
El de Jimmy Kimmel anoche fue el regreso más esperado. «¡Bienvenido de vuelta, Jimmy!» («Y el autismo», apuntó irónico el programa, con un guiño mordaz … al último anuncio del presidente Trump sobre el paracetamol). Público, actores de Hollywood, sindicalistas, estrellas de la televisión y cualquier espontáneo que simplemente celebrase la libertad de expresión se dieron cita en el Centro de Entretenimiento El Capitán de Los Ángeles para aupar al humorista político de la noche estadounidense, despedido fulminantemente seis días antes a petición del gobierno de Donald Trump.
El humorista no defraudó. Uso su monólogo inicial, que pasó de los 10 minutos habituales a 30, para dejar claro que no iba a dejar pasar las cosas. Durante su intervención hubo espacio para la emotividad, con un recuerdo a la «grandeza» de la viuda de Charlie Kirk por sus palabras sobre el perdón durante el funeral de su esposo; para reirse de Trump, de las contradicciones de su Administración y para criticar los ataques a la prensa. Y aquí el mensaje fue claro: «Nuestro Gobierno no debe controlar lo que decimos».
Volvió como Unamuno a las aulas tras su exilio. «Como os iba diciendo antes de que me interrumpieran … No estoy seguro de quién ha tenido las últimas 48 horas más extrañas, si yo o el consejero delegado de Tylenol (paracetamol)». Era el Jimmy de siempre, eso sí, emocionado por las desbordantes muestras de solidaridad que había cosechado en esos seis días fuera de antena. «He sabido de toda la gente del mundo diez u once veces», agradeció, poniendo por delante a sus amigos y competidores del humor político, empezando con Stephen Colbert, al que CBS ha dado el despido anticipado para cuando acabe la temporada, pero acabando con los de otros países, como Alemania. «El tipo me ha ofrecido un trabajo. ¿Te puedes creer que este país se ha vuelto tan autoritario que los alemanes nos llaman para decirnos ‘vente para acá’? Si a Trump le ofende que le llamen nazi y le comparen con Hitler, ahí tenía su primera dosis de irritación».
Se trataba, como se mofó él mismo en la apertura triunfal, «del monólogo más anticipado de la televisión en años». ¿Se disculparía Kimmel por las palabras sobre la muerte de Charlie Kirk que sirvieron como excusa para cancelar abruptamente su programa, o volvería desafiante ante las cámaras, criticando al presidente que le había echado la cruz, mucho antes de que Kirk fuera asesinado? Lo suyo era tomárselo con humor, aunque el momento en el que «ABC ha optado por reponer el programa de bajos ratings», como le critica el presidente, fuera emocionante, para él y para la audiencia. Imposible ignorar el elefante en la sala, el asalto a la libertad de expresión que acababa de salvar.
Al humorista se le quebraba la voz a esas horas, agradeciendo al público que le importase tanto como para elevar la voz para que la suya se oyera. «Nunca lo olvidaré», dijo emocionado. «Pero más que nada quiero agradecer a la gente que no apoya mi programa ni mis creencias, pero aun así defienden mi derecho a compartirlas». Entre ellos, lo mencionó, estaba Joe Rogan, el presentador del podcast que contribuyó a la victoria de Trump y que la víspera había criticado a cualquier gobierno que censurase la libertad de expresión de la gente, sin mencionar cuál. «Si la gente piensa que eso está bien, estás loco, porque mañana será usado contra ti», advirtió.
En la misma línea se pronunció otro inesperado defensor, el senador Ted Cruz, cuyo momento Kimmel fue ensalzado en un editorial del Wall Street Journal como uno de los mejores de su historia. «La mayoría de los republicanos tienen miedo de pronunciar siquiera una sílaba de desaprobación sobre la Administración Trump, así que hay que reconocerle a Ted Cruz el mérito de haber notado el peligro que supone el uso de amenazas regulatorias por parte de Brendan Carr para sofocar la libertad de expresión», admiró el rotativo.
El presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) había amenazado a la cadena ABC con retirarle la licencia si no despedía a Kimmel, al más puro estilo de la mafia, observó Cruz con un escalofrío. «Podemos hacer esto por las buenas, o las empresas pueden encontrar la manera de cambiar su conducta, de tomar medidas, francamente, contra Kimmel, o la FCC va a tener trabajo adicional por delante», declaró horas antes de que Disney claudicara. En su podcast, el senador Cruz lo interpretó cinematográficamente para quien tuviera dudas. «Eso está sacado directamente de «Uno de los nuestros»: Es como si ves a un mafioso entrando en un bar y diciendo: «Bonito bar tienes aquí. Sería una pena que le pasara algo».
La suspensión del espacio ha desatado una oleada de protestas en un país que ya había soportado la represión de las universidades, la extorsión de bufetes de abogados y medios de comunicación, la purga de dos millones de funcionarios y numerosas agencias de gobierno, pero no la censura del humor político, incorrecto por naturaleza. Cerrar la válvula de escape con la que la sociedad libera la ansiedad del momento fue la gota que colmó el vaso. Tanto, que Disney tuvo que dar marcha atrás y devolver el programa a la estrella televisiva, presentador de los Oscar en tres ocasiones.
«¡Panda de perdedores!»
El regreso no gustó a todos. «No me puedo creer que ABC Fake News le haya devuelto el trabajo a Jimmy Kimmel», protestó el presidente en Truth Social. «¡ABC le había dicho a la Casa Blanca que su programa había sido cancelado!». Balconeaba una vez más a la empresa, que públicamente había intentado justificar el despido como una forma de templar la tensión social desatada tras ese asesinato político, pero que ahora quedaba al descubierto como una clara concesión a los caprichos del presidente, que no soporta las críticas. «Creo que voy a poner a prueba a ABC», resolvió el magnate republicano al insinuar una nueva demanda. «A ver cómo lo hacen. La última vez que fui a por ellos me dieron 16 millones de dólares. Suena a que esta vez va a ser incluso más lucrativo. ¡Panda de perdedores! Deja que Jimmy Kimmel se pudra con sus malos ratings», publicó en Truth Social.
En el regreso, Kimmel eligió muy bien quién le iba a acompañar. Quién mejor que el actor que dio vida a los mafiosos en la película de Scorsese, Robert de Niro, otro crítico enraizado del presidente, que debió darle la noche con su aparición. Eso sí, uno de cada cuatro estadounidenses no pudo verlo. Los dos principales grupos de comunicación del país, Sinclair y Nexstar, que la semana pasada recogieron el guante del presidente y cancelaron la emisión de Jimmy Kimmel Live antes incluso de que Disney lo anulase, decidieron no emitirlo. Cada una tiene cerca de 200 emisoras afiliadas a las principales cadenas de televisión, con fuerte implantación en las zonas suburbanas y rurales de estados políticamente clave.
«Estamos en negociaciones con ABC sobre futuras emisiones», dijo sin más explicaciones Sinclair en un comunicado. Para Kimmel, lo importante no es su programa, sino «que vivamos en un país que nos permita tener un programa como este». Y como nadie tiene claro en qué país se ha convertido EE UU, prefirió dejarlo abierto. «Creo que volveré mañana», se despidió.

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Enlace de origen : Jimmy Kimmel, emotivo pero sin dar un paso atrás: «Nuestro Gobierno no debe controlar lo que decimos»