
El fallecimiento de una mascota supone el primer contacto con la muerte para el 70% de los niños. Así lo afirma un estudio llevado a … cabo por la Universidad de Cambridge en 2020, traído a colación por la psicóloga Sofía Rademaker al ser preguntada por la mejor forma de comunicar la noticia a quienes, muy probablemente, aún no tengan la edad necesaria para comprenderla en toda su dimensión: «La muerte de una mascota puede resultar impactante para un niño. A fin de cuentas, representa su primer vínculo afectivo fuera del núcleo familiar (pero también compañía, juego y amor incondicional). Su ausencia deja un vacío que el menor aún no sabe gestionar emocionalmente».
Así, no es de extrañar que muchos niños consideren a su perro, cobaya o gato como sus mejores amigos o sus ‘hermanos peludos’, algo que ha llegado a corroborarse desde el campo de la neurociencia: en 2018, la Universidad de Kyoto demostró que el contacto con una mascota activa las mismas áreas cerebrales del apego que las relaciones humanas.
Pero, ¿a qué edad están los más pequeños de la casa preparados para entender el concepto de la muerte? «Antes de los 5 años suelen percibirla como algo reversible o temporal –explica la experta del Centro Psicológico SMC–, por lo que es habitual que hagan preguntas como ‘¿cuándo se va a despertar?’ o ‘¿cuándo va a volver a casa?’ (pese a haberle explicado que esto no va a suceder). No es una forma de negación, sino de entender la realidad de la muerte».
«Entre los 6 y 9 años –prosigue Rademaker– comienzan a entender que es definitiva, aunque todavía les cuesta asimilarla emocionalmente. Es por esto que no siempre saben poner palabras al dolor y expresan el duelo a través de la conducta. A partir de los 10 años ya pueden comprenderla de forma más realista, aunque la intensidad del duelo dependerá de su madurez emocional y del vínculo con la mascota».
Uno de los errores más frecuentes cometidos por los padres al abordar el tema del fallecimiento con sus hijos es inventar historias en lugar de contar la simple y llana verdad, explica la psicóloga Virginia Herrero, integrante del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid: «Debemos exponer los hechos como son, pero adaptando el lenguaje y el enfoque a la edad del niño. Podemos decirles que la mascota ha muerto, explicando que su cuerpo ya no funciona y que no va a volver, acompañando el mensaje con sensibilidad, diciéndoles, por ejemplo, que siempre estará en su recuerdo. Es mejor no usar eufemismos como ‘se ha ido’, porque pueden generar confusión o falsas esperanzas».
«Sobre todo –añade Rademaker–, es importante validar las emociones del niño; escucharlo sin minimizar su dolor y mostrarle afecto físico (abrazos, contacto…). Los adultos también pueden manifestar tristeza, por supuesto, lo que manda un mensaje tranquilizador a los niños: ven que está ‘permitido’ mostrarse vulnerables. La forma en que los padres afrontan la pérdida enseña al niño a manejar futuros decesos».
Herrero también señala como errores evitar hablar del tema («pensando que así se protege al niño del sufrimiento») y no permitir que este transite el duelo ni ofrecerle espacios para despedirse: «Los rituales (tales como el entierro, una carta de despedida o un dibujo) ayudan a dar sentido a la pérdida, canalizar el dolor y mantener el vínculo emocional. Permiten al niño expresar lo que siente, cerrar el ciclo y conservar un recuerdo positivo». Diversos estudios de la American Psychological Association han demostrado que la participación en este tipo de actos simbólicso reducen hasta en un 40% los síntomas de ansiedad y culpa inherentes a la pérdida de la mascota.
¿Otro amiguito?
Pese a todo, puede ocurrir que el niño no gestione bien la ausencia y necesitemos recurrir a un psicólogo infantil. Lo sabremos, según Rademaker, «si pasan más de seis u ocho semanas y sigue mostrando tristeza intensa, aislamiento, regresión (mojar la cama, miedos…), pérdida de intereses habituales, irritabilidad o rechazo a hablar del tema. Todo ello puede ser señal de un duelo bloqueado o patológico».
La tentación de adoptar a otra mascota para aligerar el proceso de duelo siempre está ahí, pero Herrero recomienda prudencia: «La decisión debe tomarse cuando se esté preparado emocionalmente y se haga desde el deseo de compartir amor, pero nunca como sustitución de la anterior mascota. Es importante que el niño haya tenido tiempo para procesar su duelo y que entienda que cada animal es único». En este sentido, evitaremos ponerle el mismo nombre al nuevo miembro de la familia, máxime teniendo en cuenta que «uno de cada tres niños se siente culpable si se adopta demasiado pronto, porque siente que ‘traiciona’ a su anterior mejor amigo», sentencia Rademaker.

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