La más grande entre las Magnas

La más grande entre las Magnas

Sábado, 15 de noviembre 2025, 21:04

Comenta

La ciudad de Murcia volvió este sábado, cuando ya empiezan a intuirse los aromas de nuestra espléndida Navidad, a latir como solo sabe hacerlo en Semana Santa. Las campanas de la Catedral, esas que pronto anunciarán heladas que Cristo nace, lo hicieron para recordar su Pasión. Así somos en esta tierra de exquisitas y curiosas dualidades.

Celebrar una procesión cuando deberíamos ir desempolvando los belenes murcianos. Y hacerlo de forma magistral. En esta ocasión, la excusa fue conmemorar el Jubileo de las Cofradías en el año de la Esperanza propuesto por el Papa. La celebración permitió reunir, bajo un mismo cielo despejado, a algunas de las imágenes más veneradas de la Región de Murcia. La capital se convirtió así en un mapa de devociones, un retablo de advocaciones, arte y cultura que disfrutaron miles de cofrades y turistas.

Murcia, colapsada desde la mañana por los traslados de pasos desde distintas parroquias a la Catedral. Cientos de autobuses acercaron a gentes de todas las localidades murcianas, bandas de música de ésta y otras comunidades. Casi ni una plaza hotelera libre. Y mucho menos una mesa en cualquier bar. Todos, a reventar. Entretanto se abrió al puerta del Perdón, reservaba a la Fuensanta, la Patrona, y al Corpus.

La Cruz Jubilar, la que abrió el cortejo, era la que atesora la yeclana Cofradía del Cristo de la Buena Muerte y María Santísima de la Estrella, una joya artística que inauguró la procesión como un alfiler de luz clavado en la tarde de tonos ocres. La calima. Nunca es una cruz cualquiera: golpea el aire como quien marca el inicio de algo que no se vivirá dos veces. Tras ella, La Samaritana de Roque López, esa guapa moza del barrio del Carmen, vestida con su capa no vista desde hace años. La más ‘colorá’ de las murcianas avanzó con esa mezcla de ingenuidad, ataviada con rica y pretérita seda de esta antigua tierra. A su paso, el murmullo del público se convertía en un inmenso río de asombro.

El sol aún acariciaba tenue los naranjos de Belluga cuando cruzó los dinteles catedralicios La Oración en el Huerto, no la de Jesús y su magnífico ángel, sino la que posee la Cofradía de la Caridad corinta murciana.

No pocas exclamaciones despertó a su paso, horquillas golpeando el suelo, el imponente y estremecedor Cristo Amarrado a la Columna, de Jumilla, con su relicario a los pies y un estandarte que retorna a las calles tras muchos años. El ritmo de los anderos, que así se llaman allá los estantes, se volvió grave, como una respiración remota que envolvía la piedra de las fachadas.

Lorca no se quedó atrás. Desde la Ciudad del Sol llegó la elegancia dramática de La Coronación de Espinas, del Paso Azul y de la Hermandad de Labradores, cuya policromía, iluminada por la tarde y una petalada en el Arenal, parecía derramarse sobre el gentío. Hay tronos que traen consigo una ciudad entera, con su historia, su carácter y su forma de entender el dolor. Este es uno de ellos.

El cortejo tomó un aire distinto cuando apareció el Cristo del Rescate, aquél de Sánchez Lozano, también lorquino pero ahora del Paso Blanco: la imagen que tuvo la virtud de detener conversaciones y miradas. Magnífico su caminar por las calles murcianas y, a cada revuelta, aclamado. Tras él, desde Alcantarilla, el Cristo de la Esperanza, el de Hernández Navarro, rojo y solemne, despertó un soplo de fervor que levantó no pocos aplausos a lo largo de la carrera.

San Pedro del Pinatar puso rostro joven y marinero a la tarde con su San Juan Evangelista. La plaza entera retembló de emoción al escuchar los sones de la ‘El Destierro’, la marcha que acompañó su salida de la Catedral. Esa obra maestra que Ramón Cuenca Santo imaginó hace 15 años, muy a la tradición cartagenera, para esta cofradía que, precisamente, celebra ahora su 75º aniversario.

Su presencia abría la puerta a otra emoción igual de profunda que llegaría después de la mano, de las santas manos, de una imagen también marinera, admirada y Patrona de Águilas: la Virgen de los Dolores.

Los cofrades de la Esperanza, de San Pedro, junto a miles de murcianos, aclamaron la salida del Cristo de la Esperanza, siempre majestuoso y que forma parte del paisaje sentimental de toda una Región. Tras él, Cieza aportó la luz encendida de su Santísimo Cristo del Consuelo, con su santo tonelete, que alzaba los brazos hacia un cielo ya oscuro.

Yecla, de nuevo, hizo irrumpir la solemnidad barroca de la salzillesca Nuestra Señora de las Angustias, que en nada envidia ni razón tiene a la que se admira en San Bartolomé. Mazarrón aportó el silencio más profundo con su Santo Sepulcro, trono que avanzó envuelto en la luz dorada de cientos de velas que parecían flotar sobre un gentío incontable.

Cuando asomó el Resucitado de Cartagena, la ciudad se estremeció. Palabras mayores de la gubia de González Moreno. Magnífico, por vez primera de noche y dando un fantástico ‘machetazo’. Murcia se rindió a su paso. Su figura elevada sobre el paso parecía querer acariciar las primeras escarchas de la noche.

Alguien describía como una caricia final el paso de Nuestra Señora de la Esperanza, Patrona de Calasparra, radiante, casi suspendida sobre el aire. Hubo quien juró que ese manto, al mecerse, desprendía un aroma que no podía ser solo de flores. Igual era, casi seguro, de historia.

Enlace de origen : La más grande entre las Magnas