«Proteico». Esa es la definición que le viene a la cabeza a Francisco Jarauta, catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia (UMU), cuando le pedimos que resuma en una sola palabra a su amigo José Lucas. «Una persona proteica» era Pepe Lucas, fallecido hace poco más de dos años y cuya obra –solo una parte, claro– se expone hasta el próximo 29 de noviembre en el Palacio de San Esteban de Murcia. Jarauta, que ha comisariado la exposición ‘Expresionista en el laberinto barroco’ junto al también filósofo Pedro Medina, define proteico –«de Proteo»– como aquel que «se lanza al abismo sin red, el que trabaja, pinta y sueña y construye mundos, construye visiones, construye todo aquello que está delante. Él estaba marcado por ese don que dan los dioses. Ese don de la fuerza para desafiar el destino».
Lucas y Jarauta, Jarauta y Lucas, siempre fueron «grandes amigos». Una de esas amistades, recuerda el catedrático, «que nacen generosamente y van creciendo toda la vida», acompasada además de «un mutuo reconocimiento». Aunque «Pepe no es que fuera filósofo, que lo somos todos, pero era una persona de una curiosidad intelectual abierta y muy profunda. Era un gran lector, amaba la poesía y sus amigos preferidos fueron siempre los poetas». Un hombre, según Jarauta, «con un interior muy poderoso que a veces se manifestaba abruptamente», recuerda su amigo mientras hurga en una mochila cargada de nostalgia.
Unidos por lazos perpetuos desde que el artista de Cieza se encargó del proyecto de los murales de la estación de trenes de Chamartín, hace ya medio siglo, Francisco Jarauta define a Pepe Lucas como «un personaje dominado por una fuerte pasión, una persona que vivía por el arte y que, al mismo tiempo, tenía una profunda humanidad. Una persona extraordinariamente humana».
Y un «gran pintor», claro. Un artista a quien «la vehemencia le acompañó siempre en su paleta», donde habitaba «un cromatismo tremendo». Alguien, analiza Jarauta, «que nunca se detuvo a neutralizar esas emergencias que aparecían en sus cuadros».
–¿Por qué ese título para la exposición? ¿Por qué ‘Expresionista en el laberinto barroco’?
–El título se lo puse yo. Porque Pepe no es un pintor que vaya al modelo clásico, al de la línea, al de la construcción, sino que él abunda en la materia pictórica y allí los colores se funden, se introducen en un laberinto propiamente dicho. Es como el guardián del laberinto, como aquel texto del guardián del campo de centeno. Está inspirado en esa idea, y él es como el guardián de la pintura, que es tanto como decir el guardián del arte y de todo lo que compone y el arte que nos presenta. Pepe es un testimonio valiosísimo de esa pasión por el arte y lo que significa el arte en el mundo y en la vida.
«En Pepe hubo siempre ese exceso, esa capacidad de desafiar los riesgos grandes, de pensar desde el poema, desde la pintura, la respuesta que la vida busca»
Un testimonio en forma de trabajos «valiosísimos, que podrían estar expuestos en cualquier museo internacional, europeo, alemán, nórdico… Son trabajos extraordinarios», aplaude Jarauta.
Francisco Jarauta y Pepe Lucas, en la Universiad de Murcia, en 2015.
J. C.
–¿Tiene la obra de Pepe Lucas el reconocimiento que merece?
–No. Ocurre otras veces, que se necesita la circunstancia que lo que lo reconozca y, a partir de ahí, surja una mirada nueva sobre la obra del artista, en este caso de Pepe. Este ha sido uno de los elementos que hemos tenido muy presentes a la hora de preparar la exposición. En lugar de acumulación de obra, hemos hecho una selección de obra segura que pudiera marcar las etapas de su desarrollo. Y en esas etapas se iban acentuando cuadros que poseían un valor excepcional, desde nuestro punto de vista. Y creo que esto creaba condiciones para una nueva lectura de la obra de Pepe. Yo creo que la exposición de San Esteban ha cumplido con ese objetivo. Pero falta, yo creo, un reconocimiento que lo lleve precisamente al interior de su estudio y se vea con más detención todo lo que significa su decisión estética, su concepto de arte, su forma de pintar, su atelier como el lugar de encuentro entre el silencio y la música, entre el lienzo blanco y el dibujo o ese mar de colores que inunda siempre la pintura de Pepe.
El Café Gijón
Cuando Jarauta vuelve a la personalidad de su amigo, a sus cualidades, a los momentos que pasaron juntos arreglando el mundo, sus mundos, el catedrático de Filosofía se sincera y reconoce que «no podría hacer un solo comentario con todas las propiedades» que cimentaron a Pepe Lucas. «Pero, por lo que yo conozco, en Pepe hubo siempre ese exceso, esa capacidad de desafiar los riesgos grandes, esa capacidad de pensar, de pensar desde el poema, desde la pintura, aquello que puede ser un poco la respuesta que la vida busca».
En su refugio. Pepe Lucas, fotografiado en su estudio en una imagen recogida en el catálogo publicado con motivo de la exposición ‘Expresionista en el laberinto barroco’.
Pablo Almansa
Y buscando las respuestas que plantea la vida, o lo que se terciara en cada momento, Jarauta recuerda esas ocasiones compartidas junto a su amigo en ese «lugar de cita» que era para ellos –y para otros tantísimos intelectuales españoles de las últimas décadas– el madrileño Café Gijón. «Bastantes cafés nos tomábamos allí junto a otros amigos, porque él tenía grandes amigos. Pepe alardeaba de amigos y de amistades. Y todos ellos lo considerábamos como el amigo de la vida». En el Café Gijón «nos citábamos para vernos y conversar un rato, y sabíamos de la familia, y nos contábamos esto y aquello», cuenta sin entrar en más detalles. Hasta aquí se puede leer. «Un sitio feliz, un sitio lleno de luz, de tensión». ¿Y después del café? «Pepe no era un gran bebedor. Y yo nunca lo he sido, pero a veces sí que nos tomábamos, después del cafecito, un dedito de whisky solo, un ‘scotch’ corto. Porque ya la amistad subía de tono y necesitábamos algo que fuese vasodilatador, cardiovascular», define. Del corazón para el corazón.
«Pepe es un testimonio valiosísimo de esa pasión por el arte y lo que significa el arte en el mundo y en la vida»
–¿Qué lección aprendió de él?
–La pasión con la que vivió la vida. La pasión con la que trabajó lo que consideraba lo más personal, que era su arte. Esa pasión intensa hecha de bosques, de mares, de su Mazarrón –donde pasaba el verano–, de sus amistades, y luego esa relación fabulosa con su familia, que la mantuvo siempre y de la que estaba orgullosísimo. Su mujer, Maruja Herrero, y sus hijos María y Antonio.
‘Federico García Lorca’ (1986). Dibujo del cuaderno del pintor.
El mismo Antonio que, en el catálogo publicado con motivo de la exposición, recuerda una conversación con su padre a cuenta del proceso creativo del artista: «Si quieres hacer algo notable –le dijo el padre al hijo– conviene que traigas alguna mercancía que expresar, algún recado por descifrar. Un daño, un entusiasmo, una excepción, una duda, un vacío. Lo que sea, pero auténtico». Tan auténtico, tan «proteico», como el propio Pepe Lucas.
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Enlace de origen : El «laberinto» de Pepe Lucas