
Si pregunta un poco a su alrededor, es probable que llegue a la conclusión de que hay una epidemia de estrés. Cuesta imaginar a alguien … que no lo sufra. ¿Hay alguno en su entorno? Si es así, será la excepción. Están quienes capean el temporal relativamente airosos y quienes naufragan en el intento, pero parece que no quedan ‘intocables’. Han pasado a la historia las profesiones que permitían vivir sin urgencias, la crianza de los hijos se ha convertido en una suerte de maratón y queremos estar disponibles para los nuestros 24/7. Así que ahí estamos, pero estresados. Y tiene sus consecuencias.
Estudios recientes han demostrado que el estrés de los padres, más allá del impacto emocional, puede afectar al desarrollo intelectual de los hijos. Los expertos creen que el cerebro infantil es muy susceptible a factores biológicos, psicológicos y ambientales. Es algo que se deja notar desde muy pequeños. Los niños de preescolar presentan un rendimiento peor en sus funciones ejecutivas (la memoria de trabajo o el control de impulsos) cuando tienen altos niveles de cortisol, tanto ellos como sus padres.
Un estudio publicado en la revista ‘Nature’ por John H. Gilmore, Rebecca C. Knickmeyer y Wei Gao detalla que durante los dos primeros años de vida el cerebro crece y se organiza a una velocidad sin precedentes, condiciona el desarrollo cognitivo e incluso el riesgo de padecer trastornos como el autismo y la esquizofrenia. Es en este periodo cuando se producen procesos como la sinaptogénesis -que forma nuevas conexiones neuronales- y la mielinización (que afecta a las células nerviosas y acelera los impulsos). Esos primeros 24 meses pondrán los cimientos del cerebro adulto y, de hecho, el grosor cortical alcanzará su máximo en este periodo, si bien la materia gris sigue creciendo.
¿Qué sucede si los padres sufren en estos dos años un estrés fuera de lo normal? Más allá, claro está, de lo que suele suponer la llegada de un bebé a la familia. Un estudio reciente, realizado con 140 madres e hijos de corta edad, ha medido el estrés crónico materno tomando como referencia el cortisol en su cabello. Los investigadores han detectado que cuando ese parámetro es elevado en las progenitoras, la maduración cerebral de los menores es más lenta. Así lo prueban los electroencefalogramas, donde se registra una menor actividad en rangos de frecuencia altos -las famosas ondas alfa y gamma- y lo contrario en los rangos bajos. Los expertos creen que la exposición a ese estrés agudo, si no hay otro adulto que pueda ofrecer contención y apoyo a los pequeños, puede tener consecuencias negativas incluso en su aprendizaje a largo plazo y en otras funciones cognitivas. Es como para prestarle atención.
Círculo vicioso
Hay un elemento que cualquiera que tenga hijos habrá experimentado. Cuando los mayores estamos en calma, sobrellevamos mejor cualquier contratiempo y los pequeños se sienten mejor pero cuando estamos nerviosos, ellos también se alteran más. Es algo similar a un círculo vicioso, una especie de contagio entre el estrés de los progenitores y de los pequeños.
Por supuesto, más allá del impacto en el desarrollo intelectual, hay una afección en su situación emocional. Los investigadores han probado que los hijos de padres con altos niveles de estrés en el primer año de crianza tienen el doble de probabilidades de presentar problemas de salud mental en torno a los tres años de edad.
Sin llegar a esos extremos, lo que suele manifestarse en los niños es una maduración más lenta de las conexiones neuronales, unas rabietas más frecuentes o miedos intensos que no son fáciles de combatir. ¿No hay nada que hacer entonces? Pues claro que sí. Por un lado, el estrés se puede combatir y también el control de sus manifestaciones. Cuando la fuente de problemas es externa, se puede minimizar la exposición. Ya sea un trabajo o alguien cercano que interfiere en la paz familiar. Puede bastar con minimizar el contacto o limitarlo a algunas horas.
La buena noticia es que los estudios muestran que el impacto no tiene por qué ser permanente. Hay muchos factores que modulan y amortiguan el efecto en los pequeños. Varios estudios -la mayor parte de ellos enfocados a la pandemia- apuntan a que la resiliencia familiar es clave. Es decir, la capacidad de la familia para adaptarse a la adversidad sirve para atenuar de forma muy significativa el impacto del estrés en los niños.

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Enlace de origen : Nervios, agobio... y ahora problemas de aprendizaje: así afecta tu estrés a tus hijos