Una segunda vida para 10.000 árboles quemados en Galicia

Una segunda vida para 10.000 árboles quemados en Galicia

Viernes, 10 de octubre 2025

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Hay preocupaciones comunes, compartidas. Gente con distinta educación trabajando, cada uno desde su ámbito, con las mismas fijaciones. Memoria y naturaleza se funden en el trabajo del artista muleño Ramón González Palazón, que trabaja desde este 2025 en un proyecto que le llevará a dibujar 10.000 árboles, uno cada día, con el mismo material: carbones recogidos en los bosques quemados de Galicia el pasado verano. Y tenemos a la escritora argentina Clara Obligado, formadora de ímpetus lectores y escriturarios, autora de novelas, cuentos, microrrelatos y ensayos inspiradores para distintas generaciones como ‘Todo lo que crece. Naturaleza y escritura’ (2021), y al biólogo y degustador de paisajes Raúl de Tapia, Premio Nacional de Medio Ambiente, miembro de la Red Internacional de Escritores por la Tierra, amigo de la Fundación Cristóbal Gabarrón y colaborador habitual de programas esenciales de la radio pública como ‘El Bosque Habitado’ (Radio 3).

Juntos, Clara Obligado y Raúl de Tapia acaban de publicar en Páginas de Espuma un libro de esos que cualquier lector no querrá que desaparezca de su biblioteca: ‘Un árbol de compañía’, un compendio nada presuntuoso, cargado, como todo árbol monumental, de observación y reflexión, y mensajes en pro de la conservación y recuperación de nuestros árboles. «De tu árbol, de su sombra, de su respiración compartida, de su compañía», dice sobre ellos el editor Juan Casamayor, artífice de este ensayo dirigido a los lectores paseanderos.

En ese «intercambio de recuerdos» que llevó a Raúl de Tapia y Clara Obligado a trabajar en ‘Un árbol de compañía’ pueden sumarse otras voces, nuevos recuerdos… en la construcción de la memoria común: «Matarlos es matarnos. Cuidarlos es cuidarnos», incide la argentina

Lo cierto es que Ramón González Palazón es oyente habitual de ‘Un Bosque Habitado’ de Radio 3 y admira los ahíncos divulgativos de Raúl de Tapia. Pero no se conocen. Raúl y Clara sí, pero hasta hoy no sabían todo lo que tienen en común con Ramón.

Este número de ‘Ababol’ dedicado a los árboles reúne sus proyectos, los conecta, con el ánimo de que los lectores se reafirmen en que no todo está perdido, y que en ese «intercambio de recuerdos» que llevó a Raúl de Tapia y Clara Obligado a trabajar en ‘Un árbol de compañía’ pueden sumarse otras voces, nuevos recuerdos… en la construcción de la memoria común: «Matarlos es matarnos. Cuidarlos es cuidarnos», incide la argentina.


Ramón González Palazón.


Vicente Vicéns / AGM

Poesía o provocación

González Palazón, que desarrolla su trabajo en pintura, videoarte, instalación, escenografía y cine, está convencido de que para ser disruptivo hay que trabajar de una manera más sutil las cosas: «Tu arte ya por sí solo habla, y que cada uno entienda un lenguaje, por eso el espectro que se ofrece es universal. Unos entenderán que hay poética, otros verán una provocación».

El artista, formado en España, Venezuela y Alemania, está presente en la Feria Estampa de Madrid por vez primera de la mano de la galerista murciana Laura Clemente (LAVIO contemporary arts and masterpieces, con sedes en Murcia y Shanghai). González Palazón dará vida en papel a 10.000 árboles arrasados de Galicia. «El verano pasado me metí dentro de los bosques que habían ardido en Cualedro (Orense). No sé cuánto tiempo me llevará. De momento, he pintado 1.500, y el compromiso es pintar un árbol cada día con los carbones recogidos. Si con toda seguridad esos incendios han sido provocados por la mano del hombre, esto es una forma de volver a reforestar, aunque sea imaginariamente, esos lugares mágicos hoy devastados».

