Manuel Vela, de las sombras a la cima del Everest

Manuel Vela, de las sombras a la cima del Everest

Sábado, 22 de noviembre 2025, 07:50

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Hay pruebas deportivas que son tildadas de locura por la gran mayoría de los mortales y que únicamente están al alcance de unos pocos. Elegidos que un día, delante del espejo, se propusieron calzarse las zapatillas y lanzarse a los rincones más altos, escarpados y complicados del mundo. Pero también algunos de los más preciosos. Así empezó la locura de Manuel Vela (Murcia, 32 años), un joven deportista que abrió su corazón, su alma y puso sus piernas al servicio del atletismo hace tan solo cuatro años. Pero no la disciplina que todos solemos conocer, sino la más dura, exigente y apasionante que existe en todo el planeta: las carreras de ultradistancia, una afición que le llevó esta semana a coronar el Everest tras seis etapas que comprenden casi 180 kilómetros, con un desnivel que supera los 25.000 metros y donde el oxígeno falta aún más que en cualquier otra prueba por la altitud del entorno.

Su vida sufrió varios reveses en 2021. Problemas familiares y laborales devoraban por dentro a Manuel Vela, hasta que un día se puso frente al espejo y decidió salir en busca de aquel joven que ya no era pero que un día fue. «Necesitaba renacer, resetear mi vida, encontrarme a mí mismo. Fue ahí donde encontré el mundo de la ultradistancia, un deporte que te lleva al límite, sufres y aprendes una barbaridad sobre hasta dónde estás dispuesto a llegar y sobre ti mismo. Me hice una promesa: tengo que completar los tres ultramaratones más difíciles del mundo. Cuatro años después puedo decir que no me he fallado a mí mismo», confiesa este economista murciano que se dedica al sector de las finanzas y cuya labor le ha llevado a vivir hasta Londres, aunque desde hace cuatro años vive en Madrid.

«Dormía en tiendas de campaña a 10 grados bajo cero y me faltaba el aire por la altitud, pero la única opción era seguir»

Coronar el desierto

Aquel objetivo que se marcó entre ceja y ceja mirándose al espejo era el más arriesgado y ambicioso que se había propuesto nunca, pero no era una cuestión deportiva, iba mucho más allá. El primer territorio conquistado fue el Marathon des Sables: 250 kilómetros por el desierto del Sáhara luchando contra un calor asfixiante y la inexperiencia de un atleta que apenas llevaba meses aficionado a eso de correr. «Era novato y sufrí como nunca. Deshidratación constante, ampollas en los pies, calor abrasador…», recuerda Manuel Vela.

El dolor nunca fue más alto que la satisfacción y «el cóctel de emociones» que sintió cuando cruzó la meta. Quería más. Solo estaba hecho un tercio del trabajo que quedaba por delante. Tres años después, en 2024, este novato atleta murciano se adentró nada más y nada menos que en la jungla para completar la Coastal Challenge, un ultramaratón de casi 250 kilómetros en el que «la humedad, el calor y, sobre todo, un terreno hostil, con cataratas, playas, montañas», además de todo tipo de fauna, puso a prueba a un Manuel Vela que tras quedar noveno volvió a superarse y empezó a encontrarse.

Con el desierto y la jungla como terrenos conquistados, este economista fijó el tercer -y penúltimo- objetivo en cotas más altas. Imposible encontrar una de mayor envergadura. Se propuso coronar el pico más alto del planeta, seguir reseteando su vida en la cima del mundo, demostrarse de qué pasta está hecho en la Everest Trail Race. La carrera, que discurre por el Himalaya, figura como una de las más exigentes del mundo por su orografía, donde prácticamente no existe terreno llano, el mal de altura, al que los occidentales no están acostumbrados, lo que provoca «un extra de pesadez, falta de oxígeno y mareos» con los que también tuvo que batallar.

Treinta kilómetros por día peleando contra todos los enemigos posibles, incluida la mente, el más difícil de batir. «Dormía en tiendas de campaña a 10 grados bajo cero. Me despertaba con la tienda congelada, imagínate ponerte las zapatillas y salir a correr. No es la sensación más agradable. Sabes que tienes que poner tu cuerpo al límite durante 6 días y tu cabeza te pregunta si merece la pena o si es mejor dejarlo aquí», reconoce. Pero, una vez más, la respuesta estaba delante del espejo: «A un verdadero hombre lo define su palabra, su capacidad para cumplir sus promesas. Te duelen las rodillas, estás helado y solo acabas de empezar. Pero entonces te acuerdas de tu promesa y tienes fe. Y sigues. Sin excusas», cuenta.

La familia, su gasolina

De aquel deportista que se inició en el mundo del atletismo solo habían pasado cuatro años. Poco quedaba de aquel chico de gimnasio y aficionado al rugby. Ahora era un maratoniano a punto de lograr el mayor éxito de su vida. Y también conseguir la primera gran medalla. Porque la gran victoria fue darle respuesta a aquel reto que se lanzó frente al espejo. Manuel Vela cruzó la meta en tercera posición el pasado miércoles en la Everest Trail Race tras sellar «una carrera inteligente, manteniendo la distancia con mis perseguidores, a los que desde el segundo día les sacaba unos 35 minutos».

Fue entonces cuando por su mente pasó su familia y su pareja, esa que «me ha acompañado en este largo camino y a la que he puesto muchas veces en situaciones injustas porque lo pasan muy mal al estar fuera de casa y poner mi cuerpo y mi salud al límite». Ellos son el primer pensamiento al despertar helado en una tienda de campaña. También cuando pulsa el ‘pause’ del cuentakilómetros al acabar una prueba de ultradistancia. «Sus mensajes de ánimo son mi gasolina», subraya.

A punto de regresar a España, ya con la promesa que él mismo se propuso más que cumplida, entre sus próximos retos está «el difícil objetivo de descansar, decirle a mi cuerpo que pare un poco después de un año intenso». Pero, casi como un secreto, Manuel confiesa que hay algo que le toca la fibra. Otro reto que le hace ilusión. Un territorio nuevo por conquistar: el ultramaratón de Mont-Blanc, 171 kilómetros atravesando los Alpes por Francia, Italia y Suiza. Seguro que no será el último ‘baile’ de Manuel Vela, pero sí el que disfrute sin presión. El trabajo está hecho. Se ha encontrado. Vuelve a ser él.

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