El AVE que atravesó el infierno

El AVE que atravesó el infierno

Martes, 26 de agosto 2025, 11:37

Azucena tiene 30 años y desde hace siete es maquinista de Renfe, los últimos cinco como conductora de Alta Velocidad. A los mandos del tren 5273, un monstruo de acero de 200 metros de largo y 335 toneladas de peso con doce vagones y 330 pasajeros, su AVE cubre el trayecto Madrid-Ourense, el mismo que se reabrió hace unos días tras permanecer una semana cerrado por los incendios que han asolado Galicia y parte de Castilla y León.

Junto al interventor Carlos Ayuso y los dos camareros del vagón cafetería, conforman los cuatro miembros de la tripulación. El AVE ha partido a las 10.04 de la mañana del lunes de la estación de Chamartín, con parada en Zamora y destino final en Ourense, a 460 kilómetros de Madrid, a donde llegó sobre las 12.15 del mediodía alcanzando en algunos tramos puntas de velocidad de 300 kilómetros por hora y sin ningún tipo de incidencia. Un viaje perfecto. O no. Porque una parte de ese trayecto, ya en la provincia de Ourense, discurre por un territorio que hasta hace un par de semanas resplandecía de vida bajo el sol del verano, y hoy es un paisaje hostil, negruzco y desolador, un entorno natural destrozado por el fuego que ha barrido el noroeste de la península, cebándose especialmente con Zamora, León, Lugo y Ourense.

«Me da muchísima pena cuando pasamos por ahí», dice con verdadera aflicción Azucena, que nació en la localidad lucense de Monforte de Lemos. «En Galicia tenemos bosques bellísimos y estos incendios suponen una pérdida de nuestro patrimonio natural. A mí me da mucha tristeza», se lamenta la maquinista, que admite que vivió con angustia e «intranquilidad» la semana que permaneció cortada la vía de alta velocidad entre Madrid y Galicia. «La seguridad de los viajeros está por encima de todo», dice, y recuerda que cuando se reanudó el servicio y pudo atisbar desde la cabina a 300 kilómetros por hora la mancha negruzca que había mordido el paisaje se le encogió el corazón. «Pasamos de ver todo verde a todo gris. Y da más rabia pensar que haya podido ser intencionado porque en ese caso puede volver a pasar y así sucesivamente».

Hija, hermana y novia de maquinista («¡me caso el año que viene!», exclama feliz), Azucena afirma que le encanta su trabajo, «pero desde hace unos días cada vez que paso por aquí te sientes un poco peor». Esa misma sensación la comparte con su interventor, Carlos Ayuso, de 39 años y también de estirpe de ferroviarios, con su abuelo a la cabeza, un ebanista que trabajaba las cuidadas maderas que daban confort al interior de los vagones antiguos.

300.000 kilómetros al año

Carlos lleva casi 20 años trabajando en Renfe, los últimos quince como interventor o lo que ahora se llama operador comercial. Acomoda a los viajeros, les informa de las estaciones por megafonía, atiende sus dudas o si le piden que suba o baje el aire acondicionado, y supervisa los billetes. Residente en A Coruña, Ayuso calcula que recorre al año unos 300.000 kilómetros, buena parte de ellos entre Madrid y Galicia, un trayecto que conoce como la palma de la mano. «En 2022 ya se nos quemó la Sierra de la Culebra, entre Zamora y Ourense, un parque natural magnífico para el turismo, la miel y el lobo. Y ahora llegan estos incendios… Es muy doloroso».

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La zona más afectada pertenece a Vilavella, muy cerca de la estación de A Gudiña, en la llamada Puerta de Galicia. A la derecha en sentido de la marcha se puede observar desde el tren decenas de hectáreas de monte quemado, una escena que se repite, aunque en menor proporción, unos 40 minutos después, ya en las cercanías de la propia estación de Ourense. Además como el tren recibe aire desde el exterior, aún huele a quemado después de varios días con el incendio apagado.

«La verdad es que ver este paisaje quemado es una sensación de pena e impotencia. Quizá se podría gestionar de otra manera para evitar que surgieran estos incendios tan grandes», apunta Carlos, a quien sus dos hijas adolescentes, Alba y Amelia, que han visto las noticias de los incendios por la tele, le dicen todos los días antes de despedirse: «Ten cuidado papá». «Sí, ellas se preocupan porque saben que su padre pasa muchos días con el tren por zonas afectada por el fuego», apunta Carlos.

En el interior de los vagones, los pasajeros pegan la nariz a la ventanilla y observan con lástima el campo calcinado. Sandra Cedro, de 28 años, es una de esas sorprendidas viajeras. Esta joven madrileña, que trabaja como dependienta en una tienda de ropa de Fuencarral, viaja a Ourense para pasar unos días de vacaciones en casa de una amiga. «Había visto los incendios por la tele, pero ver todo gris y negro en directo, aunque sea desde detrás de la ventana impresiona. A mí me da mucha rabia y mucha pena. A saber cuándo va a revivir todo esto».

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