González Palazón volvió «impresionado y triste» de aquel escenario con un grupo de palabras retumbando de forma recurrente en su mente: asfixia, alarma, calor, consecuencia, chispa, cortafuegos, contaminación, escapatoria, fricción, hidrantes, madera, mecha…


Uno de los 1.500 árboles de Galicia recuperados en dibujos por el artista muleño.


Ramón González Palazón

Árboles imaginarios, espontáneos, que Ramón González Palazón quiere que formen parte de un proyecto de más amplio calado, porque es consciente de que el fuego siempre va a estar alrededor del ser humano. El creador muleño baraja la posibilidad de exponer estos trabajos, agrupados bajo el título ‘Más de 10.000’, en espacios artísticos de Galicia. «Es un proyecto con alma», afirma.

«He visto un gran dolor y necesitaba de alguna manera supurarlo». El propio artista viajó hasta Vigo para llevar alimentos a las poblaciones afectadas por este desastre ambiental. «Diez horas en mi furgoneta», recuerda para depositar el cargamento en Emaús Fundación Social, organización centrada en defender y acompañar a las personas más desfavorecidas de la sociedad. «A la vuelta a Mula paré en esos lugares arrasados, recogí los carbones y tomé conciencia de que algo tenía que hacer para contrarrestar ese dolor. Más de 10.000 árboles imaginarios para restaurar ese paisaje emocional y de la memoria».

Luto por un ser vivo

Lo que Ramón siente es lo que Clara Obligado y Raúl de Tapia llaman «luto por un ser vivo». Suele suceder cuando nos enamoramos de un árbol y es talado, por ejemplo: «La idea de que los árboles mueren como cualquier ser vivo, de que «los matamos», resulta difícil de asimilar».

Animal significa «que tiene alma»; vegetal, en cambio, del latín ‘vegetalis’, quiere decir «vivificante, estar vivo».


Clara Obligado y Raúl de Tapia.

Hay cuentos que podrían empezar como sugiere Clara Obligado en ‘Un árbol de compañía’. El pasaje seleccionado a continuación resume el espíritu de este libro que es fruto de esas remembranzas entre Obligado y Raúl de Tapia por las trampas de la memoria, y cercados siempre por árboles:

«Me cuenta Raúl que un día Luna, su hija, llegó del colegio con un ficus en la mano. Lo había encontrado dentro de un contenedor y había convencido a su abuelo de acudir a rescatarlo. Lo sacaron de debajo de los cascotes y el cemento, limpiaron el yeso de las raíces. A la hora de comer, se presentaron en la mesa orgullosos, con el náufrago vegetal.

-Estaba muy triste -dijo Luna-, tenía que subirlo a casa.

En casa de Raúl se hablaba de salvar árboles monumentales, catedrales vivas que son parte de una cultura y no era de extrañar que Luna quisiera tener su propia experiencia. Traía entre las manos una historia pequeña, a su medida, de esas que, cuando se las sabe pensar, dan sentido a todas las demás.

Puso el ficus bajo la ducha para que empezara a beber, retiró con cuidado las hojas muertas. Cuando sintió que estaba repuesto, lo replantó con sus manos.

Desde entonces, el arbolito se convirtió en el amigo de la niña. Al volver del colegio, se sentaba a estudiarlo en las escaleras del descansillo, con la obsesión de ver bailotear un primer brote.

-Está contento de verme -decía-. Yo lo he rescatado. Es mi árbol de compañía».

Dice Obligado que ‘Un árbol de compañía’ es un libro que propone varios acercamientos o procesos de amistad: «Entre dos personas, dos edades, dos geografías y dos maneras de vivir el mundo. También investiga en cómo pueden las ciencias y las letras marchar juntas. Es algo que siempre me ha preocupado. Cómo ir hacia ese punto común del conocimiento superando la barrera entre disciplinas».

Para Raúl de Tapia este libro es «una crónica de vida arbórea», y se remonta precisamente en el tiempo, a las primeras fotografías de su álbum familiar, en las que aparece ya siendo bebé junto a un árbol en la hierba: «A mis 54 años puedo recordar la infancia con un paseo de frutales. La adolescencia rodeada de encinas. Los estudios universitarios, entre hayas, robles, abedules o arces. La madurez, personal y profesional, es un bosque de ribera en creación, alisos, sauces, fresnos, chopos y álamos. Hoy en día me obsesionan los olmos, los jóvenes que plantamos y los vetustos que contemplamos. Cada vez me emocionan más los árboles seculares. Todo lo importante en mi vida, y mi familia es su centro, ha ocurrido bajo los árboles», relata el divulgador ambiental y escritor.


