
Cuántas veces te ha pasado que te levantas del sofá con una idea muy clara en la cabeza, llegas a la cocina con toda la … actitud y en cuanto cruzas la puerta… ¡se te ha olvidado a qué habías ido! ‘¿A qué narices había venido yo aquí?’, te repites sin encontrar respuesta. Abres cajones, armarios… pero nada, que no te acuerdas. ¿Cómo es posible que seas incapaz de recordarlo si hace tan solo unos segundos sabías perfectamente qué ibas a hacer? Tranquilidad, nos pasa a todos y se conoce como el efecto umbral.
«Basta con atravesar una puerta para que el cerebro interprete que ha terminado una función y empieza otra», resume Jorge Romero-Castillo, profesor de Psicobiología e investigador en Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Málaga.«Y esto ocurre –explica el especialista– porque nuestra memoria semántica, la que usamos para recordar conceptos, funciona mejor cuando está asociada a la memoria episódica, la que utilizamos para recordar lugares, y esta última se vincula a claves contextuales». En otras palabras, si vuelves al sofá (el contexto original), seguro que eres capaz de recordar la información que olvidaste al cruzar la puerta de la cocina.
La importancia del escenario
Se puede decir que «la memoria es como una actriz de teatro que interpreta su papel especialmente bien si el decorado, el vestuario y hasta la iluminación son los mismos que en el ensayo». Los problemas vienen cuando se produce un cambio de escenario, sobre todo si no se ha aprendido bien el guion. En el primer estudio que se realizó sobre el efecto umbral (2006), el equipo de investigación pidió a los participantes que memorizaran objetos presentes en un espacio virtual y luego se movieran (virtualmente) a otra sala.
«Y descubrieron que, justo al atravesar un umbral, la capacidad para recordar esos objetos se reducía significativamente. Las múltiples investigaciones posteriores reforzaron que se trataba de un principio general de actualización de la memoria. Además, se demostró que la caída en el rendimiento no se debía a la distancia recorrida ni al tiempo transcurrido, sino al simple hecho de cambiar de escena. Es más, basta incluso con imaginar que cruzamos un umbral para que ocurra el olvido», precisa Jorge Romero-Castillo. Es decir, no es pasar la puerta lo que nos borra la memoria de un plumazo, sino el cambio de ambiente. El cerebro interpreta que comienza un nuevo episodio y desvincula, en parte, la información del acto anterior.
Una de las principales causas que podrían explicar estos lapsus podría ser la multitarea. «Cuando realizamos varias acciones a la vez, el cerebro reparte su atención como puede y alguna información se queda en el camerino. Nuestra capacidad cognitiva es limitada, por eso cuando cambia el contexto, las tareas que no tienen prioridad pueden desvanecerse», argumenta el experto.
Afecta a mayores y jóvenes
Si eres de los que sufren estos despistes a menudo, no te preocupes. «Afortunadamente, los olvidos cotidianos no indican ningún deterioro cognitivo grave. Se ha comprobado que afectan por igual a jóvenes y mayores y esto sugiere que es un efecto secundario de cómo nuestra mente organiza la experiencia y no una señal de alarma ante una posible demencia», tranquiliza el experto.
De hecho, llegar a la cocina o al despacho de un compañero y que nos resulte imposible recordar a qué íbamos también tiene su lado positivo. «Cambiar de habitación o estancia nos ayuda a recordar mejor la nueva información. Al modificar las claves contextuales, se actualiza la ubicación y se generan menos interferencias con las tareas previas. Así, el cerebro aprovecha el nuevo entorno para aprender con más claridad».
Además, cuenta el profesor de la Universidad de Málaga que también existe la posibilidad de quedarnos en blanco sin necesidad de cambiar de escenario. «Cuando vemos a una persona especial y profundamente querida en un lugar inesperado y tardamos en reconocerla. Esto ocurre porque el cerebro necesita buscar las pistas de los decorados habituales para que nos encaje. Esta situación tampoco es indicativa de déficit cognitivo: la mente (y el corazón) se está reconstruyendo ante una extraordinaria y hermosa nube de recuerdos».
Hipermnesia, la capacidad de recordarlo todo
¿Te imaginas recordar absolutamente todo lo que pasa en tu vida desde cierto momento de la infancia, como si tu cerebro fuese una especie de archivo audiovisual incapaz de olvidar un solo detalle? Esta capacidad se llama hipermnesia «y se sabe muy poco de ella porque apenas hay cincuenta personas en todo el mundo capaces de recordar todos los días de su vida, de manera que solo podemos confiar en sus testimonios», explica la psicóloga Anaïs Roux en su libro ‘Neurosapiens’ (Ed. Espasa). En realidad, más que una ventaja, ser hipermnésico es una carga muy pesada porque la menor pista (un olor, una imagen, una fecha, un color, una cara…) desencadena toneladas de recuerdos en su cerebro. Una tormenta de estímulos que interrumpe continuamente las actividades de esa persona porque no tiene la capacidad de poder controlarlo.

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