
Heath Ledger y Jake Gyllenhaal devorándose con unas miradas que aúnan pasión, incomprensión, extrañeza, rabia, desconcierto, melancolía y amor a la orilla verde de las … inmensas, sobrecogedoras montañas de ‘Brokeback Mountain (En terreno vedado)’. Brad Pitt al límite de todas las cosas, con el peso de una bala clavada en el futuro, con el desierto atascado en la garganta de ‘Babel’. Gael García Bernal y Rodrigo de la Serna recorriendo América del Sur a lomos de un vehículo gastado y cochambroso, mimetizándose con los paisajes, descubriendo sus reflejos, proyectando su futuro, aclarando el horizonte en ‘Diarios de motocicleta’. Sean Penn, Benicio del Toro y Naomi Watts conectados por el eco furibundo de un accidente y el estruendo de la venganza y la desesperanza en ’21 gramos’. Joel y Ellie, en el excelso videojuego ‘The Last of Us’, a quienes posteriormente interpretaron Pedro Pascal y Bella Ramsey en su correspondiente adaptación televisiva, andando por un mundo desolado, cuidándose y respetándose, comprendiéndose en silencio, escapando, compartiendo escondites imposibles, salvándose. Ninguna de estas postales, de estos momentos que guardamos como un tesoro empapado de pura sensibilidad, serían iguales sin la música de Gustavo Santaolalla, el fantástico multiinstrumentista, compositor y productor musical que regaló una velada para el recuerdo en la 44 edición del Cartagena Jazz Festival.
Figura esencial de la música iberoamericana contemporánea y uno de los mejores compositores de bandas sonoras de las últimas décadas, como subrayan sus dos Oscar consecutivos ganados en 2006 y 2007 por sus citados trabajos en ‘Brokeback Mountain (En terreno vedado)’ y ‘Babel’, el argentino aterrizaba en la ciudad portuaria con la feliz excusa de festejar ‘Ronroco’, asombroso disco publicado hace casi treinta años que supuso un antes y un después en su formidable trayectoria. Y el concierto cumplió con la promesa arrancando con las dos primeras canciones del célebre álbum, unas maravillosas ‘Way up’ y ‘Gaucho’ que crearon, ajustaron y fijaron la hipnótica y hermosa atmósfera que marcaría el tono y alma de la noche. La música, los silencios, las pausas, los diálogos con los ojos cerrados, los desarrollos melódicos, las armonías, la tensión cegada por una belleza tan extraña como cristalina, las notas que se clavaban bajo la piel, las luces, las sombras, la madera, las cuerdas como lluvia, el éxtasis interior, el equilibrio imposible, los versos de una guitarra, de un bombo legüero, de un violín, de un charango. Y de, claro, un ronroco, instrumento de Bolivia, de la estirpe de los charangos, que quedó atado para siempre a esa obra cumbre que Santaolalla recuperó casi al completo, embelesándonos así con fascinantes interpretaciones de piezas maestras como ‘La vuelta’, ‘De Ushuaia a La Quiaca’, ‘Coyita’ o ‘Zenda’.
Apoyado sobre una puesta en escena sobria y elegante, elección coherente con el fondo y forma de sus composiciones, Santaolalla estuvo acompañado por Javier Casalla, Juan Luqui, Barbarita Palacios y Nicolás Rainone, miembros de una banda que entiende a la perfección el idioma artístico planteado por el maestro bonaerense y lo respalda con delicadeza, atención y gusto exquisito por el detalle.
En total, cinco extraordinarios músicos inmersos en un trance que se expandió hasta un patio de butacas que no pudo más que sumergirse y dejarse llevar hasta la misma lágrima y piel erizada por las caricias sonoras de otros temas destacados de la cita, y pertenecientes a la faceta de compositor para la gran y pequeña pantalla del argentino, como la preciosa ‘Endless fight’, el arrebatador y ya icónico tema central de ‘The Last of Us’ o, sobre todo, ese cierre inolvidable, sobrecogedor, profundamente conmovedor, que protagonizó la partitura imperecedera que creó para, volvemos una vez más a ella, ‘Brokeback Mountain (En terreno vedado)’.
Con el nudo anclado en la garganta, la memoria cinematográfica curando las posibles heridas del tiempo, una paz casi tangible y la sensación de haber asistido a uno de esos conciertos que nos salvarán del frío en más de una ocasión, y de dos, y de tres, y de cuatro, abandonamos el Auditorio El Batel, marcados por el aluvión de belleza liderada por Gustavo Santaolalla, el chamán musical de barba poblada, melena infinita y tacto que, de tan divino, alcanza la hondura reservada a la poesía emocional de lo terrenal.

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Enlace de origen : El tacto divino de Santaolalla hipnotiza al Cartagena Jazz Festival