Ramón González Palazón

De Tapia participó en 2022 en Mula, coincidiendo con la ocupación de Ucrania por Rusia, en una ‘action painting’ organizada por Cristóbal Gabarrón para celebrar la primera edición de su proyecto internacional ‘Ámbito’. Un periplo por el mundo que partió desde la naturaleza, dentro de un mar de almendros florecidos en Mula, bajo la lluvia y sobre el barro, donde Gabarrón se rodeó de escritores, artistas, investigadores, pensadores, naturalistas, biólogos y periodistas para crear entre todos, improvisadamente, fuera de la soledad del estudio, una obra común.

Para Clara Obligado la escritura es algo parecido «a poner fruta a secar». Tiene muchas preguntas metafísicas, lo confiesa. Y Raúl siempre da respuestas. «Cuando ve un árbol, un perro o un ave, se siente acompañado», observa ella

La distribución anárquica de las flores y su efecto sobre los presentes fue comparado por Raúl de Tapia con el hecho de asistir al «riego de la luz» porque «lo que está haciendo el árbol es tratar de colocar cada una de sus flores para recibir la alícuota de luz que le corresponde, que le permita atraer con su luz a los polinizadores, que le permita madurar el fruto y a partir de ahí desencadenar nuevas vidas».

Así se expresaba entonces el ganador del Premio Nacional Tundra de Literatura de Naturaleza por el libro ‘Arboreto sonoro’ y divulgador científico con proyectos diversos de divulgación científica con creadores como Gabarrón, y también con bailarinas, músicos, escultores, poetas…

El libro
  • Título:
    ‘Un árbol de compañía’, editado por Páginas de Espuma.

  • Autores.:
    Clara Obligado y Raúl de Tapia.

  • A la venta::
    A partir del 15 de octubre en librerías.

Para Clara Obligado los bosques son «tiempo». «Yo vi plantar -expone- un parque alrededor de mi casa en la planicie de la pampa, vi llegar los árboles frágiles, los vi madurar. Leí montada en sus ramas. Entre ellos me escondí y me vi crecer. Vi cómo la inundación los ahogó. Por fin, vi cómo los más fuertes se habían expandido hasta convertirse en titanes». Clara y Raúl conversan sobre cómo se empieza a crear un bosque. Él lo dibuja, y a ella le parece una tarta con varias capas: «Las hojas caen y se descomponen, fragmentos vegetales generan tierra fértil, se confunde el suelo con fragmentos de la roca madre basal. Y pasará más tiempo». Para Clara Obligado la escritura es algo parecido «a poner fruta a secar». Tiene muchas preguntas metafísicas, lo confiesa. Y Raúl siempre da respuestas. «Cuando ve un árbol, un perro o un ave, se siente acompañado». Para ellos, como descubrirán los lectores, los árboles son «catedrales vivas». En esos lugares donde están nuestras infancias, nuestras antiguas prioridades, nuestros dolores superados, siguen anidando nuevos desasosiegos.

Un derecho a reivindicar

Raúl de Tapia invita a pensar en un término cargado de intenciones, ecosocial, para pensar nuestras ciudades: «La naturaleza es un derecho de toda la sociedad a reivindicar. En ese momento tiene un factor clave en nuestra salud y en nuestra economía. La calidad del aire o la temperatura de las ciudades y pueblos depende en gran medida de la extensión de los jardines y el arbolado urbano o del estado de nuestros bosques en el medio rural. La naturaleza es la primera medida de prevención sanitaria».

Este libro de Páginas de Espuma, convienen los autores, «se compromete como la necesidad vital de trabajar no solo por conservar la naturaleza, sino también por restaurar la mayor parte posible de lo perdido. No es una visión ecologista, es una visión egoísta».

Definitivamente, Ramón, Raúl y Clara, que nos han invitado a leer los árboles, deberían conocerse.

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