueno una vez que la ciudad por unanimidad propone esta denominación.
-Siempre se ha destacado la generosidad de Isabel Verdejo, segunda mujer de Gaya, y, de hecho, el Ayuntamiento de Murcia le ha correspondido con el nombramiento de Hija Adoptiva de la Ciudad de Murcia. Su generosidad es, en realidad, una mejora del patrimonio artístico con permanentes donaciones.
-El archivo que ha donado de Gaya es increíble, y, post mortem, ella ha hecho un testamento y el heredero será la Fundación Museo Ramón Gaya. Isabel vive para Gaya. Ella no ha pedido nada, y solo ha donado, donado, donado… jamás ha pedido nada para ella, y queda mucho por ver gracias a Isabel.
Donaciones a Murcia
«Isabel Verdejo [viuda del pintor y escritor Ramón Gaya] no ha pedido nada, y solo ha donado, donado, donado… jamás ha pedido nada para ella»
-¿Por qué estudió Derecho?
-Para ganarme la vida. Dos hermanos también son abogados. Somos siete, y han muerto ya cuatro. Me metí ahí por inercia familiar, pero enseguida me di cuenta de que no era lo mío. No me gustaban los líos del juzgado, y trabajé en cosas de asesoramiento, de gestoría. Tenía siempre la vista puesta en los libros y en la pintura. Compré algunas cosas de Gaya en los tiempos en que podía, pero Gaya también me regaló muchas, incluso me llegó a retratar.
-¿Cómo se ve en esos retratos?
-Me reconozco muy bien, él iba buscando la interioridad, el espíritu de la persona, que está dentro y fuera. Porque nuestra vida espiritual también moldea la física. Me gustan esas obras, claro.
-Usted nació en la misma plaza de la iglesia de San Nicolás.
-Sí, justo enfrente. Mi abuelo fue notario de Murcia, y aquí se establecieron mis padres. Mi padre era de Almería, mi madre sí era murciana. Cuando éramos pequeños, los veranos los pasábamos en Murcia, no había otra solución o recurso. Luego sí que fuimos al Mar Menor, por la parte de Lo Pagán y de La Ribera, donde una hermana mía tenía casa. Ahora tengo una casa en una urbanización que se llama La Pinada, voy muchísimo allí, entre la Ciudad del Aire y San Pedro del Pinatar. Para mí esa casa es como es Mazarrón para Eloy Sánchez Rosillo. La poesía de Eloy, esa perfección que tiene, junto a pensamiento y sentimiento, enamoran. Gaya tiene algo de eso también.
-Usted precisamente fue quien llevó a Sánchez Rosillo a Gaya.
-Sí, yo le presenté a Eloy unos años después de conocerle. Eloy acababa de ganar el premio Adonáis (1977) y hubo una admiración mutua desde el primer momento. De hecho, a Gaya yo le llevé una tarde el primer libro de Eloy, ‘Maneras de estar solo’, y Ramón me dijo al día siguiente que quería conocer a este poeta. Vino por la noche a cenar al Rincón de Pepe, y hablamos de todo lo humano y lo divino, de las novias en ese momento, de pintura y literatura. Cuando le dejamos en el hotel a medianoche, Eloy y yo teníamos tal efervescencia que esa noche no podíamos dormir y estuvimos toda la noche paseando por la ciudad de Murcia hasta que amaneció. Lo cuento eso precisamente en el libro que acaba de editar el Museo. Eloy vivía en la casa de su madre, estaba soltero, por la plaza Fuensanta, y yo vivía en Vistabella, en la otra punta de la ciudad, y nos tiramos toda la noche yendo de un sitio a otro.
Un poema, ‘Dibujos romanos’
-Otros admiradores fueron llegando: Pedro García Montalvo, Juan Manuel Bonet, Andrés Trapiello, «los Pre-Textos» (Manuel Borrás, Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba), el pintor valenciano Luis Massoni, Avellaneda, Pedro Serna, Juan Ballester, Pedro Soler… Jonás Trueba y Rafael Fuster…
-Sí, todos ellos admiradores rendidos. Fascinados todos por Gaya, al que le he dedicado en mi último libro el poema ‘Dibujos romanos’: «Traen a veces las horas / instantes que son luz, intimidad, y llenan / de gratitud el día. / Quiso quien lo guardaba regalarme, / y me mostró un cuaderno. / Hay un poema tuyo manuscrito / y dibujos a lápiz de tus años en Roma. / Con el tiempo han dejado, / además de su huella, / además de su acento, / una especie de mancha, / una amorosa sombra, / un dejo de presencia en la hoja contigua. / Vuelves tú en esa sombra, y ciñe tu presencia lo que amas».

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Enlace de origen : José Rubio Fresneda: «A Gaya un sujeto le dijo en comisaría al ir a sellar su pasaporte: '¿Usted sabe que está ilegal en España?'»